Periódicos y revistas, manifestantes, caricaturistas, tertulianos e incluso una alcaldesa de Madrid… La lista de quienes ven en Donald Trump al nuevo Adolf Hitler no ha dejado de crecer desde antes incluso de ser el presidente de los Estados Unidos.
Su discurso, en el que hay elementos xenófobos, racistas, ultranacionalistas y proteccionistas, por citar sólo algunos, y sus actos, con medidas como el veto migratorio que discrimina de modo directo a los inmigrantes y refugiados procedentes de determinados países, han dado munición abundante a quienes identifican al nuevo mandatario estadounidense con uno de los personajes más crueles y dañinos de la Historia. Y eso que sólo lleva dos semanas en el cargo.
Mike Godwin, el autor de la famosa 'ley Godwin' según la cual cuanto más se alargue una discusión en Internet, más probabilidades hay de que Hitler salga a relucir, lo vio venir en 2015 y publicó un artículo en The Washington Post afirmando, en referencia a Trump, que no siempre las comparaciones son desatinadas.
Pero los historiadores contemplan con escepticismo estos ejercicios de andar por casa en historia comparada. Julián Casanova, prestigioso catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza y especialista en violencia política, reconoce que “la Historia rima a veces” pero echa de menos “el rigor” necesario en este tipo de análisis.
Javier Rodrigo, profesor e investigador en Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona, admite que incluso bromea en clase con la “Reductio at Hitlerum”, que consiste en asemejar cualquier elemento con Hitler para descalificarlo automáticamente. Casanova, Rodrigo y los profesores José Ramón Díez Espinosa, de la Universidad de Valladolid y José María Faraldo, de la Universidad Complutense de Madrid, analizan si existe base histórica para una de las comparaciones más manidas de los últimos días.
DE LAS OPINIONES A LA HISTORIA COMPARADA
¿Existe esa base? Javier Rodrigo es quien primero mete baza: “Puestos a buscar, y más en tiempo de wikipedización del conocimiento, parece que existe base histórica para casi cualquier cosa”. Pero el profesor se resiste: “No soy un defensor de Trump (...) Pero de ahí a situarlo en la misma posición que Hitler, la identificación universal del mal absoluto, del loco sanguinario responsable de Auschwitz, el fanático ultranacionalista, creo que aún va un trecho”.
Casanova coincide con esta idea y afirma que el resultado de la aplicación del método de la historia comparada no tiene que nada que ver “con la opinión que emita una persona, sea un tertuliano, un responsable político o cualquiera de nosotros”.
ANTES DE COMPARAR, ATENDED A LOS PROCESOS
“Se están asemejando”, asevera el profesor, dos procesos que son completamente distintos, ya que Hitler tiene que ver con un proceso que engloba, entre otras cosas, las consecuencias del Pacto de Versalles, una democracia todavía en mantillas, una crisis de identidad en Europa por el fin de los grandes imperios…”.
La idea común de los historiadores es que aquel mundo tenía poco que ver con el nuestro, a pesar de que haya quien señala que “nuestra” Europa asiste a una crisis identitaria, a una oleada nacionalista y a un desapego democrático parecidos a los que alumbraron e hicieron posible el triunfo del nazismo. No son coincidencias verdaderas, porque el Estado Unidos que comanda Trump no comparte ningún rasgo con la Alemania de Weimar en la que Hitler se impuso.
Aquel régimen era, según el profesor Díez Espinosa, especialista en este período, “una construcción política incapaz de defender el interés nacional ante la voracidad occidental de Versalles, la ocupación extranjera de una parte del territorio nacional, o de conservar la seguridad y la certidumbre de clases medias y burguesas ante el desplome del valor de su moneda; una fábrica de millones de desempleados que apenas encuentran amparo en un seguro de desempleo tan novedoso como insuficiente”.
LA EXPLICACIÓN A TRUMP NO ESTÁ EN LA EUROPA DE ENTREGUERRAS
Está bien, los procesos relacionados con Trump y Hitler no son ni siquiera parecidos… ¿pero qué hay de su ideología y sus políticas? Racismo, cierre de fronteras, ataques a la prensa, búsqueda de un enemigo común… A priori no se puede negar que uno y otro son muy parecidos, ¿no? Los historiadores tampoco pasan por esa.
“Todos esos elementos entroncan perfectamente con una tradición del conservadurismo republicano más extremo. No hace falta mirar a la Europa de Entreguerras para explicarlo”, apunta Javier Rodrigo. Y Casanova incide: “Si se analiza la historia de los Estados Unidos, se ve que buena parte de lo que Trump está diciendo está ahí, en la tradición política americana: el proteccionismo, el América para los americanos, la lucha por los derechos civiles, las teorías sobre el papel del Estado…”.
Tampoco las primeras medidas de Trump le emparentan con Hitler. Rodrigo detalla a qué se dedicó el genocida tras su llegada al poder: “Hitler y el NSDAP desmontaron el Estado y la legislación de Weimar desde su misma llegada al poder, con la Ley Habilitante, así como toda la arquitectura institucional y política alemana, prohibiendo los partidos políticos y centralizando todos los poderes, permitiendo así (si se me permite la simplificación) la creación, purgas internas mediante, de un Estado dentro del Estado, el de las SS”.
Y lanza una cuestión clave: “Cabe preguntarse realmente si es eso lo que está haciendo Trump: ¿desmontar el aparato legislativo, la arquitectura institucional democrática, crear un régimen de partido único, vincular toda decisión a su principio de autoridad?”.
LA NATURALEZA DEL PODER Y SU HUELLA SOBRE EL MUNDO
El profesor Faraldo ahonda en la idea de que la naturaleza de las políticas de Trump y Hitler son claramente distintas: “Hitler tenía un proyecto imperial, racial, no estaba simplemente escapando y aislándose, algo típico de EEUU hasta 1941, y a lo que Trump y mucha gente quieren volver. Hitler quería intervenir, conquistar; Trump quiere cerrar su país a los inconvenientes (y las ventajas) de la globalización”.
Eso es, precisamente, lo que a sus ojos dota a Trump de una capacidad de dejar huella a corto plazo mayor de la que tuvo Hitler, porque este último “hasta 1939 iba consiguiendo lo que a buena parte de la opinión pública internacional les parecía justo, tras la clarísimamente injusta paz de Versalles”.
Desde otra perspectiva, Javier Rodrigo llega a una apreciación similar: “Trump no es el resultado de Versalles, de la Gran Depresión, de la crisis de las democracias. Trump es, creo, el constructor de la reacción frente al complejo mundo de la globalización y la gobernanza que algunos creían ya post-nacional, pero que se ha revelado aún nacional, muy nacional: America first”.
Julián Casanova, quien se muestra seguro de que Trump es tan peculiar que pronto se acuñará y estudiará el concepto trumpismo, concluye con una reflexión sobre el nuevo presidente y las corrientes ideológicas que lo han colocado en el Despacho Oval. Quizás, en lugar de compararlo con Hitler, sea más adecuado “preguntarse por qué se ha producido, y justo después de la presidencia de Obama, lo contrario de lo que de manera optimista creíamos que iba a ocurrir: el mundo convirtiéndose en una gran ciudad sin fronteras”.
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