María Martínez de Trujillo salió desde Santo Domingo hacia París seis meses después de la muerte de su esposo hospedándose de inmediato en el exclusivo hotel George V, para luego fijar residencia en una confortable mansión. “Dueña de una de las más pingües fortunas de la isla”, según afirmara Joaquín Balaguer en su libro de cortesanías durante la Era, con sus caudales se instalaba también en su nueva morada la suerte hecha girones y las turbaciones que le produjeron sus hijos.
Su estancia parisina fue de corta duración. Partió hacia Madrid donde logró que el generalísimo Franco le reconociera su ciudadanía española –sus padres eran de origen gaditano- y allí vivió por cinco años hasta que su hija Angelita se la llevó a vivir con ella a Miami. Por entonces, comenzó a desangrarse su fortuna, en medio de las disputas protagonizadas por Angelita y Radhamés, buscando acceder a sus cuentas bancarias. En los años ochenta, Radhamés se la llevó con él a vivir a Costa Rica y luego a Panamá, donde falleció, ya anciana, el 14 de marzo de 1989. Solo Radhamés y su amigo Kalil Haché asistieron a su entierro y, previamente, a las exequias que se oficiaran en el Santuario Nacional del Corazón de María, de la capital panameña.
Murió pobre y sola y, según afirma el investigador Franklin Gutiérrez se cree que su patrimonio –que nunca cedió a su hijo menor- terminó en posesión de bancos suizos y de otras partes del mundo “pues su senilidad avanzada la hizo olvidar las claves de acceso a las cuentas bancarias”. En Panamá siguen enterrados sus restos, mientras Angelita, ya con 77 años, planea llevárselos a Miami donde sigue residiendo.
Cuando murió doña María, Kalil Haché le escribió al presidente Joaquín Balaguer en estos términos: “Señor Presidente Joaquín Balaguer, aunque soy su enemigo personal y usted sabe los motivos, pasado mañana voy a Panamá a enterrar a doña María Martínez viuda Trujillo, quien fue Primera Dama en nuestro país durante treinta años y a quien tantos piropos usted le hizo durante su reinado. Hoy han cambiado las circunstancias: usted sigue en el reinado y ella no. Solo le pido que usted le ordene al embajador en Panamá (Héctor) Pereyra Ariza, entregar un ramo de flores en su tumba, en su nombre. Como sé que usted no es muy dadivoso compraré las flores con mi dinero, solo espero su autorización”. Balaguer envió un emisario donde Kalil con un escueto mensaje: “Eso no es recomendable”. Así murió y fue enterrada la mujer de hierro del hombre fuerte de la República Dominicana durante tres decenios: sola, sin pompas y con una fortuna evaporada.
Franklin Gutiérrez en su libro continúa su andadura sepulcral con sus historias de nichos y sarcófagos, las que ahora se revelan por primera vez en este libro seductor. ¿Dónde están sepultados los demás integrantes de la familia Trujillo, de los que solamente sobrevive Angelita, sin contar la amplia descendencia que creció posterior a la Era? Julia Molina Chevalier, la “Excelsa Matrona”, está enterrada en el Flager Memorial Park, de Miami, donde se encuentra junto a sus hijos Pipí, Pedrito y Nieves Luisa; Japonesa, enterrada también en Miami pero en otro cementerio, el Woodlawn Park, donde se guardan los huesos de Nene y los de Héctor Bienvenido, solo que éste fue ubicado dentro de un edificio lujoso; Virgilio Trujillo Molina, descansando en el cementerio sacramental de San Justo, en Madrid; Ramfis, enterrado provisionalmente en el madrileño cementerio de La Almudena y luego llevado sus restos a hacerle compañía a su padre en El Pardo; la hermana del dictador, Marina, en el cementerio de la Máximo Gómez; Flor de Oro, fallecida en 1978 en Nueva York y trasladada a Santo Domingo por su marido número nueve, el norteamericano Jorge Farquhar, donde fue velada en la funeraria Blandino y depositado su cadáver, junto a los de su madre, Aminta Ledesma, en el cementerio de la Máximo Gómez; allí se encuentra también Julieta, fallecida en 1980. Un hermano de padre de Trujillo, de hecho el hijo primero de José Trujillo Valdez, Julián Nivar Trujillo, está enterrado en el cementerio El Cigüelillo, de Yamasá; Ramfis Rafael, hijo mayor de Ramfis, fallecido en el 2002, está en el llamado Panteón de los Trujillo, en la Máximo Gómez, junto a varios miembros de la familia Martínez-Alba. De los sobrevivientes de la familia, Angelita reside desde hace muchos años en Miami, específicamente en Kendall; Darío Trujillo Tejada, hijo de Virgilio, a sus 86 años, reside en Sabana Iglesia, provincia de Santiago; y los demás hijos del dictador, que no fueron de la prole de María Martínez, Odette, Rafael, Yolanda (esta última viuda del maestro Carlos Piantini), Bernardette y Elsa Julia, como bien afirma Franklin Gutiérrez no tuvieron “participación directa en la política implementada por el dictador”. Una hija de Ramfis, que ha residido por varios años en el país, Aída Trujillo Ricart, luego de vivir en un carromato en Cabarete muy pobremente, hoy se encuentra sobreviviendo en un albergue de indigentes en Madrid.
