Publicado el: 2 noviembre, 2016
Por: Luis Scheker Ortiz
e-mail: l.scheker@hoy.com.doLa corrupción. Lo más preocupante de la corrupción es la impunidad. La forma como ha podido penetrar y ser admitida. La manera cómplice como se introduce y se extiende ramificada y organizada estructuralmente en los organismos del gobierno constituyendo una red casi infranqueable, permeando las instituciones de derecho público y los diferentes estratos sociales de la que no escapan notables miembros de la pequeña y poderosa oligarquía, a la que deben sumarse “los nuevos ricos.”
El Diccionario de la Real Academia, la define: “Descomposición o alteración viciosa de la naturaleza de una cosa”. Corrupto: “Aquel que con su actuación se deja, procura, fomenta o permite, por cualquier medio, sobornar, pervertir o viciar.”
En nuestro país, la corrupción se ha extendido y echado raíces profundas y peligrosas, lo que es motivo de justa y honda preocupación. Sin embargo se tolera y admite sin rubor. La bancarrota moral de nuestros partidos políticos, y gobernantes llegados al poder legitimados por nuestro voto describe una realidad. Se habla de manera festiva, como si nada importara, del desfalco de los bienes del Estado, del endeudamiento público, ruinoso e irresponsable, que colocan al país al borde de la quiebra, del déficit fiscal sin precedentes, del clientelismo y el desmadre de los salarios mientras el barómetro que mide y evalúa la corrupción de latinoamericana y mundial nos coloca en posiciones cimeras en términos negativos.
¿Donde hemos fallado para merecer esta dura recriminación? No en la capacidad de crecimiento económico, sí en la malvada e injusta distribución de la riqueza. Un factor importante, es la debilidad institucional de los organismos políticos y administrativos anclados en un sistema político poco representativo donde los valores éticos y morales poco importan o nada representan. La corrupción no es solo atribuible al Estado. El es el mayor responsable, porque el accionar de su gobierno debería servir de buen ejemplo. Ello no excluye la responsabilidad de ningún sector ni de persona alguna. Cada quien es responsable de sus actos, desde cualquier posición que ocupe, social, laboral, familiar, profesional docente y educativa
Como seres gregarios todos formamos parte importante de la familia humana y tenemos las mismas obligaciones. Unos más que otros por su prestigio o fortuna. A mayor elevamiento, mayor responsabilidad.
Quien no cumple con su función social, con su deber ciudadano y viola la ley o desconoce las normas morales y éticas que el buen comportamiento impone, no está exento de culpa. Pero eso no se quiere entender.
La misión de los partidos políticos es llegar al poder para servirle al pueblo, garantizando un sistema de vida ordenada, sustentada en la normativa y principios contenidos en la Constitución de la República, como expresión legítima de la soberanía popular. Pero la praxis del poder político reniega de la moral, de la ética y de ese ordenamiento superior cuando hace prevalecer sus intereses particulares inmediatos y termina defraudando la confianza depositada del electorado frustrando las expectativas de crecimiento, bienestar y justicia social.
El quehacer político desde el poder moralmente se ha degradado, confabulado con la corrupción. Y así no puede ser…
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