Cuando Fidel Castro estaba en el poder, los frikis, los punk de Cuba, fueron uno de los grupos más perseguidos por el gobierno, en la segunda parte de la década de los ochenta.
Eran considerados lo peor de la sociedad y “contrarrevolucionarios”, de acuerdo con Gerson Govea, uno de los miembros del movimiento que se inyectó sangre contaminada con VIH para acceder a los sanatorios donde eran confinados los enfermos de sida.
Fue a comienzos de los noventa, tras la caída de la Unión Soviética y el empeoramiento de la crisis del sida, cuando los frikis comenzaron a inyectarse sangre infectada (extraían la de algún amigo y se pinchaban el líquido en sus venas). Era una forma de protesta, una alternativa para reunirse con los suyos sin ser hostigados, además de una manera de hacerle frente al llamado "periodo especial", tras el cese del financiamiento de la URSS.
“Me enfermé porque quise. Me molestaban muchas cosas, había cosas en lo social que me chocaban, muchos factores que me llevaron a vivir al sanatorio. Fue una forma que tuve de expresar la inconformidad social que tenía en ese momento”, dice Gerson Govea en un reportaje publicado por Vice.
Niurka Fuentes, viuda de Papo La Bala, uno de las figuras prominentes del movimiento friki, cuenta que su esposo sabía que “infectándose lo enviarían a un sanatorio” y que "ahí se iba a juntar con gente como él y la policía no lo iba a perseguir”.
“Iba a tener una vida independiente. Él me explicó que íbamos a estar mejor, porque íbamos a estar juntos en un lugar que era para nosotros, que lo íbamos a tener con todas las condiciones”, agregó.
En los sanitarios, los frikis formaron una comunidad y hallaron comida, techo y medicina, cosas que para ellos, fuera de esas paredes, eran difíciles de encontrar.
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