Es verdad que, en líneas generales, Estados Unidos es una nación que defiende en el mundo la libertad y la democracia pluralista. Negarlo sería instalarse en el sectarismo. También es verdad que ha pactado y colaborado con regímenes dictatoriales. A lo largo de mi dilatada vida profesional he asistido al apoyo de la democracia estadounidense a la dictadura de Chiang Kai-chek en Taiwan, a la dictadura de Franco en España, a la dictadura de Salazar en Portugal, a la dictadura de Suharto en Indonesia, a la dictadura de Marcos en Filipinas, a la dictadura de Mobutu en el Congo, a la dictadura de Ne Win en Birmania, a la dictadura de Van Thieu en Vietnam, a la de los regímenes dictatoriales hereditarios de Arabia Saudí y Kuwait y a numerosos dictadores de Iberoamérica y de África.
La esclavitud permaneció en la democracia de Estados Unidos desde 1776 hasta 1865. Los presidentes Washington y Jefferson se llevaron como personal de servicio doméstico a su residencia oficial a varios esclavos de los que eran propietarios. Tras la guerra civil, la discriminación de los negros fue un hecho hasta muy avanzado el siglo XX incluso en los ascensores, los autobuses, los parques y, por supuesto, la educación. Por otra parte, las mujeres no tuvieron derecho a votar en la democracia estadounidense hasta 1920 y la Casa Blanca mantiene incluso hoy algunas formas de colonialismo.
Sería arriesgado afirmar que el establishment impondrá a Donald Trump la defensa de la libertad en el mundo. El beneficio económico de las multinacionales y la conveniencia militar han cuarteado demasiadas veces la exigencia de libertad por parte de Estados Unidos. Por eso las excentricidades y ocurrencias del presidente electo alarman en los sectores intelectuales más cualificados de Europa. Si antes no había garantías de que la defensa de los derechos humanos se antepondría a todo, mucho menos ahora.
Y vayamos con la primera en la frente. Donald Trump ha tendido la mano abierta a Marine Le Pen, una mujer inteligente que acaudilla un partido de extrema derecha. El sistema democrático que estableció De Gaulle con elecciones a doble vuelta expelió a Le Pen padre y ha dejado en pernetas la representación de su díscola hija.
El Pentágono y el establishment estadounidense impedirán a Donald Trumpcualquier veleidad que fracture la estabilidad de la gran nación americana. Pero el nuevo presidente puede hacer mucho daño a la causa de la libertad y de los derechos humanos. Por eso parece necesario que los líderes de opinión políticos y periodísticos hagan frente a cualquier ocurrencia del señor Trump, aunque, por el momento, haya moderado su discurso y puesto los pies en la realidad. Las descalificaciones antes de tiempo no conducen a nada.
En ristre su cabellera cardada y gualda, Donald Trump se dispone a abalanzarse sobre el despacho oval entre la zozobra general y la alarma creciente de las gentes abrazadas a la causa de la libertad. En un mundo globalizado y de comunicación instantánea, depende de todos que no se desborden las aguas y aneguen lo mucho que se ha conseguido en las últimas décadas a favor de la libertad y de los derechos humanos.
Luis María Anson, de la Real Academia Española
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