Yo estudiaba en la Universidad Católica Madre y Maestra, de Santiago, cuando aquel gendarme desquiciado de los doce años propinó una sonora bofetada al rostro del padre Agripino, en los prolegómenos del campo olímpico que la persistencia de Wichi García Saleta lograría inaugurar cuatro años después.
Al día siguiente del suceso, hoy casi olvidado, los estudiantes de la Ucamaima, que aún no tenía rango pontificio, desfilamos en acto de protesta desde el campus académico hasta el Monumento a los Héroes de la Restauración. No recuerdo qué pasó con el policía ni las razones que tuvo para acometer tal exabrupto, lo que sí sé es que tanto al uniformado como al gobierno de Balaguer se les fue la mano en la cadena de desmanes de aquella época, y para el sacerdote que se iniciaba como rector de la universidad santiaguense comenzaba una trayectoria que lo establecería como una de las grandes figuras de la siempre necesaria concertación dominicana.
La UCMM fue un proyecto de monseñor Hugo Eduardo Polanco Brito, que obviamente refrendó la Conferencia del Episcopado Dominicano que entonces presidía monseñor Octavio Antonio Beras Rojas, Arzobispo de Santo Domingo. Cuando inició sus labores académicas, el 15 de noviembre de 1962, en un caserón alquilado de la calle Máximo Gómez con Sully Bonelly, de Santiago, los profesores y estudiantes uasdianos le llamaban despectivamente “el colegio”, pues existían aprensiones hasta cierto punto válidas entonces de que en ese espacio y con las limitaciones de profesorado y estudiantado, se pudiese convertir aquel proyecto en una verdadera universidad. Habría que anotar que la UCMM –que honraba con su nombre la famosa encíclica Mater et Magister del papa Juan XXIII- comenzaba sus labores con apenas sesenta estudiantes (entre ellos los mocanos Rafael Cáceres Rodríguez, que fue el primero en inscribirse, Ligia Minaya Belliard y José María Hernández) y unos quince profesores, a más de solo tres carreras: Derecho, Educación y Filosofía.
Polanco Brito era un visionario, sin dudas. Además de sus dotes pastorales, tenía formación como historiador (entre sus libros menciono su formidable historia de Salcedo, su ciudad nativa, su semblanza de Manuel María Valencia, y La Iglesia Católica y la Constitución Dominicana). Apenas tenía seis años como primer obispo de Santiago de los Caballeros cuando fundó la UCMM, de la que fue rector en sus primeros cuatro años de existencia. Ha de recordarse que fue en su tiempo uno de los grandes componedores de la vida pública nacional, en años difíciles como los que siguieron a la Era de Trujillo. Se le veía mediando constantemente para solucionar conflictos políticos o sociales, ayudando a sacar presos de las cárceles, a acompañar a los que buscaban asilo político debido a las persecuciones, garantizando vidas y organizando fórmulas de avenencia en ese tiempo cuando se comenzaba a construir, a empujones, la vida democrática del país. Monseñor Agripino Núñez Collado, nativo de un campo de Santiago, no solo le sustituía al frente de la UCMM sino que sería el continuador de esa obra de mediación social que iniciara Polanco Brito. Ambos tendrían una notable presencia socio-política, al margen de los deberes académicos del primero y los religiosos del segundo. Con una clara ventaja para Núñez Collado: la presencia del fundador de la UCMM fue breve y le tocó dirigir la academia en sus difíciles años iniciales, mientras que la de su sucesor lleva ya cuarenta y cuatro años, tiempo en el cual ha sido progenitor del progreso y prestigio de la universidad santiaguense, de su impresionante campus de la capital cibaeña, la apertura y crecimiento del recinto Santo Tomás de Aquino en Santo Domingo, a más de su dilatada actuación mediadora que lo ha llevado a promover diálogos tripartitos, pactos de solidaridad económica, de civilidad, por la democracia, componedor de campañas electorales cuando se atisbaban dilemas y peligros, forjador de líneas de acción para códigos y leyes de imprescindible necesidad para el avance democrático, y cabeza de iniciativas, programas y agrupamientos oficiales que han buscado armonizar intereses encontrados o discernir sobre políticas públicas de innegable valor y eficacia.
Heredero de la trayectoria de Polanco Brito, Agripino lo ha sido también, en alguna medida, de Roque Adames, uno de los prelados de más sólida preparación cultural y eclesial que ha conocido la curia dominicana. Catedrático en la Universidad de Santo Domingo, Roque Adames fue obispo de Santiago por veinticinco años y fue el sustituto de Polanco Brito al frente de la UCMM, de 1966 a 1970, cuando entonces comenzó la gerencia de Agripino Núñez, quien sin dudas logró reunir las principales virtudes de sus dos ilustres predecesores y aunarlas a las suyas propias donde conviven la practicidad, el sentido de apertura, la cercanía con los demás, su trato entrañable, su campechanía y la seguridad de su misión como gran componedor de la vida dominicana de las últimas cuatro décadas.
