Hace unos años vi un documental llamado “El Escape de Hitler” que habla, como dice su nombre, sobre la posibilidad de que el hombre que lideró el movimiento nazi no se haya suicidado junto a su mujer, Eva Braun, en abril de 1945, en su bunker de Berlín. La teoría sostiene que su presunta muerte no es más que su última estrategia, pues en realidad habría escapado a América del Sur, específicamente Argentina, a la ciudad de Bariloche, conocida en Chile por sus chocolates artesanales. Su supuesta casa se llamaba “La Residencia Inalco”.
a semana que recién pasó, estando de vacaciones, tuve la oportunidad de ir con mi familia a San Carlos de Bariloche y me acerqué a un par de agencias de turismo a preguntar sobre la forma de visitar el lugar. Pero la respuesta fue unánime: No hay visitas turísticas que incluyan esta casa como destino.
Aun así todos parecían dominar el tema, como si para los argentinos se tratara de un asunto de cultura general. Entré a un par de sus librerías y los libros que abordan las temáticas de Hitler en Bariloche, los nazis en Argentina y todo lo relacionado, abundan. Aproveché de comprar un libro de Abel Basti, un periodista argentino que se ha especializado en el tema, llamado “El exilio de Hitler: Las pruebas de la fuga del Führer a la Argentina”.
Decidí darle una chance a esta fuente alternativa de información, porque la historia que todos conocemos sobre el desenlace final de Hitler está basada en la investigación que hizo el inglés Hugh Trevor-Roper por encargo del gobierno, ad portas del Juicio de Nüremberg.
El historiador tuvo sólo 7 semanas para concluir que Hitler se había suicidado. Para el Juicio necesitaban contar con la certeza del fin de su vida o sobre y paradero, pues sólo así sabrían si imputarlo en “ausencia” o dejarlo libre de toda búsqueda y cargos debido a su fallecimiento.
Al momento de que Trevor-Roper ejerciera su encargo, el búnker había sido saqueado y estaba inundado. Esto evidentemente debió jugar en contra de la investigación. Solo hubo un testigo. Para esas fechas el resto se había suicidado, los habían matado o estaban detenidos por las fuerzas soviéticas.
Los otros entrevistados que aportaron con información son de segundo orden. Es decir, no estuvieron presentes en ninguno de los momentos cruciales para dar credibilidad a la historia: no estuvieron en el momento que retiraron de la habitación los cuerpos de Eva Braun y Hitler, ni pudieron corroborar si eran efectivamente ellos a quienes cremaban en los patios de la cancillería. Sus testimonios se basaron en lo que escucharon de terceras personas, a quienes ya no se podía acceder durante la investigación.
Por otra parte, como es sabido, los cadáveres nunca se han encontrado. Todo lo que conocemos se ha desmentido con el paso de los años. Por ejemplo, el supuesto cráneo de Hitler encontrado por los rusos en el búnker con una perforación de bala, fue examinado por Nick Bellantoni, un arqueólogo de la Universidad de Connecticut, quien comprobó bajo análisis de observación y estudios de ADN que dicho trozo de cráneo habría pertenecido a una mujer. ¿Cómo lo supo? el grosor del material óseo es más delgado de lo que corresponde al cráneo de un hombre.
Algo me hacía creer que la historia de la fuga de Hitler y de su supuesta nueva vida en Argentina tiene hartas probabilidades de ser real. Por eso, el último día que me quedaba en Bariloche jugué mis últimas cartas y volví a preguntar en una oficina de turismo sobre alguna forma de acceder a la casa.
Me dijeron nuevamente que no existía ningún tour pero que sin embargo, a un kilómetro de ahí había un desembarcadero y que, quizás, podría hablar con el dueño de algún bote y pedir que me llevaran a ver la casa desde el agua. Pero decidí probar otra opción.
Al salir de la oficina vi a un policía y le pregunté sin rodeos si sabía dónde estaba la casa de Hitler. Me dijo que sí y me dio las coordenadas para llegar vía terrestre. Las instrucciones fueron simples y me pareció que ésta era una alternativa bastante más rápida de ejecutar que la otra, siempre y cuando llegara al lugar con sus indicaciones y que el guardia que cuida el recinto me dejara pasar.
Siguiendo al pie de la letra las indicaciones, en pocos minutos estuve frente a un pequeño portón de madera, cerrado con una cadena de metal oxidado y un candado, con un letrero que decía “Propiedad Privada”. Desde afuera se veía un largo camino entre abundantes árboles altos.
