Hay un desborde peligroso. No se vislumbra quién pueda contener las aguas. Se apostó a la calle y a la emoción. Quien no se suma, perece. Quien recuerde, claudica, quien solicita algo más que el degüello de un cordero, es traidor. Asombra al más lerdo la cruzada. Es la bella durmiente que despierta después de un letargo de cien años. Hay un príncipe hermoso que besa el rostro de la princesa y zas! A luchar contra los malos, que mayo del 2016 asoma.
La mayoría de los cruzados ha participado en la vida pública desde el 1961. Encubridores de las tropelías de gobiernos pasados- rojos, blancos, morados- antiguos funcionarios- rojos, blancos, morados-, descubren la corrupción y van tras los malandrines. Porque son tan buenos que deciden cazar moscas con sus redes tejidas, gracias a la impunidad y a la connivencia, gracias a medrar en traspatios del poder y beneficiarse de esas discretas y espléndidas canonjías, foráneas y locales, clericales y seglares, que atan tanto. Favorecidos con estadas doradas en embajadas y consulados, empeñados ahora en un proyecto político que compense sacrificios.
Es difícil creer que alguien pretenda la pervivencia de la impunidad. Que el tema no esté en su lista de prioridades, que repudien la persecución solo contra algunos prevaricadores, que se confunda delito y crimen contra la cosa pública y se pretenda exculpar a los responsables de la comisión de delitos y crímenes contra la propiedad y las personas, es otra cosa. Sí es lamentable que se use un método otrora rechazado. Basta recordar el caso del presidente Salvador Jorge Blanco. El juicio oral, público y contradictorio se produjo cuando la condena de la calle era inapelable. El hombre que llegó a Palacio aupado por la frase “manos limpias” con el apoyo de su Avanzada Electoral, pereció y con él, un equipo prevalido de su competencia y buena fama. Se creía que la redención estaba a cargo de uno: “Quién te salva, Salvador.” Fue momento de puros e impuros, el ardid ético por doquier y después de lograr el solio, la realidad. La ambición, los compromisos, la torpeza. En el discurso de toma de posesión Jorge Blanco atribuyó la crisis económica a “los graves desaciertos del gobierno que hoy finaliza” pero fue más lejos y expresó, ante la Asamblea Nacional, 16 de agosto 1982: “El gobierno pasado, que encabezó su titular originario, a medida que se aproximaba el período de su terminación, se fue haciendo más corruptible, emparentándose, visiblemente, con el que le correspondió sustituir el 16 de agosto del 1978.” La historia del cuatrienio presidido por Jorge Blanco, está ahí. Usó la consigna ética para lograr el poder y con la misma lo destruyeron.
El redivivo líder de los coloraos, a partir del 1986, se encargó de divulgar las infracciones cometidas por el funcionariado blanco. Cada uno tuvo su condena, sin tribunal. La mayoría vibraba. El espectáculo divertía. Entonces muchos de los que hoy claman, rechazaban ese paredón moral que repetía infundios, confundía difamación con denuncia, injuria con venganza. El hombre de las manos limpias, del respaldo ético se convirtió en apestado. Perdió el decoro y el descrédito lo sacó del juego.
La corrupción ha sido excusa, recurso para ganar o inhabilitar. Lema de campaña. La fórmula es exitosa. Arrastra poder judicial, ministerio público, políticos y el sonsonete colectivo. Jamás ha incluido a los asesinos y prevaricadores balagueristas. Los gobiernos perredeístas no sólo decretaron la impunidad de sicarios de la tiranía y acogieron a los desfalcadores honorables, sino que ascendieron a militares implicados en crímenes de Estado. Coyuntura manda y sentido de la oportunidad también.
Antes y después, la bandera de la corrupción ha sido enarbolada por cualquiera. Remueve odios y catapulta aspiraciones. El grito de guerra motiva, concita apoyo, sin mayor esfuerzo. Sus mentores, de aquí y allá, saben que el procedimiento es importante para el plan. Apuestan a la urna, no a la sentencia
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