José María Lorenzo Amelibia
30.03.16 | 11:11. Abundan como el polvo de los caminos en verano. La figura clásica del cacique está en vías de extinción. La democracia barre del mapa – por supuesto en apariencia – los reductos de la dictadura. El dominador ha de replegarse a la intimidad de la familia, a las asociaciones de todo tipo, a los contubernios partidistas. A veces son descubiertos y desenmascarados. Otras, campan por sus respetos – eso sí – siempre con el espectro del voto en la mano, dominado por su irresistible caciquismo. ¿Ha caído el dictador? Sólo en apariencia.
A veces el dictador es un colectivo; no una persona singular. Los decretos y mandatos asamblearios decisorios y vinculantes, son mordaza férrea que a los díscolos se les coloca con la fuerza aplastante de la mayoría. En nuestra sociedad, a cualquier toma de postura debe preceder siempre un encuentro. ¡El colmo! Conozco un caso en que se convocó una reunión para decidir si había que hacer otra y qué día. Por supuesto, la segunda era la importante.
En estos encuentros aparece casi siempre una nueva figura: el cacique sofisticado y disimulado. Para descubrirlo, lo mejor es observar con indiferencia, sin poner la carne en el asador sea cual fuere el asunto a tratar.
El nuevo cacique habla, habla, habla. A veces con mesura, como pidiendo perdón de tanto hablar, pero siempre llevando el agua a su molino. Se cree el mago de la palabra. Su verbo ha de calar en todos. Su dialéctica demagógica halaga a muchos. Pronto se constituye en líder del grupo, ante el pasmo de una minoría que desde ese momento deberá plegar velas, si desea la paz propia.
El nuevo cacique habla, habla, habla. A veces con mesura, como pidiendo perdón de tanto hablar, pero siempre llevando el agua a su molino. Se cree el mago de la palabra. Su verbo ha de calar en todos. Su dialéctica demagógica halaga a muchos. Pronto se constituye en líder del grupo, ante el pasmo de una minoría que desde ese momento deberá plegar velas, si desea la paz propia.
Este nuevo cacique es audaz, posee reflejos rápidos, ingenio, agilidad mental. Para todo tiene respuesta; nada ignora. En un sistema absolutista hubiera tenido que cambiar de táctica, aunque como político nato, también podía haber escalado altas cumbres. Absorbe la conversación y posee la destreza para encauzarla en el sentido que él desea. Milita tanto en partidos de izquierda como de derecha. Por lo general no se exalta al hacer afirmaciones muy audaces o revolucionarias. Apoyado por la mayoría, que en silencio le escucha y alienta con monosílabos, domina el ambiente de modo más absoluto que los caciques pretéritos. Difiere de ellos en los métodos. Su espíritu es el mismo: mangonear. Consigue que triunfen por caminos indirectos sus decisiones e incluso su filosofía. Ha logrado el prestigio. Es “alguien”, es una persona importante. En realidad, un cacique diplomático y democrático.
La minoría silenciosa sufre y lo soporta. No quiere enfrentare con la mayoría. Teme que las “metralletas” puedan hacer de las suyas.
Existe la masa a todos los niveles: una masa amorfa compuesta de muchas individualidades concretas. Se distingue por no querer complicares la vida. es mucho más fácil seguir la corriente. El líder, cacique moderno, lo sabe muy bien, aunque parece ignorar que el péndulo puede oscilar después de un tiempo en la dirección contraria. Se expone mucho. En este sentido hay que reconocerle buena dosis de valentía. Si su talento es grande, sabrá acomodarse a situaciones venideras sin riesgo para su persona. Muchos van incrustados en el péndulo oscilante y se sienten seguros en todos los movimientos. Parecen descendientes de Fouché.
La libertad. Este don maravilloso del hombre siempre se encuentra en crisis. La coacción moral impide el ejercicio de las facultades más nobles de la persona. Los caciques modernos, bajo apariencias democráticas, coaccionan a los compañeros. La convivencia con ellos resulta tan molesta como con los dictadores de antaño. Y es que l auténtica democracia ha de desarrollarse en el respeto total y sincero. No se trata de imponer nada, de aplastar al adversario haciéndole pasar por el aro, fuera de casos muy concretos necesarios para el bien común o el respeto de la libertad de los demás.
¿Qué diferencia entre el capricho del señor anacrónico y la de las masas movidas por el demagogo? Todo es malo. Por nada apuesto. Pero a la hora de elegir pienso que es menos malo el primer caso. Se puede huir más fácilmente del tirano solitario, rodeado de unos pocos esbirros, que de una multitud electrizada por el verbo áspero del barraquero con aires de demócrata.
Afán de protagonismo. Deseo de hacerse notar. Casi siempre el líder político está impulsado por estos motivos. En el mejor de los casos es un hombre idealista. Rechazará los métodos inquisitoriales de la Iglesia y del estado de siglos pretéritos, y él mismo está cayendo, adornado de guante blanco, en parecidos métodos.
A través de sus ideas conseguirá el líder la gloria. Enarbolará el estandarte de la libertad, pero habrá que entenderla a la manera de ellos. “Cueste lo que cueste, se ha de conseguir”, será el lema. ¡Libertad!, palabra mágica. Nunca se ha hablado de ella más que ahora y tal vez casi nunca se ha disfrutado menos.
¡Libertad! Pero me pregunto: ¿Es que ha de tener el mismo derecho de expresión el bien que el mal? ¿Ha de disponer de las mismas facilidades el hombre que purifica el ambiente turbio y el hombre que suelta el escape de cloacas venenosas? Y dirán algunos: es que no existen verdades objetivas. Sofisma claro tras el que se puede esconder el deseo de negar la misma evidencia. Una verdad no existe, dirán, hasta que no es captada como tal por el entendimiento. De acuerdo. Pero existen realidades objetivas y si la mente no se conforma con ellas se encuentra en la mentira o en error craso.
Los comunistas hablan de “dictadura democrática”. En esto les doy la razón. La panacea que se nos ha calado tras largos años de inquieta espera, toma en nuestra sociedad visos de una dictadura de tan funestas consecuencias o mayores que otras de signos derechistas. Disfrutan de libertad los que se sienten respaldados por el terror hacia terceros. Los demás aguantan esperando tiempo mejores.
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