He dejado el siguiente caso de último, porque es el personaje de la familia Trujillo que mayor interés se ha tenido en conocer la fosa donde descansan sus huesos. Se trata del general José Arismendi Trujillo Molina, Petán, quien luego de residir en Madrid y Lisboa, se estableció en San Juan de Puerto Rico en junio de 1968. Tenía planes de viajar a Jamaica para fijar residencia allí con fines de negocios, pero una trombosis cerebral lo obligó a quedarse en la isla con un permiso especial de las autoridades boricuas. Allí murió once meses después, siendo enterrado en el cementerio Buxeda, de Isla Verde. Sus restos permanecieron veintidós años en ese modesto cementerio, hasta que, luego de largas diligencias, su osamenta fue exhumada el 11 de septiembre de 1991 por su hijo Luis Eduardo Trujillo Reinoso y transportada secretamente hacia Santo Domingo. Las noticias que tengo de parientes suyos, y que Franklin Gutiérrez recoge en su extraordinario esfuerzo investigativo, aunque sin compartir plenamente esta parte que ahora revelo, es que Luis y su compadre Miguel Mercedes, amigo nuestro (y residente actualmente en Santiago de los Caballeros), trasladaron desde Puerto Rico los huesos de Petán y, cargado en el baúl del automóvil del primero, lo pasearon secretamente por todo Bonao, acompañado de algunas personas que ocuparon importantes posiciones públicas durante la Era en esa comunidad. Luego, sus restos fueron enterrados en el cementerio municipal de esa ciudad, con el solo conocimiento de esas pocas personas, hasta que finalmente fueron llevados al cementerio de la Máximo Gómez donde reposan desde hace veinticinco años sin que, hasta hoy, nadie lo supiese a cabalidad. Franklin Gutiérrez es el único que ha dado directamente y no solo documentalmente con los restos de Petán. Los artistas de La Voz Dominicana que durante años han reclamado que los huesos del hombre que trajo la TV al país sean trasladados a su tierra ya saben que tiene un cuarto de siglo esperando por ellos en la Máximo Gómez, en un panteón abandonado, parcialmente destruido y cubierto de una llamativa variedad de malezas, según consigna Gutiérrez.
Esta obra de Franklin Gutiérrez, pues, es de gran valor histórico. Completa el periplo de vida y muerte de la familia Trujillo Molina, incluyendo entre ellos también a los hermanos Teódulo y Plinio Pina Chevalier. Es una labor encomiable, porque pocos como he dicho ya, se dedican a hurgar en mausoleos y osamentas para poder hacernos el revelado de las mentiras de la vida y de la verdad inexorable y fría de la muerte. La obra está llena de noticias que la convierten en lectura que atrae y hasta conmociona. Nos comunica además una solemne realidad, la más importante conclusión de esta investigación: los Trujillo que vivieron en la copiosidad y bajo los signos de la ostentación, no fueron a establecer su última morada en panteones y palacios funerarios suntuosos. El boato se quedó en las Cariátides de Palacio y el derroche en los palacetes que la posteridad vio caer una vez la dictadura cerró sus puertas de oprobio.
El estado no de modestia sino de franco abandono y pobreza de las tumbas de los Trujillo nos muestra la efímera pasión de la vanagloria, la impertinencia de la búsqueda de honores vacuos, el padecimiento de los entuertos cubiertos por el polvo y el lastre inmisericorde del olvido. He aquí patente y viva la inmortal frase de Tomás de Kempis: O quam cito transit gloria mundi. Oh, cuán rápido pasa la gloria del mundo.