En la sala de su modestísima residencia, un globo jaspeado en numerosos colores revela que la víspera de la entrevista Lipe Collado celebró su 69 cumpleaños. Lo llevaron los hijos y los nietos, junto a un bizcocho, para festejar la vida de un hombre que hace apenas cuatro meses enfrentó el diagnóstico de un cáncer con metástasis. Brindaron a su salud y él, ese día, suspendió los medicamentos para acompañarlos como si nada estuviera ocurriendo en su vida ni en su cuerpo.
Nadie lo reconocería con el nombre de Felipe Collado. Para todos, íntimos o apenas conocidos, él es Lipe. El delgado muchacho sancarleño que siendo adolescente decidió que quería ser periodista y escritor. El que inició su andadura por las redacciones cuando el humo de la pólvora de abril de 1965 no se disipaba aún. El que en 1973 quiso contagiar su amor por la profesión usando como inoculador la docencia universitaria. El que en el ya largo trecho que va de su iniciación como periodista al hombre maduro que es hoy, ha parido novelas, ensayos, cuentos, investigación histórica, teoría del periodismo.
Oyéndolo hablar, mirándolo, nadie supondría que la enfermedad llegó a consumirlo hasta tal punto que, al verse reflejado en el espejo, él mismo se desconoció en aquella imagen. Ciento ocho libras. Piel sobre huesos. Judío en un campo de concentración nazi, dice. Pero ha plantado cara a la adversidad y, tres meses después de una prolongada y complicada operación, va recuperando poco a poco al Lipe que era. No, protestaría, el que es y siempre ha sido.
Entrevistar a un periodista, sobre todo de tu experiencia, y no hablar de periodismo es casi un pecado, así que comienzo preguntándote cómo percibes el periodismo dominicano de hoy.
Veo el periodismo en una especie de interfaz, ese interfaz que se produce con la penumbra del día a la noche. No es un tránsito auroral, sino a la inversa. Desafortunadamente, el ejercicio periodístico, no solo en la República Dominicana, pero particularmente aquí, se quedó sin régimen, sin control. Hasta cierto tiempo hubo control profesional, porque había un grupo muy activo –de periodistas en ejercicio y de aspirantes a comunicadores sociales— que velaba por unos cánones, una especie de protocolo, que tratamos de oficializar primero mediante el Sindicato Nacional de Periodistas Profesionales y luego del Colegio Dominicano de Periodistas. Pero los poderes supranacionales, uno de cuyos objetivos principales es el control de la comunicación, además del control de las instituciones económicas, se empeñaron a fondo en impedir la creación y consolidación de un Colegio que garantizara el ejercicio profesional.
¿Solo los poderes supranacionales?
Los mencioné primero, pero también sus representantes, como eran los grandes medios de comunicación, cuyo liderazgo principal en ese momento lo ejercía Germán Emilio Ornes, el director, no propietario, de El Caribe, a quien Joaquín Balaguer le entregó ese diario en teoría, no legalmente, como lo demuestra creo que Virgilio Alcántara en una tesis de grado. Estaban también los Pellerano, dueños del Listín Diario. Aunque había otros que considerábamos liberales, que siempre estuvieron de acuerdo en tranzar las diferencias. El principio que aquellos enarbolaron contra la colegiación, la obligatoriedad, en realidad nunca tuvo sentido. Impidieron, mediante sentencia amañada, desde luego, que se creara un órgano regulador que ejerciera una vigilancia ética, profesional... Ese es uno de los factores que ha provocado lo que yo denomino inundación de la comunicación social.
¿En qué consiste esa inundación?
Cuando el río crece demasiado y se desmadra, a la orilla va a parar toda la basura. Eso es característico.
¿No es un símil demasiado duro?
No, no lo es. Cuando enciendes la televisión, entras a los digitales o lees muchas de las informaciones que se publican en los impresos, te das cuenta de que hay mucha basura en la orilla del ejercicio periodístico. Hay gente que ya no insinúa. Y no estamos hablando de las nuevas generaciones; hay gente de las viejas generaciones que ejercen un liderazgo antiético abierto, público. Hay, además, lo que denomino el imperio de las instituciones económicas, su superposición a otras instituciones. Lo que el papa Francisco llamó capitalismo salvaje es lo que se ha impuesto en los medios de comunicación.
Pero el capital propietario de los medios de comunicación, ¿qué peso tiene en ese desmadre?
