Fue una jornada única. El entusiasmo y el compromiso signaban la actitud de las personas involucradas. Proceso postergado por malquerencias e intereses particulares, mal encaminados. Hubo intentos previos, pero ninguno con el resultado que se obtuvo entonces. La persistencia de monseñor Agripino Núñez Collado, determinante, su aval, más que suficiente. Fue un “Basta Ya” corporativo y religioso, un alto a la politiquería vernácula.
Comenzó en el 1985. Como si se tratara de una invocación a las frases de Camilo Torres, el rector de la entonces Universidad Católica Madre y Maestra-todavía no Pontificia- expresó: debemos cuidarnos de mirar solamente los asuntos que nos separan en detrimento de aquellos que puedan unirnos. Comenzaba la época del Diálogo Nacional. Las bases para su realización están consignadas en la Carta Pastoral del Episcopado Dominicano, del 21 de enero de 1985.
El documento establece las normas para la realización del diálogo entre empresarios, políticos, sindicalistas. Tres fundamentales: “estar dispuestos a presentar y aclarar nuestras explicaciones a todo el que disiente de nosotros”. “No intentar engañar a los demás”. La quinta norma reza: tener presente que en la práctica no siempre se llega a un acuerdo total y definitivo entre las partes.
Esa jornada logró el visto bueno de importantes sectores sociales. La revisión de artículos, reportajes, así lo confirman. El resultado está en la promulgación de leyes, cambios en la Constitución. A pesar de los errores, de redacciones tramposas, de incumplimientos, las tenidas demostraron que el consenso es posible respetando las diferencias. 29 años después, por razones distintas, en ocasiones pedestres, la posibilidad de entendimiento entre connacionales que apuestan a dirigencias distintas, es imposible y además, la incomprensión absurda, un tanto abstrusa. Dirigencias, porque no se trata de lucha ideológica, menos de oferta de transformación social. Y ahí está el agravio. Luce reyerta para ocupar la directiva de una compañía, pero sin responsabilidad, un “quítate, que ya es mi turno”. Como el liderazgo tradicional está en los cementerios, aquel que provocaba enfrentamientos reales, entonces se produce el insulto, las acusaciones y contraacusaciones. Como los protagonistas ya conocieron los secretos de Palacio, disfrutaron su turno, queda la ausencia de argumentos. Saben que poco hay que esconder. Son los representantes de las generaciones que disfrutaron la piñata y ahora imputan a diestra y por siniestros e impunes. El colmo ha sido el lema para la avenencia social, impedir que en las reuniones se hable de política. Porque la mentira es para la mayoría, esa que valida y no objeta, esa que se maneja con consignas plagiadas. Una farsa más que desmiente la armonía entre minorías que deciden, medran y saben que sus pudores y motivos son conocidos.
Vivir en democracia, escribe Manuel Vicent, comentando el despertar español pos Franco, exige mucho. Es más difícil que tocar piano con guantes de boxeo. Después del 30 de mayo del 1961, las discusiones políticas ocuparon el territorio nacional. Fue el estreno de la palabra acallada. De las voces bajas se pasó a la plaza pública, el bisbiseo de aposento ocupó la sala. Con discursos y arrepentimientos vanos, con escurridizas actitudes para que nadie recordara la colaboración con la tiranía, comenzó la proclama. Ese despertar, accidentado, invitó a las escarpadas montañas, llamó a combatir al yanqui invasor, enfrentó la sangre de los doce años. Había más que principios para usar la palabra como trinchera.
Inventar cruzadas, pretender heroísmo denunciando fantasmas, imputando deserción y traición, fuera de época, es pueril. Anuncia desesperación. Urgencia de protagonismo con placa oficial o con el disfrute de la coima silente y atenazadora. Prohibido hablar de política es una boutade de los redactores del desastre. De los influyentes que alucinan con el caos, sin temor a la desfachatez. Saben que la discusión confronta, no manipula. Quieren tribuna no diálogo. Muchos actuaron cuando se exigía coraje. Ahora, convertidos en gnomos, asumen la política como si fuera solo, un episodio electoral. Y es más, como afirma Fuentes.
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