23 de julio de 2016 - 12:10 am -
Para superar la crisis de ética no bastan llamamientos, sino una transformación de la sociedad. Antes que ética, la cuestión es política, pues la política está estructurada sobre relaciones profundamente anti-éticas.
El país, desde cualquier ángulo que lo consideremos, está contaminado de una espantosa falta de ética. El bien solo es bueno cuando es un bien para sí y para los otros, no es un valor buscado y vivido, sino que lo que predomina es la habilidad, quedar bien, ser listillo, el jeitinho y la ley de Gerson.
Los distintos escándalos que se han dado a conocer, revelan una falta de conciencia ética alarmante. Diría, sin exagerar, que el cuerpo social brasilero está de tal manera putrefacto que dondequiera que se produzca un pequeño arañazo ya muestra su purulencia.
La falta de ética se revela en las cosas mínimas, desde las mentirijillas que se dicen en casa a los padres, la chuleta en la escuela o en los concursos, el soborno de agentes de la policía de tráfico cuando alguien es sorprendido en una infracción de tránsito, hasta hacer pipí en la calle.
Esta falta generalizada de ética hunde sus raíces en nuestra prehistoria. Es una consecuencia perversa de la colonización. Esta impuso al colonizado la sumisión, una total dependencia a la voluntad del otro y la renuncia a tener su propia vida. Quedaba al arbitrio del invasor. Para escapar al castigo, se obligaba a mentir, a esconder sus intenciones y a fingir. Esto lleva a la corrupción de la mente. La ética de la sumisión y del miedo como mostró Jean Delumeau (El miedo en Occidente) lleva fatalmente a una ruptura con la ética, es decir, comienza a faltar a la verdad, a nunca poder ser transparente y, cuando puede, perjudica a su opresor. El colonizado se obligó, como forma de supervivencia, a mentir y a encontrar la manera de burlar la voluntad del señor. La Casa Grande y la Senzala son un nicho productor de falta de ética por la relación desigual de señor y de esclavo. El ethos del señor es profundamente anti-ético: él puede disponer del otro como quiera, abusar sexualmente de las esclavas y vender a sus hijos pequeños para que no se apeguen a ellos. Nada más cruel y anti-ético que eso.
Este tipo de ética deshumana crea hábitos y prácticas que, de una u otra forma, continúan presentes en el inconsciente colectivo de nuestra sociedad.
La abolición de la esclavitud ocasionó una maldad ética inimaginable: se dio libertad a los esclavos, pero sin proporcionarles un pedacito de tierra, una casita y un instrumento de trabajo. Fueron lanzados directamente a la favela. Y hoy por causa de su color y pobreza son discriminados y humillados, y son las primeras víctimas de la violencia policial y social.
La situación, en su estructura, no cambió con la República. Los antiguos señores coloniales fueron sustituidos por los coroneles y señores de grandes haciendas y capitanes de la industria. Ahí las personas eran superexplotadas y totalmente dependientes. Los comportamientos no eran éticos, faltaba el respeto a las personas y la garantía de sus derechos mínimos. Eran carbón para la producción.
Las relaciones de producción capitalista que se introdujeron en Brasil mediante el proceso de industrialización y modernización fueron salvajes. Nuestro capitalismo nunca fue civilizado: conservó la voracidad de acumulación de sus orígenes en los siglos XVIII y XIX. La explotación inmisericorde de la fuerza de trabajo, los bajos salarios son situaciones éticamente condenables. ¿Cómo superar esa situación que nos llena de vergüenza?
Antes de hacer la más mínima sugerencia, es importante hacer una auto-crítica. ¿Qué educación dieron los centenares de escuelas católicas y cristianas y las 16 universidades católicas (pontificias o no) a sus alumnos? Bastaba haber enseñado lo mínimo del mensaje de Jesús de amor a los pobres y contra su pobreza para superar los niveles de miseria actual. Ellas se transformaron en incubadoras de opresores. Crearon un cristianismo cultural, de creencia, pero no de una fe comprometida por la justicia. Por eso sus alumnos raramente tienen incidencia social. El mantenimiento del statu quo está por encima de los cambios.
Para superar la crisis de ética no bastan llamamientos, sino una transformación de la sociedad. Antes que ética, la cuestión es política, pues la política está estructurada sobre relaciones profundamente anti-éticas.
Siendo brevísimo: todo debe comenzar en la familia. Crear carácter (uno de los sentidos de ética) en los hijos, formarlos en la búsqueda del bien y de la verdad, no dejarse seducir por la ley de Gerson y evitar, sistemáticamente, el jeitinho. Principio básico: tratar siempre humanamente al otro. Tomar absolutamente en serio la ley áurea: “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”. Sigue el precepto de Kant: el principio que te lleva a hacer el bien, sea válido también para los otros. Oriéntate por los diez mandamientos que son universales. Traducidos para hoy, “no matar” significa: venera la vida, cultiva una cultura de no violencia. “No robar”: obra con justicia y corrección y lucha por un orden económico justo. “No cometer adulterio”: ámense y respétense, y oblíguense a cultivar la igualdad y el compañerismo entre el hombre y la mujer.
Esto es lo mínimo que podemos hacer para airear la atmósfera ética de nuestro país. Repitiendo al gran Aristóteles: “no reflexionamos para saber lo que es la ética, sino para hacernos personas éticas”
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