Un peso determinante, porque el ejercicio periodístico está signado por el dinero. Si haces un análisis de las informaciones de los medios escritos y sus casi pariguales en internet, de los radiales y los televisuales, te das cuenta de que están signados por la producción económica. Es la inversión de capital para reproducir capital, y si me estorbas, te echo a un lado. Voy más lejos: esos reyes de la comunicación están controlando ya la asignación de la publicidad. Antes, el entrelazamiento de los accionistas de los medios era una huella, hoy ya no lo es. Ese entrelazamiento ha conducido a lo que conocemos como oligopolio, que en el caso de la comunicación social se caracteriza por la concentración de muchas voces en pocas manos. Y sus componentes los puedes identificar no solo por sus nombres, sino también mediante sus empresas vinculadas.
¿Hay alguna relación de causa-efecto entre lo que vienes de definir y la pregonada merma de la capacidad de los periodistas?
Desde luego. Hay un facilismo en el periodismo. Pero, de todas maneras, hay que decir que no es exclusivo del periodismo. También ocurre, por ejemplo, en el Derecho. Yo diría que lo único que encuentro por debajo del nivel del periodismo, no quiero decir degradación, es el ejercicio del Derecho. Te lo dice alguien que estudió Derecho. Desde luego, hay un beneficio colateral en esta explosión desmedida en el campo de la comunicación: República Dominicana es el país más abierto a la información. No solo lo digo yo, lo dicen expertos internacionales, muchos de los cuales se asombran de la capacidad de opinión que tienen los dominicanos. Hay millares de opinantes.
¿Hasta dónde influye en todo esto el acceso a la tecnología, que hace innecesaria la inversión de grandes sumas para poner en línea un periódico?
Creo que es positivo porque rompe el control. Ese es uno de los dolores de cabeza de los poderes supranacionales. En los Estados Unidos, cuando surge un periódico digital en un pueblo pequeño, aparecen de inmediato la oferta de compra y las presiones. En la República Dominicana tienes el ejemplo de Remolacha...
Remolacha no es exactamente un periódico.
No, no lo es, pero tiene una gran influencia y por eso le han hecho todas las ofertas imaginables. Porque esa gente que se reúne anualmente para decidir el control del mundo considera esta proliferación uno de sus grandes problemas: no hay manera de controlarla.
Quedémonos en el ámbito dominicano, donde hay uno o más portales digitales en cada municipio, ¿la calidad de lo que se está produciendo conduce a un contrapoder comunicativo?
No, de ninguna manera. Pero a veces aparecen cosas que son verdaderamente interesantes, aunque cuando rastreas encuentres que son producidas por personas que vienen de la lucha antitrujillista o revolucionaria. Lo que me digo, entonces, es que no hay un relevo. De ese periodismo queda poco. Recuerdo que El Nacional fue una escuela del análisis y la opinión. Los periodistas discutíamos hasta el punto de que, en algunos casos, las opiniones nos dividían, aunque no nos separaban. Recuerdo haberme enemistado por dos meses con Nelson Sánchez después de una larga discusión sobre cómo se escribía una palabra.
¿Hasta cuándo fuiste docente en las escuelas de Comunicación?
Hace ya muchos años que no ejerzo la docencia. Mi última experiencia fue en la Universidad Central del Este, en la década de los años noventa.
¿Por qué desististe de la docencia?
Te voy a decir la gran verdad: llegó un momento en que me dije: “Pero ven acá, los alumnos se levantan en el aula o me paran en los pasillos para preguntarme si están en la lista o por qué les puse una nota determinada. Hace mucho tiempo que nadie me pregunta sobre una palabra, no me habla de técnica de redacción, de ningún concepto de comunicación”. De repente me encontré con un alumnado que no tenía ningún tipo de preocupación. Al propio tiempo me dije que estaba cumpliendo años y entonces fundé una editora, que tiene que ver con lo mío, que es escribir. Así que me dediqué a imprimir mis libros sin permitir que la empresa me absorbiera.
¿Y has podido vivir de tus libros?
Sí, he podido hacerlo. Soy el único escritor que llevó sus libros a ochenta y dos puntos de venta.
¿Cuántos títulos alcanza tu bibliografía?
Tengo treinta y seis títulos, y varios de ellos han sido best seller y siguen siéndolo. Todos los años hay que editar “El tíguere dominicano” y “La impresionante vida de un seductor: Porfirio Rubirosa”; de este se han vendido por lo menos ocho mil ejemplares, y del primero, diez mil. También está mi libro “Curso elemental de Periodismo”, que desplazó a los textos extranjeros en todas las escuelas de periodismo, el que también tengo que reimprimir pese a los cambios tecnológicos. Obvio, las ventas han ido disminuyendo, pero la editora no va a desaparecer ni yo voy a dejar de escribir.
¿Tienes algún libro en proyecto en este momento?
