El cómo viven y mueren los grandes hombres y mujeres de un pueblo habla mucho de su sociedad. El martes pasado Claudio Caamaño murió e, irónicamente, un hombre que arriesgó y ofrendó su vida decenas de veces en aras de la libertad, falleció preso de la injusticia.
Corroen, duelen y consternan las circunstancias en las que el eterno compañero del Coronel de Abril, Francisco A. Caamaño, partió de este mundo.
El soldado de la Gesta de Abril, de Playa Caracoles y de la resistencia contra la represión de Joaquín Balaguer fue sometido a un periplo, varias horas, por cuatro centros de salud, públicos y privados, con el cuerpo herido tras el accidente de tránsito, pero tal vez con el alma aún más magullada, por ese dolor amargo que provoca la impotencia ante las injusticias.
Un héroe no encontró ni en el sistema público, ni en el privado garantías de su derechos.
En la Patria por la que luchó y arriesgó su vida se le negó el acceso a salud. Ya antes se le había negado la justicia cuando le mataron su hijo Claudio Francisco y tuvo que librar una batalla más en demanda que no quedara impune.
Pero un revolucionario cabal motiva el cambio hasta con la muerte. Por eso, su partida debe servir de abono a la necesaria y urgente transformación del mal llamado sistema de salud, que no funciona como sistema ni garantiza salud.
A Claudio Caamaño lo mató la inequidad, la desigualdad, la injusticia.
El vacío legal y la falta de voluntad política para legislar, presupuestar y administrar los recursos públicos de modo que haya acceso a salud pública y de calidad.
Que los hospitales tengan cupo, médicos e insumos suficientes para salvarle a la vida a quienes lleguen.
A Claudio Caamaño lo mató un sistema que coloca el interés pecuniario por encima de las personas y de sus derechos humanos, dándole prerrogativas a clínicas y galenos para violentar el juramento hipocrático y negar atención y recepción a personas de escasos recursos.
Hoy murió un hombre con nombre y obra, de abolengo y repercusión en los medios. Pero esto no sólo ocurre con él. Lastimosamente, son muchos los “hijos de Machepa” y de clase media a los que diariamente se les violentan sus derechos a salud y vida.
No se trata de pedir privilegios para Claudio por tratarse de un héroe. El mejor homenaje que este país puede brindar a héroes como él es la garantía de derechos para todos y todas. ¡Ojalá demos ya honor, a quien honor merece!
Corroen, duelen y consternan las circunstancias en las que el eterno compañero del Coronel de Abril, Francisco A. Caamaño, partió de este mundo.
El soldado de la Gesta de Abril, de Playa Caracoles y de la resistencia contra la represión de Joaquín Balaguer fue sometido a un periplo, varias horas, por cuatro centros de salud, públicos y privados, con el cuerpo herido tras el accidente de tránsito, pero tal vez con el alma aún más magullada, por ese dolor amargo que provoca la impotencia ante las injusticias.
Un héroe no encontró ni en el sistema público, ni en el privado garantías de su derechos.
En la Patria por la que luchó y arriesgó su vida se le negó el acceso a salud. Ya antes se le había negado la justicia cuando le mataron su hijo Claudio Francisco y tuvo que librar una batalla más en demanda que no quedara impune.
Pero un revolucionario cabal motiva el cambio hasta con la muerte. Por eso, su partida debe servir de abono a la necesaria y urgente transformación del mal llamado sistema de salud, que no funciona como sistema ni garantiza salud.
A Claudio Caamaño lo mató la inequidad, la desigualdad, la injusticia.
El vacío legal y la falta de voluntad política para legislar, presupuestar y administrar los recursos públicos de modo que haya acceso a salud pública y de calidad.
Que los hospitales tengan cupo, médicos e insumos suficientes para salvarle a la vida a quienes lleguen.
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