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viernes, 15 de septiembre de 2017

Si no, me convierto en dictador.


Foto: Getty Images


Latinpress. 15 / 9 / 2017. El estar haciendo  cosas que no ha podido hacer, el entregarse a su obra aunque sea un delirio y, el pasar a la acción aunque nada tenga que ver con la realidad, es posible que hayan incitado al presidente venezolano Nicolás Maduro al extremo pensamiento de que en todos lados siempre hay una parte buena y una mala. Un sencillo razonamiento que concluiría en la existencia del dictador bueno y el dictador malo.

Pero para el líder bolivariano el reconocimiento de lo bueno sólo es posible con la plena cohesión social y, con ella con la ausencia de crítica en torno al socialismo del siglo xxi.

La existencia de dictadores buenos y malos apareció de repente cuando Maduro evocó esa figura para encarnarla; pero también es probable que estuviera recordando el febrero de 1992 cuando Hugo Chávez dirigió el golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez y fracasó.

Olvida Maduro que tras ese fracaso y después de encarcelado durante 2 años, el extinto presidente fue indultado en 1994 por el también fallecido y su enemigo, el presidente democratacristiano Rafael Caldera.

El presidente Maduro quiere hacer cosas y para ello declaró estar harto de no tener la suficiente libertad  para hacerlas. Paradójico que quien se queja de esa falta de derecho, quiera reprimirlo.

Los caminos del proceso venezolano indican que esta última declaración presidencial no debe tomarse como un farol, las figuras dictatoriales de Fidel Castro (1959) o, la del venezolano Marcos Pérez Jiménez (1948) a quien Chávez consideraba el mejor presidente que ha tenido Venezuela, obligan a pensar que Maduro puede haber venido recapacitando la posibilidad de imitar al dictador peruano Alberto Fujimori (1992).

Nadie desconoce los muros y trampas hacia los disidentes del sistema norteamericano, es ingenuo pensar que la gente no tiene esa información de tanques y aviones invadiendo a Panamá cuando estaba el dictador Manuel Antonio Noriega (1983), Irak o a Libia. Como en aquellos momentos, ahora también resulta que los intereses estadounidenses y los de Maduro tienen caminos distintos.

Que el heredero de Chávez quiera instaurar lo que quería Juan Domingo Perón en 1943: “Trabajo y Obediencia”, dejaría en pura palabrería los discursos dados durante años por el bolivarismo y, haría añicos la tesis de su principal arquetipo, Bolívar, cuando ante el Congreso de Angostura el 15 de febrero de 1819, decía: “La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía… No aspiremos a lo imposible, no sea que por elevarnos sobre la región de la libertad, descendamos a la región de la tiranía…Teorías abstractas son las que producen la perniciosa idea de una libertad ilimitada”. O cuando en 1826 le escribía al presidente del Senado de Colombia: “La Constitución no quiere que un ciudadano rija la nación por más de ocho años; ya la he mandado catorce en medio de la guerra y la revolución; entre las leyes y la dictadura. Mi horrible profesión militar me ha obligado a formarme una conciencia de soldado, un brazo fuerte que no puede manejar el Bastón sino la espada. El hábito de la guerra,...me han puesto fuera del mando civil. Lo digo con rubor, más debo confesarlo”.

Con la reflexión del presidente Maduro, el mensaje entre líneas ha sido claro: el tiempo transcurrido en el poder ha sido demasiado para los logros alcanzados. Olvidándose de un plumazo de la autocrítica.

Si el socialismo del siglo xxi en 17 años ha realizado expropiaciones, nacionalizaciones, encarcelado a los enemigos, regalado petróleo, construido viviendas, universalizado la sanidad y dado educación reglada gratuita a millones de personas, algo más que la guerra del imperio ha debido pasar.

Cuba nunca ha tenido el músculo económico venezolano y en 58 años de crisis no ha hecho falta que saliera Fidel o Raúl a decir que si no les dejaban el camino libre se convertirían en dictadores, lo fueron desde el principio. Probablemente ese germen lo lleva Maduro, o tal vez no tiene el aguante de esos 58 años.

Sea blanca, gris o negra, la declaración de Maduro, su insensatez esconde el riesgo de lanzar al venezolano a los brazos de la orfandad, al caos o al mejor postor extranjero.

Sin embargo cabe otra última alternativa en el pensamiento del presidente venezolano, en su mundo de sombras y luces, puede estar convencido de que, como Chávez, encarna la última posibilidad de alcanzar lo que creía Bolívar: “El  sistema de gobierno más perfecto…aquel que produce la mayor suma de felicidad posible”.

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