Las turbas trujillistas fueron enfrentadas por los curas que se defendieron con palos, bates, biblias y… ¡la copa sagrada!
Cuando salió de su casa a buscar a Teódulo Mercedes (Plinio), en la carretera que va a Juan de Herrera, en San Juan de la Maguana, César Lapaix era tan joven que no sabía que estaba viviendo en el año que inició una de las décadas más tormentosas de todo el siglo XX, rica en acontecimientos dramáticos: por primera vez un papa, Juan XXIII, designa a un cardenal negro; Brasilia sustituye a Río de Janeiro como capital de Brasil; la Mosad israelì, secuestra al genocida nazi Adolf Eichmann. Y muchos otros. Ese año 1960 que era, por demás, bisiesto, sería reconocido después como “el Año de África”, pues ahí se independizó la mayoría de las naciones de aquel continente.
Plinio esperaba impaciente al amigo, sin saber que años más tarde, cuando estudiaba en Rumanía, iba a estar frente a frente con Nicolae Ceaucescu y su esposa Elena, quienes serían ejecutados, cuando se desplomaba el campo socialista, en 1989.
Y aquí pasaba lo mismo: estábamos ante el año de la “decojonaciòn de Víctor Hugo” para la dictadura del “Jefe”, pues ya se sentían los efectos de la expedición de junio del 59. Y fue el año en que el tirano cometió varios errores olímpicos: ordenó el asesinato de las Mirabal y el atentado contra Rómulo Betancourt, lo que precipitaría las sanciones de la OEA contra el régimen decadente.
César Lapaix, pues, pasó cerca del Corral de los Indios y dejó atrás la gallera, donde estaba el impresionante mural de Vela Zanetti, ignorando que Estados Unidos, aterrado por la posibilidad de que aquí se repitiese otra Cuba, había decidido deshacerse del “Jefe”.
–¡Vamos a comprar dulces donde doña Nené!
Plinio reaccionó entusiasmado con la idea, pues así dejarían descansar por un rato la mata de guanábana que había en el patio de la casa, con la que hacían sabrosas champolas, en compañía de Damián Jiménez y Danilo Domínguez.
–¿Cuánto tenemos? –Plinio vivía más humildemente que su amigo.
–Me dieron tres cheles.
–¡Vámonos para donde doña Nene!.
Nené Alcántara vendía unos dulces sabrosos, de “leche cortada”, que hacían la boca agua a la muchachada de San Juan. Y estaba, frente a la iglesia. Había sido puesta allí para vigilar el movimiento de los curas. ¡Era calié!
Porque ya se había producido el “complot develado”, una gran conspiración contra el régimen, descubierta por los agentes del SIM, lo que obligó a la iglesia, que había sido el principal soporte ideológico del “Jefe” por más de treinta años, a ponerse de parte del pueblo.
Fue este, un rompimiento dramático, pues a partir de la pastoral que se leyó el 31 de enero en todas las iglesias del país, iniciaron un vasto movimiento de concientización que hizo tambalear al régimen. “El jefe” respondió, urgiendo al temible Servicio Militar (SIM) a proceder drásticamente contra los opositores. Los centros de tortura de la tiranía (“El 9”, “La 40”, “El Sisal”, “El pozo”, de Nagua y otros) aceleran la represión. Enloquecido, Trujillo se acercò a la URSS, olvidando que durante todo el tiempo se había autoproclamó “El primer anti-comunista de América”.
También, ordena la creación de “Radio Caribe”, para enfrentar a la Iglesia. Esta, acepta el reto y selecciona a dos obispos extranjeros, que no tenían raíces familiares en el país, como los estandartes de su lucha: monseñor Panal, de la Vega y Tomás O’Reilly, de San Juan de la Maguana. Es allí, en aquella mañana clara, cuando los dos amigos enfilan para donde Nenè, la dulcera calié.
–Vamos a ir primero a ver el “Parque de los burros”.
–No. Mejor pasemos por la Caonabo, para ver las dos hijas de Aquiles Medina, que están muy buenas.
