Carta a Segundo Imbert Brugal:
Sobre la psicoterapia nacional
Pablo Gómez Borbón
Distinguido doctor Brugal:
No tengo la menor duda de que estamos todos locos (discúlpeme, el término “loco” es poco científico y, sobre todo, peyorativo). Pero, ¿Acaso no dijo Einstein que la locura consiste en esperar resultados distintos, haciendo siempre lo mismo? Es precisamente lo que hacemos. Para muestra, un botón: luego de casi medio siglo de desengaños, seguimos alimentando la ingenua esperanza de que basta votar por el candidato que mejor nos haya mentido, para convertir nuestro infierno en paraíso.
Le escribo porque dudo, en cambio, sobre la naturaleza y el origen de nuestros desvaríos.
¿De qué sufrimos? Muchas veces me he hecho esta pregunta. Mucho he dudado sobre su respuesta. A veces pienso que somos paranoicos o narcisistas, pues pensamos que todas las potencias del mundo no tienen otro objetivo que el de destruir nuestra nación (¿No dijo el doctor Zaglul que los dominicanos somos paranoides depresivos? Otras veces creo que somos masoquistas, porque no encuentro otra respuesta a la indolencia con la que soportamos los abusos a los que nos someten nuestros políticos. Otras, que padecemos trastornos obsesivo-compulsivos, porque votamos por estos con la precisión de un reloj suizo. Otras, que somos esquizofrénicos, pues deliramos con que los políticos resolverán nuestros problemas o autistas, porque vivimos en nuestras cabezas. Otras, que somos drogadictos, por la presencia, cada vez más frecuente, de psicotrópicos en nuestras esquinas. Otras, en fin, maníaco-depresivos, por esa relación de amor y odio que caracteriza nuestra relación con los extranjeros. A veces creo que padecemos de todas estas dolencias al mismo tiempo. (De lo que estoy seguro es de que no somos alcohólicos: En Quisqueya el ron es nuestro psicólogo).
¿Se trata de afecciones físicas? ¿Las hemos heredados de nuestros antepasados?¿De nuestros indios salvajes?¿De los esclavos africanos que nunca existieron?¿O de los delincuentes españoles – rubios y ojos galanos, eso sí – que vinieron con Colón? (¡Zafa!).
¿Se trata, al contrario, de neurosis?¿Nuestras desgracias tienen que ver con el entorno en que fuimos criados? Disculpe que invada su área profesional. Resulta que, mientras esperaba que nuestro pueblo madurara, me puse a leer a Freud. Dada la longitud de la espera, lei, varias centenas de veces, sus obras completas. Es por esta razón que, practicando un psicoanálisis de a cien pesos, me inclino por ésta última posibilidad.
Corríjame si me equivoco, pero creo que nuestras dificultades tienen dos causas simultaneas: por un lado, una figura paterna demasiado difusa y por el otro por una confusa figura materna, algo menos difusa pero incongruente, a veces víctima consentidora de violencia conyugal, a veces sobreprotectora. A la primera razón achaco nuestros problemas de identidad, nuestra tendencia de andar más perdidos que el hijo de Limbe (que no Lindbergh); a la segunda, la baja autoestima que nos impide tomar riendas de nuestro destino.
Hablemos de nuestro padre. O de nuestros padres. Duarte, nuestro verdadero padre, era virtuoso pero poco asertivo: Ante los primeros contratiempos, nos abandonó y se fue a Venezuela. Lo que aprovecharon Sánchez y Mella – hombres valiosos, es cierto, pero no tanto como Duarte – para reivindicar nuestra paternidad. Lilís, que de psicología no entendía nada, decretó que no teníamos un padre, sino tres. Caso único en la bolita del mundo.
Llegó entonces Trujillo, Padre de la Patria Nueva. No se me sale de la cabeza que detrás del merecido regocijo que causó su ajusticiamiento, se escondía un acto edípico. Ante su ausencia y nuestra eterna necesidad de un padre, el Congreso, que cobra muchísimos cuartos sólo para enredar la cabuya, quiso nombrar “Padre de la Democracia” a Bosch, a Guzmán y a Balaguer. La decisión fue nueva vez desacertada: ganaron los fanáticos de éste último.
Para terminar, muchísimos corearon luego “¡Llegó Papá!”. La cuenta se para – por ahora – en ocho padres. Eso si no tomamos en cuenta a Papá Bocó -al que se también queremos asesinar por sus raíces africanas -, a Papá Muey y al Papaúpa de la Matica. Y suerte que de nuestra comunidad sacerdotal no ha salido – todavía – un papa, un santo padre. Porque, con tantos padres, ¿Cómo no vamos a andar perdidos?
Hablemos ahora de nuestra madre. O de nuestras madres, porque también tenemos muchas. Hablemos de nuestra Madre Patria. Fuimos testigos, desde chiquitos, de la violencia a la que la han sometido. Núñez de Cáceres dejó que la maltrataran durante muchísimo tiempo, al igual que Santana y Wessin y Wessin. Estos dos últimos no se conformaron con semejantes vilezas, sino que lo hicieron también ellos mismos, al igual que Báez, Lilís, Trujillo, Balaguer y muchísimos más. Como si estos maltratos no fueran suficientes para traumatizarnos de por vida, los abusadores de Mamá Patria adujeron, delante de nosotros, que lo hacían ¡por el propio bien de ella!