Desde otro ángulo, Nicolás de Jesús López Rodríguez, cibaeño también como los tres anteriormente citados, es heredero de dos trayectorias importantes dentro de la Iglesia Católica dominicana. Integrante de una amplia prole vegana que mantuvo distancia de la dictadura de Trujillo y entre cuyos miembros hubo reconocidos luchadores antitrujillistas, Nicolás se formó como sacerdote bajo la disciplina de Francisco Panal, el tenaz y recio obispo de La Vega cuya historia en los tiempos finales de la tiranía de los treinta y un años se ha convertido en leyenda. Fue Panal quien lo ordenó sacerdote y lo puso a trabajar a su lado por varios años hasta que Nicolás comenzó su proceso de formación intelectual en Roma, desde donde siempre regresaba a su servicio en La Vega, hasta que fue designado obispo de San Francisco de Macorís por Pablo VI justo en el año en que terminaba el duro periodo de Balaguer y ascendía a la presidencia don Antonio Guzmán, en 1978. Allí fue rector de la Universidad Nordestana, pero permaneció apenas tres años en su misión francomacorisana porque en 1981 sucede a Octavio Beras Rojas en la sede metropolitana y primada de América y diez años más tarde, en 1991, es elevado al cardenalato, meses después del fallecimiento de su antecesor.
De modo que el vegano López Rodríguez fue el heredero del seibano Beras Rojas, pero contrario a éste, que fue hombre calmo, que tuvo que lidiar con la satrapía y luego con el periodo que siguió al fin de la dictadura –heredando a su vez el polémico arzobispado del salesiano Pittini-, Nicolás sentó las bases de una iglesia nueva, teniendo que enfrentar una singular temporada de cambios en los comportamientos sociales y en las creencias religiosas, sacudidas por nuevas filiaciones de fe y por la radicalidad de fuerzas sociales que han ido forjando un camino de irrefutable incidencia en la toma de decisiones que afectan la fortaleza y la misión de la iglesia católica. Aunque suela combatírsele mucho desde estos litorales no eclesiales, pero con arraigo en sectores de poder y en determinados conglomerados de la sociedad, Nicolás de Jesús ha mantenido la unidad y la preeminencia católica en la vida nacional, gracias a su altivez, a su arrojo y a sus concepciones claras y contundentes que a muchos les pueden parecer radicales.
Agripino fue el continuador de la obra y la trayectoria de Polanco Brito y Roque Adames. López Rodríguez lo fue de Francisco Panal y Octavio Beras. Por delante tenían antecesores de gran historia, pero ambos supieron sostenerse sobre sus propios atributos y alimentar la solidez de la misión apostólica, educativa y de responsabilidad socio-política de la iglesia dominicana. Monseñor Agripino Núñez Collado tiene 81 años de edad, 55 años como sacerdote y 44 como rector de la UCMM. López Rodríguez tiene 78 años de edad y 33 años como arzobispo de Santo Domingo. El tiempo de retiro ha llegado. Hay que pasar la antorcha a nuevos misioneros. El primero ha de tener ya reservada su casa campestre donde descansará luego de tan largas e intensas jornadas de servicio al país y a su iglesia. El segundo tiene ya preparado su retiro en una casa eclesial en las afueras de Santo Domingo, donde continuará ejerciendo su sacerdocio y seguirá llevando su capelo cardenalicio con seguras incursiones romanas. Cuando en las semanas finales de este año o tal vez en las primeras del 2015, el nigeriano Jude Thaddeus Okolo, Nuncio de Su Santidad (ordenado sacerdote cuando Nicolás llevaba ya dos años como Arzobispo), comunique públicamente los sustitutos de Agripino y Nicolás, habrá terminado una época trascendente en la vida social, política y religiosa de la República Dominicana. Los herederos de tan relevantes posiciones eclesiales tendrán por delante un reto que demandará inteligencia, sabiduría, criterios bien ejercidos, calidad intelectual, dominio de las variables que inciden en una carrera apostólica, conocimiento pleno de la realidad histórica dominicana y templanza, prudencia, sentido de la caridad y juicio santo para encaminar las aspiraciones de la feligresía y para coadyuvar a una cada vez mejor sociedad de la que la iglesia es parte activa. Sustituir a Agripino y Nicolás no es tarea fácil dada la calidad y largueza de sus trayectorias, pero la iglesia, que como se ha dicho tantas veces es “maestra en humanidad”, sabrá sortear los nuevos desafíos en un escenario tan cambiante y tortuoso como el de estos tiempos globalizadores y de nuevas y fortalecidas formas contestatarias, dentro y fuera de la Iglesia.
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