Me atrevería a apostar que no existe un solo dominicano que no se haya preguntado alguna vez: “¿Por qué somos así, tan indisciplinados, tan amigos de violar las reglas, tan propensos a resolver cualquier dificultad por la izquierda, aun cuando es más fácil hacerlo por la vía correcta?
Lo peor de todo es que, no conformes con burlar la ley cada vez que podemos, hacemos alarde de ello. “Ese semáforo me lo como yo todos los días, ja! Ja! Ja!”.
Y mucho peor todavía es que esa predisposición para lo mal hecho no se queda tan solo en asuntos triviales, sino que está presente además en situaciones de Estado que fácilmente devienen en el derrumbe de fundamentales principios legales y éticos.Así vemos como muchos procesos contra crímenes y delitos quedan frecuentemente por la mitad, debido a que los responsables tienen una cuña que los protege, o como un tipo cualquiera insulta a un coronel y no le pasa nada, o como un narcotraficante sale libre con el menor esfuerzo, porque supo arrimarse a un buen árbol. Y no pasa nada (sobre todo si usted no es un hijo de Machepa).
Porque aquí todo se puede arreglar.
Entregado a estas reflexiones me asaltó la idea de que aquí lo que hace falta es implantar un sistema de consecuencias, mediante el cual toda acción tenga las suyas, y que esto se cumpla irremediablemente. No es tan difícil, ¿verdad?
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