César aceptó la sugerencia de Plinio y, sin darse cuenta, ya estaban pasando frente a la casa de Blanco Pepe, un caliè peligroso y traicionero. Al frente, vivía Frank Fernández (La Bollinca) y, un poco más adelante, el zapatero Luis Castillo, donde se reunían muchos anti trujillistas, que sabían de las prostitutas que se habían desnudado en plena misa en la iglesia San Juan Bosco de la Capital. Y de los “peos químicos” que eran arrojados sistemáticamente en las iglesias de “San Miguel”, “San Carlos” y “Las Mercedes”.
Después de pasar frente a las hijas de Aquiles, haciendo sus consabidos gestos pueriles de temprana seducción, los dos amigos llegaron a la dulcería, desde donde vieron un movimiento irregular frente a la iglesia. Del otro lado, en el cine “Antonieta”, se anunciaba “Drácula”. Nenè le dio sendos pedazos de papel celofán y, sobre cada uno de ellos, dejó caer na cucharadita de dulce.
–Dénos más almíbar–. Nenè los complació.
Entonces, oyeron una algarabía y salieron, encontrándose con una turba que, con palos, piedras y otros objetos entraba precipitadamente a la iglesia. Sin darse cuenta, ya los dos muchachos están dentro y ven como, desde la escalera, luchando por sus vidas, como en una canción muda, de terror, los curas y religiosos se defienden como fieras, con bates y barras de metal. Y lanzando sobre la turba cajones, biblias, sillas, nuevos testamentos, mesas, cajas de hostia, botellas de vino y todo lo que encontraran.
Y, medio de la batalla, algo le cae en la cabeza a Plinio. Es una copa de tamaño descomunal. Brillante. Resplandeciente. Enceguecedora: ¡Era de oro!
Salen corriendo los dos con el botín y al llegar a la casa se encuentran con Damián Jiménez y Danilo Domínguez. Como en la casa, hecha de tablas de palma, no había vasos decidieron, a partir de ese momento, servir en esa copa las champolas de guanábana.
Más tarde, cuando bajaron las aguas, el SIM recibió la orden de devolver a la iglesia los objetos perdidos. Pero no encontraban lo principal: el cáliz de plata.
Así, como si fueran caballeros templarios, los esbirros del SIM duraron seis largos meses en busca del “santo grial”, chapeando todo San Juan y comunidades aledañas. Amenazaron a los empleados públicos, escandalizaron las escuelas, aterrorizaron el mercado, amedrentaron al hospital, horrorizaron la cárcel… Y nada.
Hasta que Plinio, no pudiendo aguantar más la presión, le confesó a su tía, la maestra Graciela (Mercedes Familia) que él tenía “la cosa”. Entonces, ella habló con el profesor Onésimo Valenzuela, padre del Dr. Ninino Valenzuela (Pipeta), para hacer la entrega. Ese día, por ese lado todo quedó en paz.
No así los muchachos, pues al otro día, al llegar al patio y saber lo que había pasado, protestaron enérgicamente, pues no volverían a beber más champolas en una copa de oro. Honorable. Ilustre. Y sofisticada. Su ilusión había muerto. Como murió ese año Boris Pasternak, quien se negó, en 1958, a recibir el premio Nobel, después de haber escrito “El Dr. Zhivago”, que fue luego llevada al cine, estelarizada por Omar Sharif:
Cuando estoy cautivado por las horas del recuerdo, viene a mí la imagen del flaco César Lapaix y el día en que fui uno de los que llevó su cadáver a su querido San Juan. No olvido cuando designé a Damián Jiménez, como secretario de organización del MCU. He mantenido una estrecha amistad con Plinio, quien se ha destacado en el área de la minería. Y admiré el desempeño de Danilo Domínguez, como jefe del CUJAM, en la UASD. Sobre ellos, puedo hablar. Y de las bellezas de San Juan de la Maguana, Liboro, Palma Sola y la Agüita, pues he estado por allí varias veces.
Pero de aquel asalto a la iglesia por parte de la turba trujillista son ellos cuatro los que tienen la palabra.
Ellos estaban allí.
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