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La resistencia es un derecho, también un deber. La resistencia contra la opresión, contra el abuso. Contra la desigualdad, la discriminación. Contra la impunidad de cuello blanco y de los servidores públicos. Para resistir, reclamar, tienen que existir causas. Inventarlas es tan deshonesto como algunos juegos del poder.
El aparato represivo del Estado reacciona de distintas maneras cuando siente que el orden público puede afectarse o cuando percibe desafío a su autoridad. La reacción puede ser el embate también la pasividad. En un colectivo con una historia de conculcación de derechos, con crímenes de Estado, torturas, persecución, la ausencia de reacción confunde. Obliga a la revisión o a la sinceridad. Gracias al sacrificio de muchos, el acecho oficial es de otra manera. Asoma diferente. Por eso conocer la historia contemporánea es una obligación. Más que el olvido, el desconocimiento es peligroso. Vivero para rufianes y oportunistas. Reeditar fantasmas, colocar en el imaginario colectivo los gigantes del Quijote, es perverso.
Convertir la candidez, con deseos de un país mejor, en una manada levantisca y bufa, que recrea frases y remeda escenarios, sencillamente irrepetibles, es una manipulación de la desmemoria. Porque todo cambia. Porque es mentira que el tiempo de Balá ha vuelto. La represión es diferente. Y forjar heroísmo hoy, con parámetros del ayer, es caricatura y engaño.
Facilona y repentista fue la evocación de Balá. Pegajosa. Empero, y en nombre del acabe de la impunidad, es menester recordar que antes de Balá hubo una tiranía con sus autores y cómplices indemnes. Existieron grupos de forajidos, con amparo oficial, dedicados a matar, a vencer por la fuerza, sin el menor respeto a la disensión. La fiereza de los “Cocuyos de la Cordillera” de “Los Jinetes del Este”, de “La Legión Extranjera” de “La Reserva Civil”, tiene nombre y prontuario. Y después, ese extenso y difícil despertar democrático con su secuela de violaciones cotidianas, con golpe de Estado, revolución y exterminio, con un DNI pendiente de cualquier movimiento. Con exilios y acoso, con matones delirantes dirigiendo visitas domiciliarias, sin el menor reparo, con la convicción de la macana y el desprecio al reclamo. Con “Los Incontrolables” y “La Banda Colorá”.
Balaguer lo advirtió en su discurso del 1 de julio de 1966, cuando iniciaba su “revolución sin sangre” y el luto de abril se confundía con el de mayo. “Si los partidos de oposición, inclusive los grupos de extrema izquierda y de extrema derecha, se lanzan a una labor desenfrenada y tratan de desarticular la vida del país y de quebrantar sus principios, es lógico que la convivencia se hará imposible y que el gobierno se verá empujado a actuar con drasticidad y hacer frente a la actitud subversiva…”.
En ese tiempo, también la guitarra fue fusil y el poema adarga. Tambaleaban barrotes y muros. Sin embargo, la resistencia no es una pausa en el “happy hour” o unos versitos durante el fin de semana. Tampoco gritar en una esquina y luego abandonar el parque exhibiendo el descapotable. Desde Heráclito a Numhauser, todo cambia. El filósofo con su río que fluye, el poeta chileno con las letras que le regaló a “la Negra”, Mercedes Sosa. “Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo…”. Tanto cambia, que el Presidente Danilo Medina, ha devuelto a la Cámara de Diputados, el Código Penal. La observación del mandatario es al articulado relativo al aborto. Cree necesario permitir la interrupción del embarazo cuando la vida de la madre corre peligro, cuando la madre ha sido víctima de violación o incesto o cuando el feto tenga malformaciones incompatibles con la vida. De aquella página en blanco para encubrir a los autores de un crimen político, un jefe de Estado reivindica la integridad física y el respeto a la dignidad de la mujer embarazada. Algo cambia. La manera de resistir también debe transformarse. Manipulación no es cambio.
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