Juan Arias
Se equivocaron quienes pensaban que el ex presidente Lula se iba a achicar después de haber sido llevado el pasado 4 de marzo con mandato coercitivo a ser interrogado por la policía federal en la operación Lava Jato. O de haber sido objetivo preferente de la masiva manifestación nacional del pasado domingo que sacó a la calle a cerca de cuatro millones de personas.
Lula ya había dicho minutos después de acabar el interrogatorio con la policía que habían conseguido sólo ”alcanzar el rabo de la jararaca” (una especie de víbora venenosa) y no la cabeza y que por eso “seguía vivo”. Añadió que las élites no aceptan que “una mierda de metalúrgico” hubiese llegado a la Presidencia de la República.
Le será difícil a Lula convencer a la opinión pública que ha aceptado ser ministro no sólo para refugiarse en el foro privilegiado, y poder así evitar ser procesado por el juez de primera instancia Sérgio Moro, que es su verdadera pesadilla. Una vez ministro, será procesado por el Supremo, donde espera mayor benevolencia. Ni parece haberle preocupado el que su decisión de entrar en el gobierno pueda significar una aceptación de culpa.
Quienes conocen la fuerza de la autoestima de Lula saben que Lula será un líder que, si fuera necesario, “morirá matando”, como ha confesado uno de sus amigos más estrechos.
Lula no es un personaje de medias tintas, ni de miedos. Prefiere los desafíos. Atemorizar que atemorizarse. Es de esos líderes dispuestos en cada momento a jugarse el todo por el todo.
Es lo que acaba de hacer. Convencido que Dilma ha sido abandonada a su suerte, que parece incapaz de enderezar la economía del país, decidió dar lo que algunos llaman de “golpe blanco”, colocándose en el puesto clave del gobierno y dejando de hecho a la presidenta como a una figura decorativa.
Algunos analistas han escrito que Lula no ha esperado al 2018 para intentar volver a la Presidencia. En la práctica, con su nuevo nombramiento, se convierte, de hecho, en el Presidente en funciones.
Su órdago es arriesgado y peligroso, un desafío que nadie, hoy, es capaz de profetizar adónde puede llevarle a él y al país. Su órdago podría abrirle el camino para el embate del 2018 o bien para la cárcel.
Lula no ha querido esperar. Ha desafiado a todos antes que la justicia lo desafiara a él. Se ha jugado el todo por el todo a una victoria o a una derrota definitiva.
Así es Lula. Ya lo había anunciado él mismo: “Se acabó el Lula paz y amor”. Hoy prefiere la nueva imagen de la jararaca venenosa dispuesta a atacar. Su primer desafío parece ser obligar a Dilma a cambiar el modelo económico.
Brasil espera atónito los desafíos del Lula irritado y herido.
Los movimientos que han protagonizado las últimas manifestaciones ya amenazan con “incendiar la calle”.
Brasil vive uno de los momentos más delicados y peligrosos de su democracia.For Sales
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