Desde lo cronológico, el plan para recuperar la soberanía de las islas tomó fisonomía sobre fines de 1981 y contó con el respaldo total de la junta conformada por Galtieri, Lami Dozo y Anaya.
2 de abril de 2016
¿Cómo explicar la lógica de un conflicto bélico tan inverosímil como desproporcionado? ¿Qué decir de una cúpula militar desgastada con ansias de perpetuarse en la conducción política del país a cualquier precio? ¿De qué manera interpretar la exposición de más de 1000 muchachitos inexpertos e indefensos en un escenario inhóspito? ¿Qué tipo de análisis requiere la cobertura mediática realizada durante esta guerra, en la cual una de las partes no tenía posibilidad alguna de imponerse o siquiera sostener? ¿A partir de qué principios se debe entender el trato recibido por estos improvisados combatientes de parte de sus superiores? ¿Qué decir del destino de aquellos sobrevivientes al enfrentamiento armado tras finalizar su “prestación a la patria” desde el ya desaparecido Servicio Militar Obligatorio?
Tal vez no sean éstas suficientes preguntas. Quizás hoy, 34 años después, no tengan respuestas únicas, aunque al menos algunas se puedan ensayar.
Desde lo cronológico, el plan para recuperar la soberanía en las Islas Malvinas tomó fisonomía sobre fines de 1981 y contó con el respaldo total de la junta conformada por Leopoldo Galtieri, Basilio Lami Dozo y Jorge Anaya, por entonces al frente del Gobierno de la Nación, la cual mediante un golpe interno derrocó al general Viola intentando evitar una posible salida democrática al Proceso de Reorganización Nacional instaurado por las Fuerzas Armadas (FF.AA) el 24 de marzo de 1976. Prosiguió con el desembarco del Ejército el 2 de abril de 1982 en Puerto Argentino, y puso fin a la ilusión militar de prolongar su mandato en el poder político casi en el mismo momento en el que Mario Benjamín Menéndez (efímero gobernador de las islas) firmó la rendición y el retiro de tropas del Atlántico Sur ante el británico Jeremy Moore, el 10 de junio del mismo año.
La insensatez de los dirigentes del Proceso no conocía, entre otras cosas, de límites. Al Reino Unido de Gran Bretaña se lo desafió desde lo diplomático (aún sin un apoyo internacional consistente) además de ofrecérsele combate mediante un triste y arrogante discurso del por entonces presidente que, provocador y lacónico, gritó al mundo: “Si quieren venir, que vengan. Les presentaremos batalla”.
Al parecer, y en un intento exasperado por continuar al frente de lo que resultaría posteriormente la transición a la democracia, el primer mandatario ignoró, además, la coyuntura internacional y la progresiva transformación del mundo a partir del modelo político-económico a implementarse en los años siguientes, y que justamente tuvo a la primer ministro de la corona, Margaret Tatcher, y al por entonces presidente norteamericano, Ronald Reagan, como máximos referentes. Asimismo, la Organización de Tratados del Atlántico Norte (OTAN) robusteció la posición británica ante otros organismos internacionales respecto de las diferencias diplomáticas entre Argentina y el Reino Unido.
Ineptitud. Lanzado en una absurda e irracional aventura bélica, y ante la imposibilidad de soportar una operación de tal magnitud, el último Gobierno de facto argentino optó por desinformar a la sociedad a través de masivos comunicados que distaron en demasía de dar cuenta efectiva sobre la lucha armada llevada a cabo en las Islas Georgias y Sandwich.
Durante algo más de dos meses el mensaje mediático presagiaba una “victoria en la guerra”, hasta la irrupción del último comunicado leído por Galtieri en cadena nacional. Sus palabras parecen haber resultado la fatídica coronación de una nueva ineptitud de las FF.AA, que desde 1930 en adelante interfirieron de manera constante en la vida política del país cometiendo atrocidades económicas e infinidad de violaciones a los derechos humanos, aunque en ningún caso con la animosidad de las del período comprendido entre marzo de 1976 y diciembre de 1983, dentro del cual “Malvinas” se convierte en pieza clave si se intenta comprender la “lógica” militar de fin del proceso.
