Por: Sorayda Peguero
Ella, la mujer que le dio una bofetada a un dictador sin levantar la mano, se llamaba Minerva.
Minerva Mirabal Reyes. Una noche de octubre de 1949 no le quedó otro remedio que bailar con Rafael Leónidas Trujillo. Ella lo detestaba. Ni siquiera quería ir a esa fiesta. Pero hacerle un desplante a uno de los dictadores más crueles de Latinoamérica era una apuesta demasiado arriesgada.
Bailaron. Conversaron:
— ¿Usted tiene novio?
— No.
— ¿Y a usted no le interesa mi política, o no le gusta?
— No, no me gusta.
— ¿Y si yo mando a mis seguidores a conquistarla?
— ¿Y si yo los conquisto a ellos?
Minerva Mirabal nació en República Dominicana el 12 de marzo de 1926. Murió el 25 de noviembre de 1960. La mataron a palos. Cumpliendo órdenes de Trujillo, ella, dos de sus hermanas y el chofer que conducía el jeep en que viajaban fueron interceptados en una carretera y apaleados en un cañaveral. Después, colocaron sus cuerpos en el jeep y los lanzaron a un precipicio. En un telegrama que la policía le entregó a la familia decía: “Murieron en el accidente Patria Mirabal, María Teresa Mirabal, Rufino de la Cruz y otra no identificada”.
En la escuela primaria, en la víspera del 25 de noviembre, los profesores de historia nos recordaban que las hermanas Mirabal habían sido perseguidas, encarceladas en reiteradas ocasiones y asesinadas por enfrentar la dictadura de Trujillo. Yo estaba obsesionada con Minerva. Sabía que había contagiado el germen del activismo político a sus hermanas; que cuando se graduó de abogada en la Facultad de Derecho de la Universidad de Santo Domingo, Trujillo le prohibió ejercer; que era una rebelde con causas muy claras. Sabía que era hermosa, brava, irreverente, hermana de tres mujeres, madre de dos hijos y esposa de un compañero de lucha. Pero no era suficiente. Me faltaban los dinteles que sostienen la memoria. Me faltaban los detalles.
En 2009, Bélgica (Dedé) Mirabal, la hermana que sobrevivió a la dictadura, reunió sus recuerdos en un libro: Vivas en su jardín. Entonces supe que Minerva sembraba rosas y buganvilias de todos los colores; que trazaba senderos de piedra en el patio de su casa; que leía hasta muy tarde, porque “dormir mucho era perder el tiempo”, y ella prefería alargar sus noches saboreando una taza de café muy caliente, en compañía de Federico García Lorca, Émile Zola, Victor Hugo, Cervantes, Shakespeare o Tolstoi. Supe que era una idealista ingobernable: “Cuando trato de amoldarme a la realidad me parezco a esos ríos de aguas turbias que no dejan ver el fondo”. Supe que de sus manos gráciles y delicadas brotaban venas como raíces; que esculpía, pintaba y bordaba; que recitaba poemas con la mirada perdida. Supe que sus ojos y su pelo eran una manifestación pura de los misterios del azar: intensamente negros.
Uno de los cinco autores materiales del crimen explicó que, después de armarse con palos, cada uno de los asesinos se alejó del resto para ejecutar a su víctima. “Alfonso Cruz Valerio eligió a la más alta”, confesó el asesino durante el juicio. ¿Acaso sabía su nombre? ¿Sabía que ella, “la más alta”, fue la mujer que en una pista de baile le hundió el ego a su temible jefe sin más armas que la franqueza de sus palabras?
* En 1981 se celebró en Bogotá el primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe. En memoria a las hermanas Mirabal, la delegación dominicana propuso que se designara el 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. 80 países respaldaron la petición. La moción fue aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de 1999.
sorayda.peguero@gmail.com
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