Más que perfil un plano o impresión fotográfica, y en singular, un patrón presidencial. Con malevolencia se decía: cada pueblo tiene el presidente que se merece. El dicho implica maleabilidad, ahora se es más específico, en los 50 del SXX, coparon la política los persuasores invisibles (publicistas, relacionadores públicos, ingenieros sociales); los presidentes se hicieron producto con marca y en empaque.
La “persuasión” de masas es de larga data, Napoleón ya tenía su agencia de opinión pública y los tiranos son maestros en engatusar al pueblo. Lo novedoso es hacer de los políticos productos de mercado con técnicas publicitarias. Es juego rudo, la gente se controla manipulando sus instintos, emociones y sentimientos no su intelecto. Se explota la naturaleza humana, los cambios culturales, el consumidor. Algunos hacen arcadas, ahora “es concebible un mundo de dictadores camuflados, incluso usando las formas de Gobierno democrático” (Keneth Boulding), se filma spots de afinidad, imágenes con tono emotivo. No se adiestra al candidato, ni es su faz, para un publicista, “no es lo mismo vender un candidato o un auto, el candidato habla…”; pero es un producto prét-a-porter, con un patrón de presidente y con marca (“Morales”, “Trump”).
El patrón (blueprint en gringo) en cortes como modista. 1) El empaquetado (carisma), y más que competencia de precios, autosatisfacción (el votante satisfecho). El empaquetado apela a una personalidad específica de presidente. Los norteamericanos tienen el suyo: calidez, inspira confianza y más que admiración parece increíble (antes paternal ahora empresario); con sentido de humor (o desparpajo), y tiene logros no en política. Sin sesgos, todos los presidentes norteamericanos desde 1950 se ajustan a este corte. Para Bolivia se puede hacer un bosquejo: don de mando algo prepotente (capataz/sargento/dirigente-caporal/tinku); mímesis, refleja el humor de la gente, y con logros de dirigencia (sindicato, empresa, partido político). Es el culto a la personalidad, y se elige al mejor “performer”. Los norteamericanos tienen límites precisos, los bolivianos no, Tump puede tener su Trump Tower, Trump Wall; pero no un Trump Memorial; Morales, tiene coliseos, mercados, maratones, aeropuertos con su nombre y un museo. 2) El jugador de equipo, el que no se apega al pensamiento del grupo se ubica en zona de peligro (el pensamiento-grupo de Orwell). Es la racionalidad enlatada por los ingenieros sociales y los relacionadores públicos; son movimientos sociales de Morales, o gabinete de empresarios de Trump. Es emblemático ver al “hermano” presidente jugando fulbito, el equipo “contrario”, sparring, debe hacer gambetas para que el presidente haga sus jugadas. 3) El hacedor, “cada día soy cada vez mejor y mejor” ya no es estribillo, ahora está en la médula, en seminarios, textos de autoayuda, el discurso oficial: “somos el cambio”, “haremos América otra vez grande”, “Bolivia el corazón energético de Sudamérica”, “el país con el mayor crecimiento”. Declama, es puro optimismo, rumbo al edén.
Las naciones cambian cansinamente. Sus gobernantes, algunos resultan longevos, los demócratas tienen data marcada por su constitución, los reyes y los dictadores no (violan los límites —son rara avis, no interesan). En una nación que usa las formas democráticas de Gobierno con dictadores camuflados, estos se ven obligados a ajustarse al patrón presidencial, prét-a-porter, o romperlo y mostrar su verdadera naturaleza; Trump tendrá que acomodarse, Morales, busca un XXL.
El autor es administrador de empresas
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