Un rápido paseo por la Ciudad de México, Río de Janeiro, Quito, La Paz, Lima o Bogotá, por mencionar solo algunos centros urbanos de la región, bastará para apreciar una realidad preocupante: horas perdidas en atascos, servicios públicos con poca cobertura y de baja calidad, marcadas desigualdades sociales o contaminación ambiental y acústica.
A pesar de ser los principales motores del crecimiento económico, en líneas generales las ciudades de América Latina no se han caracterizado por tener una planificación urbana adecuada, hecho que ha afectado tanto a la calidad de vida de la gente como al potencial productivo de los países. En definitiva, la falta de planificación ha ralentizado el desarrollo social y económico de la región.
¿Es este un modelo de ciudad aceptable? La respuesta, con la que considero que la mayoría de ciudadanos coinciden, es ¨no¨. Entonces, ¿cómo se logran ciudades sostenibles al servicio del bienestar de los habitantes? En este caso la respuesta no es tan sencilla, pero tratemos de responderla.
En primer lugar, debe entenderse cómo se fraguó la situación actual. Resumidamente, hace ya más de medio siglo se produjo en América Latina un proceso de urbanización sin precedentes, que no fue de la mano de una planificación adecuada, y esto generó modelos de crecimiento urbano poco sostenibles y, en muchos casos, caóticos.
En el área del transporte, por ejemplo, los problemas son evidentes: congestión de tráfico, contaminación, graves problemas de siniestralidad vial e inequidad en el acceso a oportunidades.
La tenencia y el uso del automóvil y la moto supone uno de los desafíos más importantes de los centros urbanos de la región. Solo en 15 de las 28 ciudades abarcadas por el Observatorio de Movilidad Urbana (OMU), se encuentran 24 millones de automóviles particulares, alrededor de 955.000 autobuses (en sus distintas configuraciones) y casi 590.000 taxis. Estas cifras, unidas a una planificación urbana inadecuada, generan serios problemas de movilidad espacial: los habitantes de estas 15 áreas metropolitanas pierden alrededor de 118 millones de horas al día para desplazarse. Además, registran más de 8.500 muertes al año a causa de la siniestralidad víal.
Ante este panorama, existen medidas típicas -al alcance de los gobiernos- que contribuyen a mejorar la movilidad –y la calidad de vida- de los ciudadanos, aunque no siempre existe la disposición o los recursos para llevarlas a cabo. Entre las más extendidas están el control del uso del suelo, desincentivos al uso del transporte privado individual, creación de más ciclo-rutas y peatonalización de calles.
Ejemplos exitosos se encuentran en varias ciudades de la región. En Curitiba, Brasil, se implantó un sistema de transporte rápido pionero en Latinoamérica, que ha sido replicado posteriormente en Quito, Bogotá, San Pablo, México DF y Río de Janeiro. Otro ejemplo está en Lima, Panamá y Quito donde se están construyendo sistemas de transporte masivo –como el metro- que mejorarán la movilidad y la seguridad.
Para continuar mejorando la situación de las ciudades latinoamericanas es importante generar conocimiento a través de diversos instrumentos que, como el OMU, impulsado por CAF – Banco de Desarrollo de América Latina-, ofrecen apoyo técnico y financiero a los gobiernos para la conceptualización, diseño e implementación de programas y proyectos de inversión.
De cara al futuro, será esencial crear más proyectos urbanos en los que las personas y su bienestar (y no los automóviles) sean los auténticos protagonistas. Y es que el “problema del transporte” debe dejar de relacionarse exclusivamente con el tráfico vehicular y comenzar a vincularse con la dificultad de las personas a acceder a oportunidades (ir al trabajo, escuela, hospitales, etc.) y convivir en espacios públicos amigables que sitúen al ciudadano como protagonista. Para esto es imprescindible que se desarrollen acciones que prioricen al transporte no motorizado y público ante el privado.
Son muchos los retos que afronta América Latina para lograr que sus ciudades sean lugares más habitables, seguros y respetuosos con el medio ambiente. Pero hay cierto espacio para la esperanza si se hacen las cosas bien.
Y hacer las cosas bien significa que tanto los gobiernos como la sociedad civil y los organismos multilaterales tenemos que trabajar conjuntamente –y con determinación- para que en un futuro no tan lejano las ciudades de la región sean más competitivas, productivas, accesibles y, lo más importante, que velen por el bienestar de sus habitantes.
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