AUTOR
Publicamos hoy el segundo "capitulo" de una serie de tres escritos de Juan Calduch Cervera, doctor arquitecto y profesor de la universidad de Alicante, que nos propone una clave de lectura muy interesante sobre los "monumentos".
Juan Calduch (invierno, 2016)
La palabra monumento procede del latín y se refiere a algo que conserva la memoria. Un edificio monumental, con su presencia, mantiene vivo el recuerdo de lo que no se debe olvidar. En 1956 Sigfried Giedion escribió el libro Architektur und Gemeinschaft (traducido en Buenos Aires al castellano en 1957 como Arquitectura y comunidad) donde recogía de nuevo el texto redactado en 1943 junto con Josep Lluís Sert y Ferdinand Léger titulado “The New Monumentality” (Una nueva monumentalidad) que había sido ya incluido anteriormente en el libro de Paul Zucker New Architecture an Cityplanning (1944) (Nueva arquitectura y planeamiento urbano).
La tesis de Giedion, Sert y Léger es que la arquitectura moderna, que en su primera etapa de entreguerras había centrado sus esfuerzos en resolver la vivienda social (en Alemania y Holanda, principalmente), y en un segundo momento había planteado la planificación urbana a partir de los barrios de viviendas (en los CIAM de Bruselas y Atenas), tenía como nuevo desafío expresar en edificios monumentales los valores compartidos de la cultura moderna. La arquitectura del periodo que se abría debía levantar obras que, superando los viejos monumentos dedicados a reyes, generales y triunfos bélicos, fueran capaces de rememorar y reivindicar los ideales y principios de la sociedad actual garantizando su memoria. Posiblemente la cuestión denunciada por los autores no era tanto una carencia de la propia arquitectura moderna, incapaz de devenir monumental, sino de la ausencia de hechos dignos de ser preservados por la colectividad.
Hoy existen ya monumentos que nos recuerdan situaciones que no debemos olvidar. Tres de ellos son: la Risiera di San Sabba (Trieste), el Campo de Concentración y el memorial de Buchenwald (Weimar) y la Biblioteca Nacional y Universitaria de Bosnia y Herzegovina (Sarajevo).
2.- CAMPO DE CONCENTRACIÓN Y MEMORIAL DE BUCHENWALD (WEIMAR)
Weimar, con apenas 65000 habitantes, es, quizás, un ejemplo del altísimo nivel cultural que se puede concentrar en una pequeña ciudad a lo largo de la historia. Allí vivieron Lucas Cranach el Viejo, Goethe, Schiller, Herder, Liszt, Nietzsche o Van de Velde, por citar sólo algunos de sus más importantes ciudadanos. En ella abrió sus puertas el BAUHAUS bajo la dirección de Walter Gropius, impartiendo sus enseñanzas Paul Klee, Vasili Kandinsky y Johannes Itten entre otras figuras relevantes del arte de vanguardia. Y de sus aulas salieron destacados arquitectos del siglo XX como Marcel Breuer. Tras la primera guerra mundial Weimar se convirtió en la capital de la república cuyas autoridades, buscando su seguridad, habían abandonado Berlín huyendo de la convulsa situación política alemana.
En la colina de Ettersberg, próxima a la ciudad, se encuentra un frondoso bosque por donde iba a pasear Goethe. En su ladera norte se taló un inmenso claro para levantar el campo de concentración de Buchenwald puesto en funcionamiento en 1937 (1). Cuando el 11 de abril de 1945 fue liberado por el Tercer Ejército norteamericano habían sido confinados allí más de 250000 prisioneros de 50 naciones de los que unos 56000 habían muerto, la mayoría de ellos como consecuencia de las torturas, las ejecuciones públicas y la explotación. Jorge Semprún, que estuvo allí encerrado, cuenta en su libro L’écriture ou la vie (1994) que los pájaros desaparecieron del bosque huyendo del olor a carne quemada.
1.- Planta general: Campo y memorial
2.- Maqueta del campo de concentración. En primer término las naves de trabajos forzados
La ordenación general del campo tiene una estructura planificada rigurosa respondiendo a una disposición racional perfectamente trazada (2). Su morfología separa los distintos usos en ámbitos diferenciados ajustándose a una precisa zonificación. Destaca la distribución sistemática de los pabellones de prisioneros que se despliegan en arco por la pendiente confluyendo hacia la gran plaza en la cota más elevada tras los edificios de acceso. En un lateral de esa explanada, separado por unos talleres, estaba el crematorio con su chimenea marcando el hito visual y más emblemático del conjunto. En un extremo, al fondo de los pabellones, se encontraban los edificios de intendencia: el control de ingresos, la confiscación de las pertenencias personales de los detenidos, el área de desinfección, el instituto de higiene de las SS… En la otra esquina se situaban la enfermería, el bloque de aislados, las letrinas… El recinto estaba rodeado por una alambrada electrificada y, fuera de él, separados y protegidos por una amplia franja arbolada, se encontraban los cuarteles de las SS, distribuidos de forma radial, perimetrales a un gran semicírculo. Algo apartada, había una estación de ferrocarril junto a la que se disponían alineadas en retícula las naves de trabajos forzados. Entre los árboles del bosque, dispersas por la cumbre de la colina, tenían sus casas los oficiales y había otros pequeños edificios para aislar a prisioneros ilustres como el que había sido el presidente del frente popular de la república francesa Leon Blum. Un poco más alejados se localizaban los talleres y garajes. Diseminados por la pendiente sur de la colina, camuflados por el bosque, se abrían grandes fosos donde se vertía la ceniza del crematorio. Todas estas zonas se conectaban con vías claramente jerarquizadas según su función. Especial significado tenía la ruta que conducía desde la estación ferroviaria a la entrada del campo por donde pasaban, hostigados por perros, los prisioneros que llegaban exhaustos.