Sí, desde luego. Viene ahora la reimpresión de “Soldaditos de azúcar”, mis memorias de la Revolución de Abril, desde el principio hasta que caigo preso de las tropas norteamericanas, que me torturan hasta hacerme perder el conocimiento. Y una biografía autorizada de Ramón Montes Arache, que publicará Efemérides Patrias con motivo del cincuenta aniversario de la Revolución de Abril. Por otra parte, hay en proyecto una película basada en el libro “La batalla del Hotel Matum”.
¿Quién la produce?
La produce Ico Abreu y está también asociado Jean Guerra, el hijo de Juan Luis Guerra.
Hablemos de tu enfermedad.
Tenía una salud excelente y nunca me sentí afectado de nada hasta cuando me descubren el cáncer. El cáncer estaba a un año luz de mi porque, como le dije a un empresario amigo, uno se “supermaniza”. No solo para glorificar a mi papá, sino porque siempre me ha gustado, desde el viernes comenzaba con mi ron, con mi música, con mis cosas... Y todavía lo sigo haciendo. Yo soy del barrio San Carlos, me crié en el parque. A veces me preguntó cómo estudié. También he sido siempre un gran comelón y creo que abusé de mis intestinos. Me descubrieron unos parásitos y esa situación se prolongó durante varios meses. Rebajé mucho de peso, pero me sentía con vitalidad. Fue la doctora Gracita Fernández quien descubrió que tenía cáncer de colon y que había hecho metástasis en la vejiga.
¿Cómo recibiste la noticia?
En principio estaba negado a la posibilidad de tener cáncer. Era la gran pelea que tenía con mis hijas porque no había signos de nada. Pero un día vinieron a casa la doctora y mis familiares y me dijeron que tenía cáncer de colon. Mi reacción fue preguntarle a la doctora si le había dicho al cáncer con quién se enfrentaba, y no pudieron menos que reírse. Habían pensado que me deprimiría, pero solo pregunté qué había que hacer.
¿En ningún momento de deprimiste?
No, no, en ningún momento. Dime “jablador”, pero nunca he perdido diez minutos de sueño pensando en la posibilidad de que el cáncer me mate. He mantenido un espíritu de lucha permanente.
¿Entonces no eres de los que dicen que el sufrimiento de la enfermedad los ha llevado a un plano superior de espiritualidad?
No, no, no. Bueno... uno le presta un poco más de atención a lo espiritual, porque nunca he sido arreligioso. Fui formado en una religión, hice la comunión, pero no voy a misa. Pero algo ignoto hay. No soy de quienes afirman no creer en Dios, aunque cuando han venido religiosos a hablar conmigo les digo: “Un momento, yo de aquí para arriba (señala el espacio por encima de la cabeza), no averiguo nada. De aquí para abajo, las vainas se hacen bien o mal. Yo he tratado de hacerlas bien. Esa ha sido mi formación y sigue siéndola. De todos modos, la enfermedad despierta un estado de hipersensibilidad.
¿Cómo se manifiesta?
Con poner lo humano delante de todo. Siempre lo he hecho, pero ahora se agudiza. Yo no sé si es que te quieres santificar. Por ejemplo, ahora uso con mayor frecuencia la expresión “Dios mediante”, porque ocurren cosas...
¿Lo haces porque sientes que la muerte te ronda?
No la siento rondándome, no la siento. Creo que es una fuerza interior. Estoy convencido, no de ahora, desde hace tiempo, de lo que los griegos llamaban el demiurgo. Y yo hago lo que me dice el demiurgo. Me dijo que estudiara periodismo, y lo hice pese a la oposición de mi familia. Unos lo pueden llamar Espíritu Santo, otros de otra manera. Hay cosas que se van dando de un modo como si una mano las estuviese disponiendo. Eso es parte de la hipersensibilidad. En mi caso digo que si mis hijas no hubiesen sido obtusas dando por seguro que yo tenía cáncer, el cáncer me hubiera comido. Yo estaba vendiendo un vehículo y no había manera, pero faltando diez días se vendió. Tampoco me hubiera dejado operar por cualquiera, y da la coincidencia de que llega al país la oncóloga Ana Delia Castro, que fue madrina de mi matrimonio, y que tiene una vasta experiencia en los Estados Unidos, y me pongo en sus manos. Las cosas se van concatenando.
¿Y esa hipersensibilidad que se manifiesta en tu entorno más personal también te hace ver el país de manera distinta?
Desde luego, porque es que te cambia todo.
¿Y cómo lo ves?
Va a pasar, va a pasar. Va a suceder. ¿Entiendes? No importa que no haya indicios. No sé lo que va a suceder, pero sucederá. Hay un agotamiento. ¿Cuál es un error en el que uno puede caer? Preguntarse el cómo, el quién. No lo hago. Eso es perderse en el detalle. Escríbelo. Va a pasar. El país tiene que cambiar y va a cambiar.