Para los militares argentinos, que decían estar en lucha contra el marxismo internacional, Washington era un aliado natural, en el contexto de la Guerra Fría. Sin embargo, el encuentro no se planteó como una reunión entre dos amigos, sino más bien lo contrario. Por la cuestión de los derechos humanos, el vínculo con Estados Unidos había alcanzado durante los meses previos un nivel de tensión que había desconcertado y enfurecido a la dictadura. Por eso, lo que puede inferirse de las fotos es que los dos jefes de Estado confiaban en que el contacto personal podía ser el punto de partida para una mejor relación.
Desde su asunción, en enero de ese año, Carter había roto con el legado de Henry Kissinger. Como secretario de Estado del gobierno republicano que convivió con el primer año de la dictadura, Kissinger había apoyado con entusiasmo a la Junta Militar y su plan criminal de represión política . El nuevo presidente, en cambio, había anunciado el final de la época en que Estados Unidos apoyaba cualquier dictador que en el mundo combatiera al comunismo y estaba actuando en consecuencia al menos en el caso de Argentina, a la que venía aplicando sanciones económicas por violaciones a los derechos humanos.
Carter y Videla charlaron en el Salón Oval durante 65 minutos, en los que el anfitrión sólo planteó dos temas. El primero fue la necesidad de que Argentina firmara el Tratado de Tlatelolco , de no proliferación nuclear en América Latina. La otra cuestión que discutimos extensamente -diría Carter en la conferencia de prensa posterior- fue la de los derechos humanos: la cantidad de personas que están detenidas, la necesidad de juicios rápidos y de que Argentina haga conocer al mundo la situación de los prisioneros.
Condescendiente, Videla explicó entonces que la guerra contra la acción subversiva estaba llegando a su fin y la Argentina pasaría una Navidad mucho más feliz.
Esa promesa sería, por supuesto, un fiasco. Hacia el final de 1977, no sólo no se produciría una apertura del régimen, sino todo lo contrario. El secuestro de las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo y de las monjas francesas, quienes amenazaban el brutal silencio que pesaba en el país sobre los desaparecidos, dejaría en claro la ingenuidad de los muchos que entonces veían en Videla a un moderado que contenía el deslizamiento de las fuerzas estatales hacia una represión más profunda.
Videla había sido invitado a Washington, junto a todos los jefes de Estado de las Américas, para la firma del Tratado Torrijos-Carter, por el cual Estados Unidos devolvería el canal de Panamá, luego de casi un siglo de colonialismo. Aunque compartiría cartel con dictadores notorios, como Pinochet y Banzer, también lo haría con importantes líderes democráticos, como el venezolano Carlos Andrés Pérez y el canadiense Pierre Trudeau.
En ese septiembre de hace cuarenta años, la responsable de Derechos Humanos del Departamento de Estado, Patricia Derian, ya había hecho dos visitas a Buenos Aires. En la primera había escuchado a familiares de desaparecidos. En la segunda había enfrentado cara a cara a Massera y a Harguindeguy y les había dicho que la lucha contra el terrorismo no justificaba que un gobierno ocultara las listas de detenidos . Derian también había logrado bloquear ventas de armas a la Argentina y había conseguido que Estados Unidos votara en contra de préstamos pedidos por Martínez de Hoz a organismos financieros internacionales.
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El contrapeso de Derian lo hacía el secretario de Asuntos Interamericanos, Terence Todman , quien durante el menemismo sería el embajador en Buenos Aires. Comprensivo con la dictadura, Todman sostenía que la prensa norteamericana, cuando informaba sobre las violaciones a los derechos humanos en la Argentina, dramatizaba demasiado .
Apenas un mes antes del viaje de Videla a Washington, Todman había aterrizado en Buenos Aires. Según se lee en uno de los 4.677 cables desclasificados por Estados Unidos en 2002, Videla lo recibió en la Casa Rosada y se asumió como una víctima más del terrorismo de Estado. "En este punto de la guerra contra el terrorismo -le explicó-, el problema son los elementos de las fuerzas de seguridad que, francamente, están más allá del control del gobierno. Hemos estado trabajando muy duro en esta cuestión pero hasta ahora no hemos resuelto el problema".
Carter, sin embargo, parecía personalmente interesado en mostrarse duro con la dictadura argentina y, en ese contexto, la invitación a Videla generó controversia al interior de la junta militar. Massera, ya en plena campaña para reforzar su poder personal, le recomendó que no fuera. Según su biógrafo, Claudio Uriarte, le advirtió a Videla: "Vas a quedar como un infeliz". El diario masserista Convicción comparó la convocatoria de Carter a los presidentes del continente con el silbato que hace sonar el patrón de estancia para llamar a sus peones.
Apenas llegó a Washington, Videla dio entrevistas a algunas agencias internacionales de noticias. Por Associated Press lo entrevistó un joven periodista argentino que se había exiliado en Estados Unidos, Pepe Eliaschev, quien le planteó el tema que sólo los medios argentinos silenciaban. "General -le dijo-, en el mundo entero se están publicando noticias de feroces violaciones a los derechos humanos y de una cantidad desconocida de desaparecidos en Argentina. ¿Qué van a hacer y qué me puede responder respecto a los desaparecidos?". Ya acostumbrado a enfrentar este tipo de planteos con un extremo cinismo, Videla respondió: "Estamos tratando de recuperar el control de todas las fuerzas lanzadas a la lucha".
Luego del encuentro personal entre Carter y Videla -el único entre ambos-, Estados Unidos se abstuvo de votar en contra de Argentina ante algún auxilio financiero pedido al Banco Mundial. Pero avanzado 1978, cuando se confirmó extraoficialmente que las Madres de Plaza de Mayo y las monjas francesas habían sido asesinadas por la dictadura militar, la tregua se terminó. El gobierno de Carter promovió entonces la visita a la Argentina de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que se concretó en 1979 y despejó ante el mundo cualquier duda que todavía pudiese existir sobre la criminalidad de la dictadura.
EE.UU., a la izquierda de la Unión Soviética
Jimmy Carter asumió la presidencia de Estados Unidos en enero de 1977 y, apenas un mes más tarde, colocó oficialmente a la Argentina entre los países donde se violaban los derechos humanos, por lo que anunció una reducción en la ayuda militar a partir de 1978. En la Argentina, muchos no podían entender esa actitud de parte de un gobierno supuestamente aliado en la lucha contra el marxismo, que contrastaba con el silencio de la Unión Soviética frente a la represión ilegal.
El desconcierto fue reflejado, por ejemplo, por Mariano Grondona , quien en la edición de abril de 1977 de su revista Carta Política escribió: "Los Estados Unidos, cuya misión histórica es defender a Occidente, han sancionado a las naciones que vertieron su sangre por llevar a los hechos esa misma defensa. La nueva Roma vuelve sus espaldas a las legiones de fronteras. ¿Es tanta su miopía que ha perdido de vista la amenaza común? Carter ha salido a pasear por el mundo a alta velocidad y con los ojos vendados".
*Periodista y escritor.
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