Por Jose Luis Taveras
Hoy 9 de diciembre de 2014, Día Internacional de Lucha contra la Corrupción, el país está convocado a una jornada luz en contra de la impunidad. Un colectivo de más de treinta organizaciones civiles pide a cada dominicano encender las luces de sus carros y cualquier luminaria manual como legítimo reclamo por una mayor transparencia en la vida pública y privada. Una modalidad creativa, personal y expresiva de protesta ciudadana.
No se trata de una corriente febril ni esnobista de los movimientos de protestas que hoy se levantan en España, Corea, Brasil, Hong Kong y en otras latitudes demandando una gestión sana, funcional y eficiente. Es un grito entrañable parido de nuestras propias frustraciones. Una suprema convocatoria a la dignidad cauterizada por la apatía o rendida ante la impotencia.
A pesar de la censura implícita de ciertos medios plegados al status quo, la divulgación de esta campaña fue recibida por más dos millones de dominicanos a través de las redes sociales. La respuesta ciudadana fue tan inédita como enardecida.
Los ciudadanos han decidido subvertir esta cultura licenciosa que impone sus fueros y exigir un régimen de consecuencias para los servidores públicos que le roban su dinero. La impunidad no va a pasar. Si el sistema de justicia se rinde a los designios de los poderes políticos, como lo está demostrando, la nación arrebatará su justicia antes que sucumbir. Este modelo corrompido que pretende avasallar toda resistencia con la fuerza del miedo o del dinero encontrará una portentosa contención de dignidad para encararlo. Se trata de una lucha sin tregua en contra de los actos y las omisiones impunes sin considerar la categoría social o política de sus autores. Nadie está por encima de la ley.
Más de quince años de crecimiento económico sin desarrollo; medio siglo de clientelismo parasitario sustentado por un Estado paternalista, corrompido, autócrata y populista, ante de la indiferencia de actores económicos, beneficiarios, algunos, de ese rancio paradigma. Los partidos políticos, agentes ideales de transformaciones, renunciaron a toda idea de representación colectiva para crear castas sociales enriquecidas a través del abuso del patrimonio público, expiadas por una cadena de complicidades históricas. Mientras el talento joven tiene que emigrar en busca de espacios de realización, el clientelismo partidario asalta las posiciones públicas para depredarlas sin temor a las consecuencias por la licencia de impunidad que redime sus excesos.
Ya no es juego de muchachos. La sociedad ha decidido enfrentar a sus “representantes”, esta vez para exigir escarmiento por sus desafueros. No la amedrentarán las etiquetas, las descalificaciones ni los palos. Los partidos deberán pisar fino porque el voto conciente y responsable es cada día más inmenso. A partir de hoy, la luz de la esperanza brillará.
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