Publicado el: 20 febrero, 2017
Por: Carmen Imbert Brugal
e-mail: imbert.brugal@gmail.com
La aseveración compromete, del mismo modo preserva. Decretar calamidades no procede, mencionar nubarrones es mejor, con la esperanza de lluvia o de cielo despejado. Octavio Paz bautizó nublado un tiempo. Expuso sus razones en aquel acopio de reflexiones acerca de un mundo que ya no es. La mención del texto y el contexto, quizás sea vana pero no banal.
Cambia la época, los paradigmas, pero el peligro es similar, cuando la emoción dicta. Rudiger Safranski dice, en una entrevista reciente, publicada en el periódico El País, algo sabido, pero lo dice él: Las redes sociales mandan, conminan. Es un concepto diferente de tiranía, advierte el filósofo y escritor alemán, se nutre del caldo de cultivo que se produce en la masa. La masa apoya, aprueba, sin reflexión alguna. También olvida. Borra rápido, como si nada. Suelta banderas y las acoge con facilidad espantosa.Cualquiera, desde la tranquilidad de su hogar, o sentado en un banco de parque, decide, amparado en un sentimiento personal, asaltar la plaza y la respuesta no dilata. Odio y miedo protagonistas. Los dos, mueven montañas. Hace 3 años, en esta columna y a propósito de un episodio que enfrentó connacionales con fiereza de guerra intestina, separamos los sentimientos y las consecuencias.
En esta época de pos verdad, remedo de otras, aunque sin la tecnología apropiada, vale la referencia al trabajo publicado. Comenzó con una cita de Balzac. Para el autor de La Comedia Humana, el odio confesado es impotencia. Por eso se oculta, apunto. Nadie se atreve a propalar su odio, mejor encubre. Especie de delito continuo, lacera, motiva. Sarna que corroe el alma, persuade.
El discurso político disfraza el odio, basta la revisión para comprobar. Determina, ordena, pero encubierto. Detrás de excusas redentoras se resguarda. Castiga, transforma y obnubila, sin embargo, no se expone, porque es de mal gusto, contraviene principios religiosos, usos y costumbres. A nadie se le ocurriría ganar adeptos propalando ¡viva el odio! aunque viva la muerte! fuera consigna. Los escritores de los discursos de Trujillo supieron esconder el odio, odiando. Exaltaban virtudes, fustigaban desertores, describían conquistas, compromisos nacionales, pero preferían el temor al odio. Mejor Maquiavelo, con su príncipe más temido que amado. Elegir entre el odio y el miedo, para el control colectivo es difícil. El odio permanece. Aglutina, sin reparar en diferencias sociales. El miedo puede vencerse y la batalla engrandece. Produce héroes, mártires, prisioneros. El miedo implica sumisión, necesidad de que alguien asuma la protección frente al peligro real o creado. Las razones se escogen para atemorizar. Frente a la amenaza ocurre la cohesión coyuntural. El aviso de un fenómeno natural exige medidas, para preservar la vida se acatan. Pasa el riesgo y vuelve la normalidad. El temor unió. Sucede con la eventualidad política. La inminencia de un ataque terrorista, de una invasión, de una sanción, provoca reacciones colectivas momentáneas. La actitud será distinta, cuando desaparezca o no ocurra la contingencia.
La difusión de los métodos del terror, las amenazas, la tortura, las cárceles para disidentes, el exilio, la perenne intimidación y extorsión a familiares y allegados, constituyen “el abono del miedo”. El teatro criminal trujillista, tiraba los cuerpos delante de las puertas, avisaba accidentes, dejaba pudrir en parques y caminos, supuestos suicidas. El aterrado entorno no miraba, no decía. El director de la campaña que logró derrotar a Pinochet, con el contundente NO, sostiene que el éxito fue descubrir que el adversario no era el general sino el miedo. El miedo puede ser causa de justificación, hasta pretexto para la comisión de una infracción. Imaginar a un imputado alegando odio para explicar un crimen, es insensato. El historiador Laurence Rees afirma: “Stalin unía con el miedo, como Hitler con el odio. Es más fácil unir a la gente alrededor del odio, que en torno a cualquier creencia positiva”. Nublado el tiempo. Compiten el odio y el miedo. Ha sido así. Evitar el triunfo de cualquiera de los dos, es el desafío.