3.- Vista aérea del campo.
4.- 2014: Cementerio soviético
La morfología urbana de Buchenwald parece el reflejo paradigmático de las propuestas vanguardistas de la ciudad zonificada (3). Es como la plasmación real del urbanismo racionalista. Michel Foucault (“Espacios otros: utopías y heterotopías”, 1978, Carrer de la Ciutat, nº 1, págs. 5-6) opone a las utopías, que nos presentan lugares idílicos y deseados pero inexistentes, las heterotopías que son los “espacios reales […] representados, contestados e invertidos”. Buchenwald es la heterotopía realizada de la soñada ciudad moderna que nunca se llegó a construir, porque presenta, invertidos, todos sus componentes más relevantes. Son el reverso de los usos que les asignaba el nuevo urbanismo. El hito visual más emblemático, que en la ciudad lo asume la torre del ayuntamiento o el campanario de la iglesia, aquí era la chimenea del horno crematorio situado estratégicamente en la parte más visible desde todo el conjunto de pabellones. La gran plaza no era el ámbito de convivencia comunitaria sino el punto de control, donde se impartían las órdenes y se realizaban las ejecuciones. Las letrinas eran el lugar de la esperanza, sitio de encuentro y de fraternidad entre los prisioneros, donde se organizaba la resistencia compartiendo proyectos y consignas porque era el único recinto donde no entraban los guardianes por su olor nauseabundo y su ambiente repugnante. La alambrada no era la muralla que protege de un exterior agresivo sino la argolla que ahogaba sin escapatoria.
Tras la liberación, cuando el ejército soviético de ocupación se asentó en el país, Buchenwald recuperó su función como campo de prisioneros aunque, ahora, los presos eran los otros. Entre 1945 y 1950 cuando se clausuró, habían pasado por este campo más de 28000 cautivos (4). A partir de esa fecha fue desmantelándose. La mayoría de edificios, pabellones, naves e instalaciones, han desaparecido. Actualmente, las construcciones que permanecen se distribuyen dispersas por todo el conjunto. Pero persisten entre los edificios supervivientes, como huellas arqueológicas de lo que fue, el trazado, los cimientos, las vías abandonadas del ferrocarril, el crematorio con su chimenea, el acceso, el cementerio soviético… El árbol donde, según la tradición, se sentaba Goethe a descansar, ahora es sólo un tocón muerto entre los vestigios de los pabellones. (5)
5.- Tocón del árbol de Goethe
En 1958, en la pendiente suroeste de la colina de Ettersberg, la República Democrática Alemana erigió elNationale Mahn –und Gedenkstätte Buchenwald: un memorial en recuerdo de todas las víctimas de los nazis en los campos de concentración (6). Lo preside una alta y rotunda torre maciza de piedra, situada en la parte más elevada, a cuyos pies se extiende una vasta explanada donde caben grandes concentraciones de masas para ser arengadas desde la torre. Una torpe escultura realista (7) de un grupo de hombres (ninguna mujer) preside la desmesurada escalinata que desciende hasta un recinto circular formado por un potente muro de piedra de sillares rústicos que acoge un gran foso (8). De aquí sale hacia el oeste un amplio y enlosado paseo ligeramente curvo llamado la Vía de las Naciones, jalonado por dieciocho contundentes pilones de piedra rematados por enormes pebeteros de bronce (9). Este recorrido termina en otro gran foso circular y aún hay otro similar en mitad de su trazado. Los tres están en los lugares que fueron los vertederos de las cenizas procedentes del crematorio. El memorial, con su rigidez hierática y aplastante, es visible desde toda la comarca.
6.- Vista aérea del memorial
7.- Memorial: monumento escultórico y torre
8.- 2014: Memorial: escalinata y torre vista desde el foso
9.- Memorial: Vía de las Naciones
La prepotencia abrumadora de la torre con sus fábricas de piedra, su situación como fondo de la amplia escalinata que incrementa su imagen dominante, y la escala desproporcionada de los recintos y elementos que configuran el conjunto transmiten una inquietante sensación de poder que aturde y anula. Más que el recuerdo de los muertos este memorial parece una terrible advertencia a los vivos.
10.- 2014: Rótulo de entrada en la puerta del campo de prisioneros de Buchenwald
Al horror sobrecogedor y silencioso que se respira en Buchenwald se superpone el pasmo paralizador producido por el gigantismo megalómano del memorial: Jedem das seine. “A cada uno lo suyo” nos advierte un letrero en la entrada al campo de concentración (10). Esta doble y diferente memoria, que ambos, el campo y el memorial, evocan a su manera, debería hacernos reflexionar sobre otras posibles formas de convivir y sobre la obligación que tenemos de encontrarlas como prueba inequívoca del nivel que debería alcanzar nuestra cultura actual.
JUAN CALDUCH CERVERA (Pedralba, 1950)
Doctor arquitecto (UP València). Catedrático de Composición (U d’Alacant). Especialista en restauración arquitectónica (MOPU). Arquitecto funcionario de carrera del estado (en excedencia voluntaria). Director del Grupo de Investigación A-C A (UA). Campañas de excavación en Pompeya con el Grupo de Arqueología (UA). Premios en concursos de arquitectura. Cursos, seminarios y conferencias en las universidades de València, Barcelona, Colima (Mx), La Habana y París. Miembro del comité científico o editorial de revistas varias académicas de arquitectura. Evaluador dela ANEP y de revistas académicas. Ponencias en congresos internacionales. Publicaciones de libros y artículos en revistas especializadas de arquitectura.
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