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jueves, 11 de febrero de 2016

Historia de Dos Países

Como buenos vecinos, Argentina y Chile tienen historias marcadas por estrechos vínculos y profundas diferencias. Argentina posee mejores condiciones demográficas y económicas para alcanzar el desarrollo. Sin embargo, su historia de vaivenes políticos y décadas de falencias técnicas en el diseño de políticas públicas han perpetuado su condición de promesa. Chile por su parte, con un acervo de recursos y potencialidades mucho menores, utilizó consensos técnicos-políticos para desplegar manejos económicas prudentes y de calidad, adjetivos exóticos en la región.
¿El resultado? Hace menos de una década Chile se transformó en la nación más rica de América Latina, dejando atrás (y sacando rápida ventaja) al otrora y vecino líder, Argentina.
El presidente Macri, como Bachelet en su momento, es depositario de grandes expectativas
Sin embargo, la deficitaria gestión del actual gobierno chileno y las favorables señales dadas por la recién asumida administración argentina podrían dar paso a un cambio de circunstancias en el mediano plazo. ¿Tendrá Chile que – por primera vez en décadas – imitar a Argentina?
Para evaluar la pregunta, algo de contexto. A diferencia de Mauricio Macri, al asumir su segunda presidencia en marzo de 2014, Michelle Bachelet contó con mayorías en el Senado y en la Cámara de Diputados. Esto, acompañado de crecientes expectativas y elocuentes promesas de inclusión social, permitieron a su gobierno implementar avasalladoras reformas en materia tributaria, educacional y de inversiones extranjeras (se anunciarían reformas laborales en marzo). Todas con un ritmo latinoamericano de improvisación técnica y altos costos públicos y privados.
El diseño de éstas medidas hizo, además, caso omiso a transversales alertas respecto del complejo panorama económico que enfrentaba la región. Por de pronto, la abrupta caída del precio del cobre (35% desde marzo 2014) ha puesto en graves aprietos al erario público chileno. El coctel ha sido nefasto: la inversión ha sufrido una estrepitosa caída, el crecimiento es el menor desde los 60s (excluyendo años de recesión) y la administración tiene históricos niveles de desaprobación (inflados además por escándalos de corrupción que han afectado a la familia Bachelet).
Por su parte, el presidente Macri, como Bachelet en su momento, es depositario de grandes expectativas. Sin embargo, las primeras señales de su administración sí son auspiciosas. En los primeros días de su mandato eliminó el sistema de retenciones a los cereales, aumentó las tasas de interés para competir por la demanda de dólares, está revisando los contratos de miles de empleados públicos que reciben salarios sin trabajar, puso término a las restricciones para operar en el mercado de divisas enviando una señal de atracción a la inversión extranjera y anunció un principio de acuerdo con los tenedores de bonos argentinos. Los mercados han respondido con optimismo: Hace pocos días Standard & Poor’s mejoró significativamente la calificación de la deuda soberana Argentina.
Y a pesar de las diferencias, ambos vecinos enfrentan similares desafíos en materias sociales, los que requieren más que simplemente un mayor producto per cápita. Sin embargo, no cualquier camino conduce al progreso y la estabilidad, menos si no esta pavimentado con un sostenido crecimiento económico, y Chile por primera vez en décadas ofrece un buen ejemplo: De la mano de los avasalladores cambios, el país ha caído en el ranking de percepción de corrupción de Transparencia Internacional, un 85% de la población desaprueba cómo el Gobierno maneja la corrupción en organismos del Estado (casi el doble de lo reportado en marzo del 2014) y un 61% de los chilenos cree que el país va por mal camino (vs. 14% reportado dos años atrás).
¿No serán éstas señales de un estancamiento del admirado proceso en el que estaba sumergido el país y que estaba permitiendo transformar lenta, pero decididamente, la cerrada y extractiva sociedad chilena en una de acceso libre y más inclusiva?
Quizás producto que, en materia de políticas públicas, el Chile de hoy nunca ha estado más cerca de la Argentina pre-Macri y la Argentina actual al Chile pre-Bachelet, la historia ofrece a sus presidentes una oportunidad única. Bachelet se encuentra en la mitad de su mandato y, si bien aún tiene tiempo para sanar las heridas auto inferidas, debe actuar resueltamente para aprovechar décadas de desarrollo económico e institucional.
Macri, por el contrario, recién comienza una colosal labor: no solo levantar una economía contaminada por (al menos) 12 años de excesos, sino comenzar a transformar una sociedad en donde un pequeño grupo limita el acceso al sistema económico y político, en donde los favores adquieren un mayor valor que las capacidades individuales. Los retornos sociales de tal agenda serán inmensos.
Por eso, independiente de la forma que tomen las políticas públicas en Argentina y Chile, una cosa es clara: no cuentan con espacios para improvisar. Es de esperar que prime la conciencia evolutiva y que de una vez por todas el progreso llegué simultáneamente a ambas laderas de los Andes.
Matías Mori es abogado y fue vicepresidente del Comité de Inversión Extranjera del Gobierno de Chile. Sergio Urzúa es profesor de Economía de la Universidad de Maryland.

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