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viernes, 15 de julio de 2016

La desocupación yanki y los intelectuales

La desocupación yankis y los intelectuales
EL AUTOR es escritor, poeta y profesor universitario. Reside en Santo Domingo.

Ha sido ampliamente estudiado el papel del campesinado, particularmente de la región Este, en la lucha contra la intervención norteamericana del año 1916; y la figura mítica del “Gavillero” es una referencia de leyenda obligada. Los “Gavilleros” respondieron con las armas en las manos al  despojo de la tierra que el interventor propició, e inundaron el imaginario popular con hechos heroicos de confrontaciones bélicas. La “descampesinización” obligó al combate, y el “Gavillero” estigmatizado encarnó la epopeya.
Menos conocida, sin embargo, fue la lucha de los intelectuales en contra de la intervención. Se puede decir que hubo una reacción casi unánime, y el tono de la confrontación alcanzó niveles de heroísmo, como el famoso caso del poeta romántico  Fabio Fiallo, y su presidio célebre por ser la representación  de una rebeldía colectiva ante el invasor, y por significar una altivez de espíritu de la cultura del dominado frente al dominador. Su foto con traje de presidiario y la cabeza raspada es un símbolo de esa resistencia gloriosa.
El más notorio exponente de la oposición intelectual a la invasión norteamericana de 1916, lo constituye el llamado movimiento de “La pura y simple”, alrededor del cual se reunió toda la intelectualidad del país, y cuya influencia llegó hasta los partidos políticos y líderes de la época. Capitaneada por Américo Lugo, el presupuesto de “La pura y simple” consistía en que “ni el país ni sus instituciones deberían dar reconocimiento jurídico a ninguno de los actos del interventor”, y que la evacuación de las tropas extranjeras  debía producirse “pura y simplemente” en razón de la naturaleza del acto mismo de la intervención, que era una imposición  de una cultura sobre otra. Lo que tenía que producirse era la desocupación, sin pacto alguno, sin reconocimiento de los actos jurídicos que ataban la soberanía, salvaguardando nuestra expresión cultural.
Un caso notable en esta etapa interventora fue el de Federico García Godoy, cuyo libro “El derrumbe” fue censurado por disposición expresa de las tropas norteamericanas. “El derrumbe” es un libro de reflexiones sobre el transcurrir histórico de los dominicanos, emparentado con las posiciones filosóficas de los positivistas hostosiano, pero los norteamericanos vieron en ese texto la expresión de un pensamiento libertario que había que controlar, e impusieron la censura sobre su difusión y circulación. De esta manera “El derrumbe” se convirtió en un libro-bandera, que se irguió como una provocación ante el invasor, y cuyo furor nacionalista alertó al interventor sobre un sentimiento que era incontrolable.
El movimiento literario de “Los postumistas” fue, también, una reacción cultural contra la intervención norteamericana de 1916. Surgido como parte de las llamadas Vanguardias americanas, las circunstancias históricas le imprimirán características muy particulares, vinculadas a la expresión de un nacionalismo literario. Con la figura de Domingo Moreno Jiménez a la cabeza, los postumistas se van a caracterizar por el redescubrimiento del paisaje nacional, el empleo de vocablos populares de uso común, la proclama de democratización del disfrute estético, el uso de personajes sencillos como sujetos de las preocupaciones estéticas, la liberación del verso, etc. Todos estos elementos, consciente o inconscientemente, reforzaban la identidad nacional, en un momento en que, en virtud del hecho de fuerza de la ocupación, la identidad nacional peligraba. Casi sin saberlo, los postumistas contribuyeron a robustecer la cultura nacional, frente a las estrategias colonialistas que siempre minusvaloran la cultura del dominado.
Se puede afirmar que ante la intervención norteamericana de 1916, toda la cultura nacional se tensó desde su esencia misma, y produjo un movimiento de reafirmación nacional en todos los órdenes. Y que, aunque no se destaca, el papel de los intelectuales fue fundamental. Hay, por último, un hecho bastante curioso, que atañe a la singularidad de la cultura dominicana. La gran mayoría de ésos intelectuales que defendieron la idea de una identidad culturalmente agredida, eran provenientes de lo que se ha dado en llamar “Pesimismo dominicano”, un conjunto de pensadores muy connotados que no creían en la viabilidad de la nación. Sin embargo, defendieron en la práctica, con mucho compromiso y empeño,  lo que negaban en sus cuerpos teóricos. Como se ve, no siempre los intelectuales han sido la vergüenza pavorosa que son hoy.  El servilismo y la entrega de un conglomerado que empeña su dignidad por la suciamente judaica comida de todos los días.

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