La estafa moral -encubierta por el falso triunfalismo- fue acompañada por otra económica, fundamentada en el millonario negocio que resultó para las autoridades de entonces el Fondo Patriótico Malvinas Argentinas, una campaña nacional destinada a la recolección de dinero, alimentos y vestimenta para los soldados apostados en las islas y que nunca llegó a ellos. Paralelamente, el establishment local optimizó los beneficios durante el último tramo de un caótico escenario político-económico-social en el que el incremento de los índices de inflación y desempleo resultaron ser moneda corriente, al igual que las reuniones multipartidarias seguidas de cerca e intervenidas por dictadores.
Tal vez no sean éstas suficientes preguntas. Quizás hoy, 34 años después, no tengan respuestas únicas, aunque al menos algunas se puedan ensayar.
Desde lo cronológico, el plan para recuperar la soberanía en las Islas Malvinas tomó fisonomía sobre fines de 1981 y contó con el respaldo total de la junta conformada por Leopoldo Galtieri, Basilio Lami Dozo y Jorge Anaya, por entonces al frente del Gobierno de la Nación, la cual mediante un golpe interno derrocó al general Viola intentando evitar una posible salida democrática al Proceso de Reorganización Nacional instaurado por las Fuerzas Armadas (FF.AA) el 24 de marzo de 1976. Prosiguió con el desembarco del Ejército el 2 de abril de 1982 en Puerto Argentino, y puso fin a la ilusión militar de prolongar su mandato en el poder político casi en el mismo momento en el que Mario Benjamín Menéndez (efímero gobernador de las islas) firmó la rendición y el retiro de tropas del Atlántico Sur ante el británico Jeremy Moore, el 10 de junio del mismo año.
La insensatez de los dirigentes del Proceso no conocía, entre otras cosas, de límites. Al Reino Unido de Gran Bretaña se lo desafió desde lo diplomático (aún sin un apoyo internacional consistente) además de ofrecérsele combate mediante un triste y arrogante discurso del por entonces presidente que, provocador y lacónico, gritó al mundo: “Si quieren venir, que vengan. Les presentaremos batalla”.
Al parecer, y en un intento exasperado por continuar al frente de lo que resultaría posteriormente la transición a la democracia, el primer mandatario ignoró, además, la coyuntura internacional y la progresiva transformación del mundo a partir del modelo político-económico a implementarse en los años siguientes, y que justamente tuvo a la primer ministro de la corona, Margaret Tatcher, y al por entonces presidente norteamericano, Ronald Reagan, como máximos referentes. Asimismo, la Organización de Tratados del Atlántico Norte (OTAN) robusteció la posición británica ante otros organismos internacionales respecto de las diferencias diplomáticas entre Argentina y el Reino Unido.
Ineptitud. Lanzado en una absurda e irracional aventura bélica, y ante la imposibilidad de soportar una operación de tal magnitud, el último Gobierno de facto argentino optó por desinformar a la sociedad a través de masivos comunicados que distaron en demasía de dar cuenta efectiva sobre la lucha armada llevada a cabo en las Islas Georgias y Sandwich.
Durante algo más de dos meses el mensaje mediático presagiaba una “victoria en la guerra”, hasta la irrupción del último comunicado leído por Galtieri en cadena nacional. Sus palabras parecen haber resultado la fatídica coronación de una nueva ineptitud de las FF.AA, que desde 1930 en adelante interfirieron de manera constante en la vida política del país cometiendo atrocidades económicas e infinidad de violaciones a los derechos humanos, aunque en ningún caso con la animosidad de las del período comprendido entre marzo de 1976 y diciembre de 1983, dentro del cual “Malvinas” se convierte en pieza clave si se intenta comprender la “lógica” militar de fin del proceso.
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