No parecía haber señales de cuidador, guardia, ni nada que se le pareciera. Estuve mucho rato afuera, pensando qué hacer, gritando a todo pulmón para llamar la atención de quien cuidara el recinto -queríamos entrar con permiso-. Pero a pesar de los esfuerzos, nadie apareció. Cuando daba por perdida la misión, desde dentro del recinto, llegó caminando hacia la puerta un tipo de unos 35 años junto a una niña. Ambos iban con artículos de pesca.
Como hasta ese minuto nada nos había asegurado de estar en el lugar correcto, le pregunté al hombre si ahí quedaba la supuesta casa de Hitler. Dijo que sí inmediatamente, que estaba más adentro, a unos 300 metros.
Al contarle nuestra intención, dijo que entráramos, que había un guardia que cuidaba el lugar y que él lo conocía. Finalmente, el tipo salió por un costado, sorteando unas barandas bajitas de madera que estaban rotas. La verdad es que no había que hacer ningún esfuerzo para entrar. Todo está bastante expuesto, con prácticamente nula resistencia a la entrada de extraños.
La situación con el padre y la niña me inspiró confianza, y como además confirmó que la casa estaba a unos metros, tomé la decisión de entrar a pesar de que el temor a ser sorprendida era inevitable. Aunque también adrenalínico. Avancé por el camino de tierra. Era sombrío, poblado de árboles altos y antiguos. A la izquierda se asomaba a ratos el azul del lago, entre lo espeso del bosque. Avance a paso rápido, embargaba por la angustia de que al guardia no le pareciera bien verme y que tomara alguna medida excedida para hacernos salir.
Creo que este sentimiento se exacerbó en la medida que pensaba en la probabilidad de que el lugar fue ocupado por los más altos poderes del nazismo y que existe la posibilidad de que el mismísimo Hitler haya caminado por esos senderos. Los mismos que recorría ahora con el estómago apretado, sin llegar todavía a ninguna parte. Hasta que vi algo.
A mi izquierda una construcción de madera se asomaba entre los árboles. Dije aún sin estar completamente segura “¡aquí está!”. Y mientras avanzaba me daba cuenta de que efectivamente era la casa que había visto en el documental, en internet y en la portada del libro que compré. Una construcción enorme de piedra y oscura madera, con escaleras traseras y ventanales de vidrio.
El camino llevaba directamente a la casa. Llegué por atrás y luego me acerqué por el costado. Contiguo a este recinto había otra casa, de evidente arquitectura moderna. Pensé que podría ser el lugar donde vive el famoso guardia que todos habían mencionado, por lo que ralentice el paso y avancé con prudencia.
Acompañé este tramo con fotos, disparando con mi celular todo lo que veía. Llegué al frontis de la casa. Era increíble estar viéndola en vivo y en directo, y pensar en todo lo que puede haber pasado en ese lugar. Alcancé a fotografiar la fachada y en dirección al agua, donde vi al menos 5 pequeñas embarcaciones cargadas de gente, pasando de a una por al frente.
En ese momento corroboré que lo que me habían dicho en la oficina de turismo era cierto y bastante más probable de hacer. Así mismo comprobé que yo no era la única interesada en el tema, sino que compartía mi interés con todas esas personas que veía arriba de los botes.
Sólo había un detalle que me ponía un poco nerviosa: Todos estaban en el agua, menos yo. Pensé acercarme a los ventanales de vidrio para ver qué había adentro y luego acercarme al viejo y destruido muelle donde habrían llegado submarinos con mercadería y suministros para el Führer.
Pero antes de que pudiera llevar a cabo mis planes, bajaron corriendo 2 toros que parecían amenazarnos con sus cuernos. Me fui corriendo: nadie querría salir corneado de ahí. Caminé rauda de vuelta, inventando camino por un bosque que nos condujo a la ruta inicial. Pronto llegué a la salida con la sensación innegable de haber logrado algo importante: el regocijo de una “Misión Cumplida”.
Si me atrevo a escribir sobre esto es porque lo creo posible. Los grandes poderes que manejan el mundo se las han arreglado siempre para llegar a acuerdos increíbles por conveniencia y que las grandes lides del poder se mueven en plataformas que el común de los mortales desconocemos. No tenemos cómo inferir ni saber cómo se administran las riquezas, las tecnologías, la ciencia, las guerras, las enfermedades y las cuotas de poder.
No es menor aceptar que podemos haber sido engañados durante años, que se aceptó esta historia sin cuestionarla, y que ha sido transmitida de generación en generación. Lo único que me queda claro es que, así como me dijo una mujer que atendía una librería en Bariloche respecto a la conversación que sostuvimos sobre el supuesto suicidio de Hitler, es que “el tipo era un loco, pero de boludo no tenía nada”.
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