Manuel Hernández VilletaA Pleno Sol
No es un tremendismo pensar sobre la fragilidad de las instituciones dominicanas. No hay fortaleza, porque su tabla de sustentación es demasiado nueva y sobre todo frágil. Si se analiza con sinceridad, no pasa de un puñado de años en que se pueda hablar de solidificación de las instituciones dominicanas.
El siglo 20 se puede llamar la época de los horrores. Se vivieron dos intervenciones militares norteamericanas, el país conoció las guerrillas de concho-primo y los generales que buscaban la independencia de su pedazo de tierra.
Dos hombres se llevaron 50 años de la vida pública dominicana gobernando con puño de hierro. Rafael Leónidas Trujillo Molina fue un dictador sanguinario, y el doctor Joaquín Balaguer lo que se podría llamar un déspota ilustrado.
Trujillo solidificó su régimen haciendo añagazas de artículos y sentencias. La República Dominicana era una finca de su propiedad y al mismo tiempo que promulgaba un código de justicia, hería sensibilidades con el fatídico Foro Público. Las instituciones no florecieron en la dictadura de Trujillo, porque donde se ahoga el libre pensamiento y los derechos humanos, todo perece bajo la bota de un bárbaro.
Al doctor Balaguer le tocó gobernar uno de los períodos más difíciles de la historia dominicana. Fue inmediatamente después de la revolución de abril y la intervención militar norteamericana. Su mea-culpa es que le tocó el trago amargo y se lo tomó, de tener que permitir una guerra de exterminio dirigida por organismos de inteligencia extranjeros.
De la muerte de Trujillo en adelante se dio la inestabilidad de gobierno que no pudieron ser representativos, y cuando el pueblo eligió al profesor Juan Bosch, éste fue derrocado rápidamente por un golpe de Estado militar, con apoyo de la iglesia católica.
¿En qué momento han podido florecer las instituciones y las leyes dominicanas?. Prácticamente no han germinado en medio de dictaduras, golpes de Estado, intervenciones militares y malos gobiernos. Hoy, hay que ir al paso, con lentitud, aplicando todas las reformas que sean necesarias, para que no se queden congeladas, a medio camino y se olviden en breve.
Hay que institucionalizar el país, pero en base al consenso y al respeto al derecho de cada cual. Es un largo camino que ahora si apenas comenzamos a transitarlo. Correr demasiado rápido con los pies descalzos, trae malos resultados y abandono de la carrera apenas comenzada.
Por Manuel Hernández Villeta
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