Todos los obeliscos son monumentos fálicos; por tanto, deberían ser machos, no sólo gramaticalmente. Pero en nuestro país existe una paradójica “obelisca” hembra. Es un caso insólito, una curiosidad propia de mares antillanos, que arrastran a las playas botellas rotas, semillas raras, animales extinguidos. Los obeliscos se pusieron de moda en Europa desde la época de los emperadores romanos. Pero cuando Champollion gestionó para Francia un obelisco egipcio, el asunto tomó una importancia universal. Trujillo instaló el obelisco de la avenida George Washington para conmemorar el cambio de nombre de nuestra ciudad; se llamaría ciudad Trujillo en honra del formidable “machazo” que nos gobernaba.
Al “redimir la deuda externa”, Trujillo edificó otro monumento, conmemorativo del tratado que firmó con el secretario de Estado norteamericano Cordell Hull. Esta vez el obelisco tendría dos cuerpos, semejando las alas de un gran pájaro. Tal vez estas alas enormes simbolizaran la estabilidad monetaria. Pero el pueblo entendió que se abrían al cielo dos piernas de mujer; ¡el monumento era hembra! Tratándose de alas, se supone que hay plumas; para subrayar la fuerza varonil siempre será mejor un león que un pájaro. Y así quedó confirmado que aquel monumento era una “obelisca” sin ropa interior. En la misma avenida “conviviría” esa “pareja” conmemorativa.
Este tipo de asuntos sexuales desborda todas las previsiones de Sigmund Freud. Los psicólogos vieneses no son capaces de entender ciertas “particularidades” antillanas. Una odalisca está bien; pero una “obelisca” es un sinsentido. Y lo mismo pasa con los franceses, tan sensuales y refinados. Marcel Proust narra, con exceso de detalles, las aventuras de M. de Charlus. La homosexualidad y los sentimientos de los personajes que Proust evoca en su obra “En busca del tiempo perdido”, no se parecen a las burlescas descripciones hechas por el novelista Guillermo Cabrera Infante.
Cabrera Infante es cubano. Por ser antillano podría comprender qué cosa es una “obelisca”. Él jugaba con palabras y abusaba del retruécano; parodiando el “Eclesiastés”, Cabrera escribió: “habanidad de habanidades, todo es habanidad”. Algo no soñado nunca por el rey Salomón. Claro que todo es “habanidad”; los tabacos de calidad son, con toda seguridad, habanos. Cabrera Infante logró transmitir, casi cinematográficamente, la “mariconería” de la noche habanera.
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