Desde que tengo uso de razón me preparo para los ciclones.
En realidad creo que mi vida ha sido un breve espasmo entre ciclón y ciclón.
Cargar agua, forrajear víveres, comprar o fabricar tus propias velas, buscar queroseno para encender el mechón, alcohol para el reverbero y luego encomendarse a una rara, tenebrosa deriva donde te acompañan tus santos, fantasmas y los seres queridos que aun apuestan por vivir contigo en un país rodeado de cataclismos.
El radio de pilas –bien o mal sintonizado– anuncia lo que ocurre entre el cielo y la tierra y un minucioso parte del tiempo acompañado, hasta hace pocos años, por las acotaciones de Fidel en su faceta de meteorólogo ideológico. El Comandante en Jefe gustaba de adivinar y hasta corregir a su favor las trayectorias de los huracanes. Al paso del fenómeno discursaba durante horas sobre sus luchas revolucionarias, citaba cifras, antecedentes y hasta tecnicismos relacionados con fenómenos anteriores, enumeraba curiosidades científicas y contaba anécdotas de la Sierra Maestra que bien poco se relacionaban con el estado del tiempo. Su tiempo era otro, muy distinto al de quienes lo escuchábamos en silencio, preocupados, atormentados desde nuestras casas en medio de una cotidianeidad lejana a su sentido de la trascendencia.
Aquel monólogo nos desviaba del asunto y horas después, cuando alguno de los licenciados o doctores en meteorología necesitaba anunciar una información de último minuto, en el momento crucial de tomar la palabra para explicarnos el nuevo curso del meteoro la cosa se complicaba. ¿Quién le quitaba el micrófono? ¿Quién le explicaba que ya el huracán no seguiría la trayectoria que él había trazado?
Despertamos otra vez entre huracanes y, lamentablemente, aquí después de la tormenta nunca viene la calma. Desayunamos lo que se puede con la fatídica noticia de que el país –de punta a cabo– ha sido devastado por la fuerza de los vientos. Nadie anuncia ya, de modo épico, los trabajos de rescate y salvamento. Los becarios de escuelas cercanas como el Instituto Superior de Arte (ISA) no fueron trasladados a sus casas ni a los refugios de siempre al considerarse que La Habana no sería afectada por el fenómeno.
EL COMANDANTE EN JEFE GUSTABA DE ADIVINAR Y HASTA CORREGIR A SU FAVOR LAS TRAYECTORIAS DE LOS HURACANES. AL PASO DEL FENÓMENO DISCURSABA DURANTE HORAS SOBRE SUS LUCHAS REVOLUCIONARIAS, CITABA CIFRAS, ANTECEDENTES
Ayer, mientras yo recorría la ciudad al filo del atardecer durante un largo viaje de reconocimiento me percaté del desastre que han causado las ráfagas. En la mayoría de las cuadras encuentras árboles tendidos, incluso hermosos ejemplares centenarios que han sido arrancados de raíz y aun hoy yacen tendidos, expuestos como dinosaurios heridos sobre las avenidas. Los vecinos intentan moverlos, pero se necesitan grúas, camiones y carretillas para sacarlos de la vía pública. Postes, cables, semáforos, faroles, aleros, tejados, celosías y tanques de agua se pasean por las avenidas sin ser recogidos por los camiones que ya no dan abasto en el trabajo de saneamiento.
Los rostros de los habaneros caminando aturdidos, bordeando cuidadosos el desastre, sin pisar cables caídos, evitando transitar las zonas de derrumbe, buscando comida y agua potable o simplemente un poco de aire fresco en las zonas que terminan en el mar, ese es sin duda alguna el verdadero retrato interior de nuestros días.
La radio nacional escupe cifras y cifras con elevadas estadísticas sobre los desastres en el polo turístico, las canciones patrióticas amenizan las malas noticias. La mitad de los hoteles de Varadero y un alto porciento de las instalaciones en los cayos han sido devastados
Se anuncia a la población que ya no se podrán enviar trabajadores desde las provincias cercanas para auxiliarnos en la recuperación. Cada provincia debe ser recuperada poco a poco y con sus propios recursos técnicos y humanos.
Los que aun tenemos teléfono nos preguntamos a dónde y a quién llamar para solicitar ayuda. Los números de siempre, los de urgencia, se encuentran fuera de servicio. Arrastro el dial de lado a lado. Qué emisora nos puede decir en qué momento se nos restablecerá nuestro servicio eléctrico y dónde encontrar un poco de comida, agua potable o combustible para resistir hasta el próximo fenómeno atmosférico.
La esperanza se fue a bolina como un papalote empinado por niños en medio de la tormenta. Transitamos como zombis agradeciendo, al menos, el milagro de estar vivos a pesar de la furia de los elementos. La ciudad apagada recuerda los terribles años del Período Especial. Las calurosas, interminables noches de apagones no nos dejan dormir en paz y nuestros pensamientos son el verdadero tifón que puede demolernos.
Hasta los huracanes más violentos tienen un eje, un centro desde el cual girar en dirección a sus objetivos, pero cuál es nuestro objetivo.
Camino por las zonas en las que penetró el mar intentando llevarse lo que ya no poseemos.
¿Qué quiere la naturaleza de nosotros? Ya no tenemos nada más que ofrendar. Nuestra vida es hoy agua en canasta. Reviso la invasión del mar reclamando su espacio entre nosotros, algas y salitre destila el túnel de Línea, ese que separa El Vedado de Miramar. Observo el paisaje después de la batalla y me pregunto: ¿Dónde está el eje? ¿Cuál será nuestro centro? ¿A quién puedo pedirle una explicación sobre las cosas? ¿Alguien nos escucha?
Pienso en aquella pregunta que hacen un poco antes de abordar a ciertos aviones ¿A quién avisar en caso de emergencia?
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