Dictaduras y desafío de papel
Ninguna dictadura, por muchas ametralladoras y tanques que la defiendan, puede aceptar el desafío de la literatura. Los dictadores de todos los confines tienen en su programación genética el odio a los escritores. Y los que les han tocado a lo largo de la historia a América Latina -que conforman una legión variada- han sido siempre devotos de ese rencor y de sus miedos a la hora de hallar una solución para sacar de escena a los intelectuales y los artistas.
Los hombres del poder han utilizado el asesinato, la cárcel y el exilio como método infalible para callar las voces críticas y, aunque es cierto que quedan en la memoria demasiados episodios extravagantes y creativos de crueldad oficial, no se puede negar que aquellos personajillos de tricornios, charreteras llenas de galones y estrellas han pasado a la historia y, parece, que no tienen regreso.
Quedan la dictadura castrista y otros aspirantes menos antiguos y sonoros, pero también les llegará su momento.
Hay que creer que la atmósfera política que presenta ahora Latinoamérica tiene alguna deuda con la lucidez, el valor y los sacrificios de centenares de escritores y artistas que han padecido la represión de los dictadores, sus amanuenses y sus cómplices.
La lista de escritores perseguidos y muertos por aquellos generales sin batallas que entraron a los palacios de gobierno por la fuerza es enorme y dramática. Incluye al argentino Haroldo Conti, secuestrado en Buenos Aires en 1976, al que vieron por última vez sometido a una sesión de martillazos en sus manos en una estación de policía mientras repetía en voz alta: «Yo soy Haroldo Conti. Yo soy Haroldo Conti».
A su lado puede estar su compatriota, el poeta Juan Gelman, fallecido en 2014 en su exilio de México con la amargura del asesinato de su hijo y su nuera levemente aliviado por el rescate, después de muchos años, de la nieta, criada en Uruguay por otra familia. O el caribeño Gastón Baquero, muerto de viejo y de nostalgia en Madrid, en la primavera de 1997, convencido de que desde Villalba se podía ver el patio de su casa de Banes, en Cuba.
Mario Vargas Llosa está entre los que aprecian los aportes de los intelectuales y artistas al panorama que se puede ver hoy entre el Río Bravo y La Patagonia.
La escritura, afirmó, ha cumplido con la función de conseguir una sociedad más libre en América Latina. El peruano considera que la literatura escrita en español en las últimas décadas ha contribuido a que se encare la vida de una manera mucho más crítica.
«Quiero creer también», dijo esta semana el autor de La Fiesta del Chivo, «que esta ha sido una contribución que de alguna manera ha influido en que la América Latina de nuestros días ya no sea la América Latina de los golpes de estado, de las dictaduras extravagantes, ridículas y crueles».
La literatura no es nunca sólo un entretenimiento, aseguró el premio Nobel, «es un quehacer humano que tiene que ver con una manera de ser indispensable para tener sociedades realmente libres, que mediante una acción pacifica los ciudadanos puedan criticar y cambiar».
VIERNES
Enza, cinismo y alarmas
A ella no le importa mucho que la quieran dejar para siempre en los altares pasajeros y vanos de una enfant terrible. Tampoco se preocupa demasiado porque se hable de sus piezas como textos donde el erotismo o la sexualidad son los elementos clave. La venezolana Enza García Arreaza (Puerto La Cruz, 1987) es solamente una mujer que se opone a su vida desde que tiene recuerdos.
Así lo ha dicho. Y con esa batalla íntima, contada con pasión y dominio del idioma en sus libros de cuentos y sus poemarios, se ha convertido en la voz más relevante, transgresora y conmovedora de la literatura que se escribe hoy en Venezuela.
Si algunos críticos hacen rodeos y buscan otros asuntos para nombrarla es porque también están seguros de que Enza García es deslumbrante y una fuera de serie. Estos son los títulos de sus colecciones de cuentos: La parte que le tocó a Caleb, Cállate poco a poco, El bosque de los abedules y Plegaria para un zorro. Sus versos aparecen en el cuaderno El animal intacto.
La mujer ha resumido en este párrafo lo que tiene en la cabeza cuando se sienta frente al teclado: «Estoy tratando de endurecer mi propia versión de los hechos en medio de los paisajes que he elegido, y con la edad, por suerte, he ganado un tanto de cinismo y muchas alarmas que me recuerdan que nada es tan importante como la forma en que yo me relato a mí misma».
Creo que un breve párrafo de su compatriota Violeta Rojo sobre el libro Plegaria para un zorro tiene el poder de hacer un retrato de toda la obra de la escritora venezolana: «Lo único que me es decirles otra vez es que hay muchas cosas que se pueden saber de Enza y de lo que nos rodea leyendo este libro, entre otras cosas, que la vida es triste, que el país es duro, que el amor duele y que el futuro y el pasado se entremezclan como un juego de barajas».
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