En apenas una década, YouTube se ha convertido en un colosal contenedor de vídeos. Cada minuto, los usuarios suben a esta plataforma 300 horas. Abundan las piezas caseras, realizadas con medios modestos por esa nueva estirpe de líderes de la Red: los youtubers. Se dirigen a los adolescentes, son provocadores e irreverentes y algunos han hecho de esta actividad una profesión lucrativa con millones de euros de ingresos al año.
Precisamente por esa proyección pública, a los youtubers se les exige un comportamiento ético ejemplar. Los comentarios xenófobos, las pancartas racistas o las bromas de mal gusto se pagan caro. Lo acaba de experimentar PewDiePie, una superestrella del mundo online de cuya fama dan muestra los 53 millones de suscriptores que arrastra. Este sueco, que aún no ha cumplido los 30, se llama en realidad Felix Kjellberg y pasa por ser el youtuber más popular y rico, con ingresos que en un año superan los 14 millones de euros, en parte gracias al acuerdo firmado con la factoría Disney.
Su fabuloso contrato ha sido cancelado por las exaltaciones nazis y los mensajes antisemitas exhibidos por PewDiePie en varios vídeos. En uno de ellos, dos indios sonrientes (a quienes pagó cinco euros por su trabajo) sostienen un cartel en el que se leía “Muerte a todos los judíos”. En otra pieza proclamaba que “Hitler no hizo nada mal”. El diario The Walt Street Journal escrutó los vídeos de PewDiePie durante varios meses y descubrió que al menos nueve estaban revestidos de una inconfundible parafernalia nazi.
Estos contenidos han sido suficientes para que tanto Disney como Google (dueña de YouTube) hayan roto su relación comercial con el joven sueco. De nada ha servido su aparente arrepentimiento ni sus reiterados intentos por convencer a ambas compañías de que no apoya la violencia ni se alinea con las tesis antisemitas. Tampoco ha jugado a su favor el hecho de que la página neonazi The Daily Stormer se refiriera a PewDiePie como “uno de los nuestros”. La política de YouTube es clara: para participar en el Programa de Obtención de Ingresos (es decir, para poder monetizar un vídeo) los contenidos deben eludir la política, la violencia, las “escenas de carácter sugerente”, el lenguaje obsceno y la incitación a las drogas.
Cortar el grifo de los ingresos a quienes vulneren esas normas es una de las medidas más efectivas. La empresa Nestlé se la aplicó al youtuber español JPelirojo cuando este publicó sobre la cogida mortal del torero Víctor Barrio mensajes de este tenor: “Me alegra porque es gracias a su muerte que termina la tortura hacia un animal que nunca quiso violencia”. Nestlé le rescindió el contrato sin miramientos. Reset, un youtuber chino asentado en España, no se quedó en las palabras. Rellenó una galleta con dentífrico y se la dio de comer a un mendigo. Grabó la escena y la subió a Red. La Fiscalía se le echó encima. Solo así, con acciones contundentes, se podrá evitar que la Red sea un altavoz para neonazis, xenófobos o simples delincuentes.
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