Nicolas Perez
09/30/2014 2:00 PM
10/01/2014 12:20 AM
Más que por la obra maestra de la prosa de Mario Vargas Llosa, lo admiro por su valor personal, por no callar sus verdades, aunque tengan un precio.
En una magistral entrevista que le hizo el pasado martes Jorge Ramos, le pregunta refiriéndose a su novela La fiesta del chivo y el ajusticiamiento de Rafael Leónidas Trujillo, ¿se vale matar al dictador?” No dudó un instante: “Yo creo que sí”, responde de inmediato Mario. “A un dictador como Trujillo sin duda; los asesinos de Trujillo no fueron asesinos, sino ajusticiadores”.
Jorge no se detiene ahí, ¿y Cuba? ¿Para usted Fidel y Raúl Castro son dictadores? “Sí, allí se han cerrado todos los espacios”. El entrevistador prosigue implacable buscando la verdad. ¿Si usted justifica la muerte de Trujillo, se trata de matar a los Castro? Aquí Vargas Llosa se detiene: “Creo que cada caso debe estudiarse dentro de su contexto; yo no puedo fijar la estrategia que corresponde en el caso de Cuba, porque yo no vivo adentro”.
Mario Vargas Llosa, una figura mundial de un incalculable peso moral, jamás oculta lo que piensa. Aunque lo sitúan en la extrema derecha golpea por igual a ambos radicalismos; en 1990 llamó al Partido Revolucionario Institucional de México (PRI) “la dictadura perfecta”.
La actitud directa del Nobel contra sus enemigos me trae de la mano a las medias tintas de EEUU y el mundo occidental en su guerra de hoy contra el Estado Islámico, a la cual se han unido más de 50 naciones.
Pero ante las declaraciones de Obama ante la ONU de que “Estados Unidos utilizará su poder en una campaña de ataques aéreos, y en las últimas horas ha habido más de 200 sobre Siria e Irak”, estoy en profundo desacuerdo con la estrategia, porque por cada yihadista que es ajusticiado mueren 100 civiles inocentes, porque esas bestias se escudan tras mujeres y niños.
Su declaración “vamos a equipar fuerzas que combatan a estos terroristas sobre el terreno” es más sensata, pero también dudo de su efectividad a corto plazo.
Hay antecedentes de otros métodos más controversiales pero realistas para luchar contra estos fanáticos dementes. En EEUU, Inglaterra, Francia, y otros países occidentales conocen nombre, dirección, teléfono y marcas de cigarros que fuman los simpatizantes de ISIS, que nos ponen en peligro en nuestro propio entorno. Me lo confirman dos noticias del pasado viernes, donde se habla de un presunto complot para atacar los metros de EEUU y París. Y la vital: el FBI conoce la identidad de Abdel Majel Abdel Mari, un ciudadano británico que decapitó a dos ciudadanos norteamericanos y a un inglés; hay que encontrarlo hasta debajo de las piedras.
Los militantes creen que si mueren irán a un paraíso rodeado de huríes, los dirigentes no. Ellos deben ser el objetivo de nuestros actos de justicia.
Existe un antecedente histórico. En las Olimpiadas de Munich de 1972, 11 atletas israelíes fueron masacrados por Septiembre Negro, una rama de la OLP por entonces desconocida hasta por la propia CIA. La respuesta del mundo fue la de siempre, no se suspendieron ni 24 horas las Olimpiadas por solidaridad con el dolor de Israel.
Pero horas después, en una operación encubierta presidida por Golda Meir, la presidenta del país, se decidió a pasar cuentas, en una operación conocida como la Primavera de la Juventud y la Cólera de Dios, dirigida por Waael Aabdel Zwiter.
Golda, para cubrir las formas, despojó a Waael de su militancia en el Mossad y de su ciudadanía israelí, convirtiéndolo en un lobo solitario responsable en su nombre, no de su pueblo, de hacer justicia. Solo le entregaron millones de dólares para comprar información, dos hombres de acción y un experto en explosivos, él se encargó del resto.
Pocos días después, el 16 de octubre, Waael elaboró una lista encabezada por el líder de Septiembre Negro y representante de la OLP en Italia, Aael Ardel Zwitter, que en el acto fue ajusticiado. Tras su muerte siguieron cartas bombas a representantes de la OLP en Argelia y Libia, seguidas por otras en Bonn, Copenhague, y una a un cómplice representante de la Cruz Roja en Estocolmo. El 28 de septiembre de 1973 fue ajusticiado también por una bomba colocada bajo su propio escritorio el argelino Mohamed Boudia, encargado de las operaciones de Septiembre Negro en París.
Algunos que critiquen este artículo, como criticarán las declaraciones de Mario Vargas Llosa, llamarán a ciertos métodos poco usuales “terrorismo para combatir el terrorismo” —y no niego que lo sean, pero es el único lenguaje que ellos entienden: el Código de Hamurabi y la Ley del Talión, que apareció por primera vez en el libro del Exodo en la Biblia.
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