Un amigo muy perspicaz me argumentaba el otro día sobre los peligros que corremos los dominicanos de que nuestro sistema político caiga en una dictadura.
No lo hacía como argumento de oposición política, sino como observador de la realidad.
Comenzó diciendo: “Solo tienes que observar la conducta de los dominicanos en el tránsito a las horas pico. Aceptamos con resignación que sea un AMET que lo ordene todo arbitrariamente. Olvídese de los semáforos y de cualquier sistema inteligente de ordenamiento del tránsito. Y la gente se queda tranquilita quemando combustible, perdiendo tiempo precioso y aburriéndose hasta la muerte. Por ahí ya va mal la cosa”.
“Pero también, -agregaba- la cosa comenzó con el control de los medios de comunicación, lo que es un clásico en la construcción de una dictadura. Gracias a los medios, moldeas a la opinión pública y ganas elecciones. En nuestro caso, no tienes que comprar los medios: basta con comprar a los periodistas y hasta sale más barato”.
“Después, -no había forma de pararlo- compras a la gente. No en vano el Estado es el principal empleador del país y a través de los programas de subsidios sociales, media población depende de la ‘generosidad’ del Estado. Toda esa gente tiene que estarse tranquila por temor a perder lo logrado”.
“En nuestro caso, seguía diciendo, somos un pueblo al que le encantan las dictaduras con tal de que nos dejen bebernos nuestra cerveza. Por tanto, a nadie le importa cuando nos quitan un derecho o una libertad. Nos encanta que la Policía les caiga a palos a los delincuentes, hasta que llegue a nosotros, pero ya será tarde.”
Me dejó pensando.
atejada@diariolibre.com
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