31DomingoJan 2016
La semana que concluye este sábado ha estado cargada de advertencias sobre la amenaza que fuerzas malignas hacen pender sobre la testa de la áurea República. Es como para comerse las uñas de puro miedo. Para temblar de espanto cuando el crepúsculo se vuelva noche y cualquiera de las Edes no pueda “aluzar” nuestras penumbras, dejándonos a merced de los fantasmas.
Roberto Rosario Márquez, el inefable presidente de la no menos inefable Junta Central Electoral, se despacha, en un arrebato patriótico casi hipnótico, denunciando que “existe un movimiento para borrar todo vestigio de pensamiento duartiano, y con él, cualquier destello de independencia y soberanía dominicana”, según recoge el periódico El Caribe. ¡Vade retro fusionismo! Váyanse a donde menos huelan las comprobaciones, el dato que certifique, aunque irresponsables como Rosario Márquez se contenten con el espectáculo porque están seguros de que encontrarán una prensa anémica que no les pedirá decir más.
No sé si antes o después que Rosario Márquez, igual da, el presidente del Tribunal Constitucional Milton Ray Guevara hablaba en un discurso de “enemigos ocultos” que amenazan la “independencia” –soberanamente comprometida con el pensamiento y las prácticas sociales más conservadoras, por si se le olvida— de un conjunto de jueces que llegaron a donde están, eso piensa la mayoría, para cumplir los propósitos de un político, Leonel Fernández, que quiso asegurar su futuro impune amarrando las altas cortes a su puerto. Puro relato gótico, incluido el bondage.
Estas pesadillas “patrióticas” de Rosario Márquez y Ray Guevara son caja de resonancia del discurso ultraderechista de la Fuerza Nacional Progresista, minúsculo pero activo grupo, que no partido, que apenas suena desde que saliera del poder por no haber medido las consecuencias de su inútil bravacunería. Aduladores y serviles creyeron que eran “gente” y se dieron de frente contra la pared.
Este sábado 30 de enero, Pelegrín Castillo advierte que “la República está amenazada y en peligro de muchas maneras, y la cúpula de la mayoría de los partidos son cómplices por acción u omisión”. No define las maneras de esta amenaza, quizá porque, de existir, enumerarlas terminaría provocando hipoglucemia cerebral al denunciante; quizá porque es más cómodo y mediático –la zonsera de los medios pare pesadillas— hablar de generalidades que sirven para cualquier cosa, incluido echarlas en la basura. O preparar un imaginario jugo energético que sirva para lograr músculo sin ir al gimnasio.
Hagamos el inventario: a) difusas fuerzas del mal quieren borrar todo vestigio del pensamiento duartiano, según el presidente de la inconsúltil JCE; b) del inframundo salen los malévolos enemigos, parapetados siempre en las sombras, que acosan la “independencia” (¿nos desternillamos de risa?) del intachable Tribunal Constitucional; c) el benjamín de la perversa casta habla también de amenazas y peligros en el mejor estilo del progenitor, que nada concreto dice nunca porque lo suyo es confiar en que la calumnia, aun difusa, algo sedimenta. Y eso le regocija. El lodo es su elemento.
Que el discurso público dominicano es alucinatorio –¿esquizofrénico quizá?– no admite discusión. Ninguno de estos tres próceres de la dominicanidad señala, con nombre y apellido o con nombre jurídico, a los responsables de las conspiraciones contra esas ideas jurásicas de patria, nacionalidad y demás yerbas, incluido el cannabis, más que tormentoso cuando se fuma verde. A algo obedece este silencio. Por eso, y en el mejor de los casos, son agitadores de fantasmas que implantan un espantanpájaros para cuidar, eso creen, sus pequeñas parcelas de fanáticos
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