Cambia la época, los paradigmas, pero el peligro es similar, cuando la emoción dicta. Rudiger Safranski dice, en una entrevista reciente, publicada en el periódico El País, algo sabido, pero lo dice él: Las redes sociales mandan, conminan. Es un concepto diferente de tiranía, advierte el filósofo y escritor alemán, se nutre del caldo de cultivo que se produce en la masa. La masa apoya, aprueba, sin reflexión alguna. También olvida. Borra rápido, como si nada. Suelta banderas y las acoge con facilidad espantosa.Cualquiera, desde la tranquilidad de su hogar, o sentado en un banco de parque, decide, amparado en un sentimiento personal, asaltar la plaza y la respuesta no dilata. Odio y miedo protagonistas. Los dos, mueven montañas. Hace 3 años, en esta columna y a propósito de un episodio que enfrentó connacionales con fiereza de guerra intestina, separamos los sentimientos y las consecuencias.
En esta época de pos verdad, remedo de otras, aunque sin la tecnología apropiada, vale la referencia al trabajo publicado. Comenzó con una cita de Balzac. Para el autor de La Comedia Humana, el odio confesado es impotencia. Por eso se oculta, apunto. Nadie se atreve a propalar su odio, mejor encubre. Especie de delito continuo, lacera, motiva. Sarna que corroe el alma, persuade.
El discurso político disfraza el odio, basta la revisión para comprobar. Determina, ordena, pero encubierto. Detrás de excusas redentoras se resguarda. Castiga, transforma y obnubila, sin embargo, no se expone, porque es de mal gusto, contraviene principios religiosos, usos y costumbres. A nadie se le ocurriría ganar adeptos propalando ¡viva el odio! aunque viva la muerte! fuera consigna. Los escritores de los discursos de Trujillo supieron esconder el odio, odiando. Exaltaban virtudes, fustigaban desertores, describían conquistas, compromisos nacionales, pero preferían el temor al odio. Mejor Maquiavelo, con su príncipe más temido que amado. Elegir entre el odio y el miedo, para el control colectivo es difícil. El odio permanece. Aglutina, sin reparar en diferencias sociales. El miedo puede vencerse y la batalla engrandece. Produce héroes, mártires, prisioneros. El miedo implica sumisión, necesidad de que alguien asuma la protección frente al peligro real o creado. Las razones se escogen para atemorizar. Frente a la amenaza ocurre la cohesión coyuntural. El aviso de un fenómeno natural exige medidas, para preservar la vida se acatan. Pasa el riesgo y vuelve la normalidad. El temor unió. Sucede con la eventualidad política. La inminencia de un ataque terrorista, de una invasión, de una sanción, provoca reacciones colectivas momentáneas. La actitud será distinta, cuando desaparezca o no ocurra la contingencia.
La difusión de los métodos del terror, las amenazas, la tortura, las cárceles para disidentes, el exilio, la perenne intimidación y extorsión a familiares y allegados, constituyen “el abono del miedo”. El teatro criminal trujillista, tiraba los cuerpos delante de las puertas, avisaba accidentes, dejaba pudrir en parques y caminos, supuestos suicidas. El aterrado entorno no miraba, no decía. El director de la campaña que logró derrotar a Pinochet, con el contundente NO, sostiene que el éxito fue descubrir que el adversario no era el general sino el miedo. El miedo puede ser causa de justificación, hasta pretexto para la comisión de una infracción. Imaginar a un imputado alegando odio para explicar un crimen, es insensato. El historiador Laurence Rees afirma: “Stalin unía con el miedo, como Hitler con el odio. Es más fácil unir a la gente alrededor del odio, que en torno a cualquier creencia positiva”. Nublado el tiempo. Compiten el odio y el miedo. Ha sido así. Evitar el triunfo de cualquiera de los dos, es el desafío.
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