POR RAMON ARTURO GUERRERO
Transcurría el verano de 1961. El país estaba en efervescencia, tras haber sido liquidado el dictador Rafael Leónidas Trujillo el 30 de mayo anterior el grueso de la población aguardaba expectante algún tipo de definición, convencida de que el statu quo no se prolongaría por mucho tiempo.
Entre tanto, el representante de los grupos hegemónicos en retirada, Joaquín Balaguer, maniobraba desesperadamente, en una contradictoria alianza con el general Rafael Trujillo hijo (Ramfis), jefe de las Fuerzas Armadas y de quien algunos esperaban que heredara al sátrapa ajusticiado.
¿Cómo contemplaban estos acontecimientos los ojos de un niño preadolescente? La memoria, casi 52 años después, es difusa en cuanto a muchos detalles, pero aquellas cosas que impresionan en la niñez se quedan grabadas como escenas de películas.
Mi hermana Miladys, varios años mayor, vivía en la Juana Saltitopa entre la Caracas y la Ravelo y yo iba a su casa con mucha frecuencia, sobre todo en periodos de vacaciones. Otra razón para andar por esa zona era que me fascinaban los escaparates de la legendaria ferretería Villa, ubicada en la esquina sureste de la avenida José Trujillo Valdez (hoy Duarte) con Caracas.
Entre las otras tiendas de la Duarte que me atraían estaban la librería Tony, porque ahí vendían los paquitos (cómics) recién llegados, que eran mi delirio. La librería estaba en la esquina siguiente del parque hacia el norte, la Barahona, casi al lado del Coliseo Brugal, frente al teatro Estela; y dos cuadras hacia el sur, los helados Cremita (dispensados por una máquina que maravillaba a los niños), situados al lado del cine Diana, en la esquina de la Félix María Ruiz, calle hoy anulada por la remodelación de esa área.
FIGURA INTIMIDANTE
Estas circunstancias me permitieron contemplar en varias ocasiones a una figura protagónica de lo que se llamó remanentes del régimen trujillista, aquellos sectores que se aferraban a la continuidad del oprobioso estado de cosas vigente desde el 16 de mayo de 1930.
Esta figura era José Antonio Jiménez (Balá), cabeza del grupo paramilitar “Los Paleros”, una fuerza de choque criminal y vandálica que arremetía contra cualquier manifestación individual o colectiva que se diera contra los remanentes del régimen tiránico.
Ahora, a la distancia de cinco décadas,recuerdo con más claridad la figura de Balá.
Él acostumbraba estacionar su colorida camioneta ¿Chevrolet?, cubierta de adornos y brillantes accesorios niquelados,al lado de la acera del parque Enriquillo, pegado a la Caracas, frente a la ferretería Villa.
Sentaba su voluminosa anatomía en un banco del parque, rodeado de sus agüizotes y se paseaba desafiante de un lado a otro, vociferando amenazas para que lo oyera la mayor cantidad de personas posible.
Ese es el Balá que recuerdo, yo lo que percibía era como un tumulto, mientras mi atención se centrabamás en el parque, las atracciones de la avenida comercial, los paquitos nuevos. Las acciones criminalesde Balá,su juicio y final condena de cárcel en 1963; su escape de la prisión en 1966 y su muerte violenta en 1968 a manos de su propio hijo, son noticias que quedaron plasmadas por la prensa de la época.
El historiador Alejandro Paulino Ramos, citado por Ángela Pena en el diario Hoy del 28 de enero de 2012, dice refiriéndose a Balá: “El funesto personaje atacó a manifestantes de los primeros mítines por la democracia, entre ellos el muy concurrido del PRD realizado en el parque “Colón”.
“Balá y sus paleros arrastraban sin compasión a los heridos. Su lugarteniente era Virgilio Martínez, mejor conocido como “Quinielita”, y además se encontraban otros como Pedro Vásquez, Eduardo Pérez Miniño, Domingo Figueroa, Pascasio García, Rafael Antonio Félix Báez, Agustín Berroa, Rafael Arias Richardson y Fernando A. Jiménez Herrera”.
Todavía se discute si los paleros fueron un cuerpo organizado a escala nacional, con una dirección central. Es lo que parece, pues sus acciones lucían coordinadas, en armonía con la Policía y el aparato judicial. Se le acusó de incendiar Radio Caribe y atribuirlo a miembros del Movimiento Popular Dominicano, entre los cuales resultaron muertos y heridos cuando el pandillero asaltó su local en la avenida Duarte; participaron junto a la Policía en la “masacre de la calle Espaillat” el 20 de octubre de 1961, con saldo indeterminado de muertos y heridos.
EN EL INTERIOR
En el interior del país, según relata, por ejemplo, Fernando Ferreira Azcona en la página digital Mao en el Corazón: “…en Sosúa, al finalizar este mitin, fueron vilmente asesinados los jóvenes Pedro Clisante y el Dr. Alejo Martínez, quienes regresaban a sus hogares después de participar en esta manifestación multitudinaria contra los remanentes del despótico régimen.
En Santiago, esa misma tarde fue asesinado un joven de apellido Jiménez (mis disculpas por no recordar su nombre completo), cuyo velatorio fue ametrallado en horas de la noche, muriendo en este cobarde acto otro valioso joven, Erasmo Bermúdez”.
Y agrega: “Cuando íbamos llegando a casa, nos agredieron a palos, pedradas, trompadas, etc. y penetraron a la sala de nuestro hogar, golpearon a mamá y a Norman y rompieron algunos muebles de esta área. Toda la acción estuvo acompañada de insultos y vocinglería. Nos gritaban “malditos comunistas”, “mal agradecidos” y otros improperios impublicables”. Y concluye: “Así, con el ataque a nuestra familia y la violación de nuestro hogar, se inició la tristemente célebre etapa de los paleros en Mao”.
Las acciones de paleros, inspirados por Balá aunque no fueran dirigidos directamente por él, se reportaron en casi todo el país: Santiago, San Francisco de Macorís, Puerto Plata, Barahona, La Romana, San Pedro, Moca, La Vega.
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