Por otro lado, tenemos tres madres supe protectoras: Mama Tatica y Mama Mecho, – poderosas matronas divinas que nos han protegido de males mayores y, más recientemente, otra, personificación de la madre nutricia, a la que coreaban “¡Llegó Mamá!”, que nos repartió más regalos de los que, muchas veces pienso, teníamos necesidad.
Podría pensarse que la cosa no puede ser peor. Pero sí, puede. Porque seguimos teniendo muchos padres y muchas madres. Pero no cuatro ni ocho sino cientos o miles: nuestros políticos ¿Acaso no nos premian, de vez un cuando, con salchichones y neveras, cajitas y funditas, cuando nos portamos bien, mientras ellos se portan mal?¿Acaso no están tan ausentes que se acuerdan de nosotros cada cuatro años? ¡Incoherencia y ausencia que agravan nuestra confusión!
Ante un cuadro tan complicado, termino pidiéndole un favor y dándole un consejo: ¿Podría, siguiendo el ejemplo de Fromm y del propio Zaglul, practicar el psicoanálisis social – o nacional – respondiendo en su columna a mis dudas y recomendándonos un tratamiento que al menos alivie los sufrimientos que nos mortifican como pueblo? Y, ya que, con nuestros magros salarios no podemos darnos el lujo de comenzar una terapia, ¿No podría ocuparse de la de nuestra clase política? Pero tenga cuidado – y este es mi consejo: Si se decide a tratar a los políticos, dadas la eternidad que durarán sus terapias y sus tendencias claramente antisociales, no se olvide de cobrarles por adelantado.
Cordialmente,
Respuest a Bablo Borbon.
Pablo, ha sido una distinción de su parte el que me haya escogido, en su artículo del 6 de Octubre pasado, para desenmarañar el diagnóstico preciso de la psicopatología que parece aquejar al pueblo dominicano. En sus preguntas, y algunas conclusiones, utiliza un humor inteligente que, supongo, es el necesario ansiolítico ante tanta frustración y tragedia de la que somos testigos.
Sociólogos, ensayistas, periodistas y escritores, han desglosado la psicología de nuestra gente. Bastaría leerlos detenidamente para encontrar conclusiones acertadas. Pero siempre, sin perder de vista que no existe “el dominicano”, sino “los dominicanos”: grupos sociales que interactúan dentro de abismales diferencias económicas y culturales asentados sobre un denominador común que nos diferencia de otras sociedades.
El asunto es harto complejo, señor Gómez, pues sus preguntas necesitarían de muchas páginas, y de intelectuales de mayor sapiencia que la mía para contestarlas. No obstante, aprovecharé la oportunidad y opinare sobre el asunto. Me detendré en esta idea suya: “Nuestras dificultades tienen dos causas simultaneas: por un lado, una figura paterna demasiado difusa y por el otro por una figura materna, algo menos difusa, pero incongruente….”
Estoy de acuerdo, debemos comenzar por el enorme problema de paternidad que nos aqueja, si queremos entender la idiosincrasia criolla, partir de ese nudo gordiano que sustenta el pesado yugo de nuestros males.
Utiliza usted la metáfora, y el hecho, de que somos un pueblo con tres padres, Duarte, Sánchez, y Mella. Es valida: en esa trilogía pudiera estar simbolizado uno de los traumas primarios de esta nación, y sus consecuencias. Veamos.
La “patria vieja”, señora díscola y zarandeada, se encamó con los tres patricios fundacionales y, por tanto, cualquiera de ellos pudo haberla fecundado. Nunca se supo cuál (no existía el ADN).
El pícaro de Lilis supuso que, siendo esa ambigua patria vieja impredecible y desordenada, ninguno de los tres personajes asumirían la paternidad. Se la adjudicó a los tres. Nace entonces esa niña, “Patria Nueva”, con tres progenitores; y uno adoptivo, despótico y cruel, que la termina de criar: Trujillo.
Desde entonces, tener en cuenta la ausencia, irresponsabilidad, y disfuncionalidad del cabeza de familia dominicano es indispensable para entendernos. La cantidad de hogares con madres solteras, o con padres abusivos, es alarmante en este país. Circunstancia que obligan a las mujeres a buscar la subsistencia lejos del hogar, debilitando la crianza adecuada de sus hijos.
En países desarrollados, maestros, héroes cívicos, líderes del entorno, y algunos religiosos, compensan las carencias formativas de esos hogares descabezados; hacen aportes relevantes para el desarrollo de una personalidad sana. Esas instituciones y personajes inyectan valores morales indispensables para lograr colectivos civilizados.
Pero, amigo- permítame que lo considere como tal- Gómez Borbón, si escuela, comunidad, héroes y líderes sociales resultan desastrosos, como en nuestro caso, sólo quedaría el Estado como última esperanza para constituirse en un papá bondadoso, modélico, y ético.
En este país, amigo Pablo, el Estado ha sido un malvado con hábitos delictivos; otro padre abusivo del que en realidad somos huérfanos. Entonces, sin familia organizada, sin comunidades inspiradoras, con maestros de dos por tres, y líderes pervertidos, no podemos esperar otra cosa que una población de identidad frágil, desordenada y proclive a pasarse la ley por la entrepierna. Un pueblo moldeado por “malandrines y follones” tiene que exhibir debilidades psicológicas. No puede no hacerlo.
Ese psicoanálisis curativo, que usted me invita a realizarle a esta patria, es responsabilidad del Estado, quien- por ser el culpable inveterado de la patología que nos aqueja- está incapacitado para hacerlo.
Agradezco su carta y su deferencia. Espero no haberlo defraudado.
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