En octubre de 1810 la Iglesia católica acusó a Miguel Hidalgo —entre otras muchas cosas— de “tener por inocente y lícita la fornicación”. Más de 200 años han transcurrido desde el juicio inquisitorial contra el cura subversivo e independentista y como si nada hubiese sucedido en tanto tiempo, la Arquidiócesis de la Ciudad de México sigue considerando la fornicación —también se le puede llamar “hacer el amor”— como cosa inmoral e ilícita.
Que la izquierda se oponga a este irracional dogma es la verdadera causa de los más recientes ataques de la Arquidiócesis contra el PRD. Esta parte de la Iglesia católica, la más conservadora, nos estigmatiza porque impulsamos que hacer el amor deba entenderse como acto de goce y de libertad; nos sataniza porque logramos que el Estado mexicano sea constitucionalmente laico; nos excomulga —literalmente— porque luchamos para que se respete el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, y nos ha condenado “al castigo eterno” por haber logrado que en las leyes civiles quede establecido que las personas pueden, al margen de su preferencia sexual, unirse y conformar una familia.
Se nos ataca Desde la fe (órgano de difusión de la Arquidiócesis) porque transgredimos el dogma de que sólo debe existir una visión de moral y que ésa debe ser exclusivamente la que dicte “su” religión. Y ciertamente somos transgresores de ese dogma porque entendemos que la sociedad mexicana es plural y diversa, y que tal diversidad es étnica, racial, cultural y también lo es en el concepto de moralidad.
Para la Arquidiócesis, por ejemplo, es inmoral el que dos personas del mismo sexo se unan en matrimonio y también le resulta inmoral que el uso de la sexualidad implique goce y placer. Este pensamiento de este grupo de la Iglesia católica es respetable, pero lo que resulta inadmisible es que su concepto de inmoralidad se lo pretenda imponer a todas las personas. Cuando eso sucede, cuando se pretende imponer a toda la sociedad una visión particular de moral, la que además considera indiscutible, entonces se cae en las dictaduras morales que siempre derivan en dictaduras políticas. Por ello, hay que tener mucha precaución con los líderes o partidos que en lugar de promover un programa político, enarbolan una visión moral que siempre es excluyente de otras.
Para los nazis, las personas homosexuales eran “inmorales” y su existencia era —como ahora lo dice la Arquidiócesis— expresión de “libertinaje”. Por ello fueron perseguidas, encarceladas, asesinadas. Lo mismo sucedía en el régimen dictatorial de Stalin y aún en Estados Unidos durante el macartismo, en donde se perseguía con fanatismo tanto a los comunistas como a los homosexuales.
Es frecuente que muchos líderes políticos resulten un fiasco y que en lugar de resolver problemas —como sucede ahora— los compliquen. A estos hay que confrontarlos con el voto y con diversas y múltiples acciones civiles. Pero si con esos hay que tener cuidado, aún más con los denominados “líderes morales”, pues además de resultar incapaces para resolver problemas de la sociedad, derivan siempre en dictadores.
Desde la fe, el arzobispado de la Ciudad de México le quiere imponer al conjunto de la sociedad mexicana su concepción de moral para instaurar una teocracia en lugar de un Estado laico. Esa pretensión hay que rechazarla porque atenta contra la diversidad y por lo tanto, contra la libertad y la democracia.
*Expresidente del PRD
Twitter: @jesusortegam
agsjom52@gmail.comDesde la fe una dictadura de Estado
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