Desde tiempos inmemoriales la Iglesia ha constituido uno de los principales poderes fácticos en las sociedades.
En la historia dominicana no ha sido la excepción. En momentos claves, ha incidido en la toma de decisiones. A veces ha inclinado la balanza a favor de la mayoría, como cuando retiró el apoyo a la dictadura de Trujillo, aunque antes había sido beneficiaria de iniciativas como el Concordato.
En otros, se ve cuán lesivo puede ser este poder cuando se coloca de espaldas al pueblo, como sucedió cuando desestabilizó el gobierno democrático del profesor Juan Bosch, que concluyó con un golpe de Estado.
Hoy, República Dominicana tiene problemas neurálgicos como mala distribución de la riqueza. Para nadie es un secreto que es de los países latinoamericanos cuya economía ha crecido más, pero, contradictoriamente, donde la población ha experimentado menos movilidad social.
A la mayoría de los dominicanos no se les garantizan sus derechos. Su vida transcurre entre pobreza, corrupción, violencia, desempleo y crisis sanitaria, de Justicia, etc.
Pocos de estos temas llaman la atención de la Iglesia como el de la sexualidad de la población, en el que usa su poder de manera avasalladora.
Cuando se discutió la despenalización del aborto en la Constitución, desde los púlpitos llamó a sus feligreses a no votar por aquellos legisladores que se pronunciaran a favor.
Hoy ha salido en frente contra la homosexualidad del embajador de los Estados Unidos, James Wally Brewster. Pero, ¿cuántas veces ha protestado por la visita de corruptos a las escuelas?
¿Cuántas firmas recogieron los protectores de los “valores dominicanos tradicionales” para que el país sometiera a la justicia o expulsara al violador de menores, nuncio Joseph Wesolowski?
¿Por qué la Iglesia no usa su poderío, con igual interés e insistencia, para que sus creyentes castiguen en las urnas a funcionarios, empresarios y políticos corruptos, en vez de que su cúpula se regodee con ellos y los legitime mediante bautizos y bodas?
¿Por qué molesta la homosexualidad del embajador y no la política injerencista de Estados Unidos en materia económica y política?
La sexualidad es personal e íntima. La Iglesia no tiene que intervenir y el Estado sólo para garantizar derechos.
En otros, se ve cuán lesivo puede ser este poder cuando se coloca de espaldas al pueblo, como sucedió cuando desestabilizó el gobierno democrático del profesor Juan Bosch, que concluyó con un golpe de Estado.
Hoy, República Dominicana tiene problemas neurálgicos como mala distribución de la riqueza. Para nadie es un secreto que es de los países latinoamericanos cuya economía ha crecido más, pero, contradictoriamente, donde la población ha experimentado menos movilidad social.
A la mayoría de los dominicanos no se les garantizan sus derechos. Su vida transcurre entre pobreza, corrupción, violencia, desempleo y crisis sanitaria, de Justicia, etc.
Pocos de estos temas llaman la atención de la Iglesia como el de la sexualidad de la población, en el que usa su poder de manera avasalladora.
Cuando se discutió la despenalización del aborto en la Constitución, desde los púlpitos llamó a sus feligreses a no votar por aquellos legisladores que se pronunciaran a favor.
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En el escenario de esta sociología política en el que está atrapada y aprisionada la comunidad humana, no hay espacio para ninguna iniciativa "personal e íntima", incluyendo "la sexualidad". Todo, estemos consciente o no, es el resultado de la configuración política.
ResponderEliminarEse inusitado impulso en el desarrollo de aberraciones como la homosexualidad, la proliferación de religiones e iglesias y de las drogas, es el fruto de la PERMISIVIDAD, del dejar hacer, dejar pasar, del dar rienda suelta (bajo el pretexto de que en eso consiste la libertad), a que tiene que recurrir hoy la política para conseguir apoyo de quien sea para poder mantener su dominio sobre la gente.
Suscribo casi en todas sus partes, la valoración que usted hace de la conducta histórica de la iglesia católica, la cual esta determinada, no por ninguna inclinación a defender el sano interés de la sociedad, sino pura y simplemente, motivada en la defensa de sus sectarios intereses, retrógrados por demás.