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viernes, 8 de abril de 2016

Caridad Mercader, una aristócrata del estalinismo



Caridad Mercader (en la foto hacia 1922) se jactaba de ser la primera amazona española. JEAN DUDOUYT

Convenció y casi empujó a su hijo, Ramón Mercader, para que asesinara a Trotski. Una vez sentenciado, pudo haber maniobrado para que siguiera en la cárcel trabajando para el espionaje soviético y sirviera de distracción mientras la URSS preparaba su bomba atómica. Ahora, Gregorio Luri ahonda y destapa aspectos desconocidos de su rara figura.



El piolet más famoso de la historia no es ninguno de los que haya empuñado un alpinista para coronar el K2 o el Aconcagua, sino el que utilizó Ramón Mercader para atacar a Trotski en Coyoacán (México) el 20 de agosto de 1940. Quien blandía la pica en la distancia era el camarada Stalin y, más en concreto, la propia madre del asesino, Caridad Mercader, a quien Cabrera Infante tildó con acierto de "más estalinista que Stalin".
El escritor Gregorio Luri, doctor en Filosofía, ha dedicado más de 20 años -de forma discontinua, naturalmente- a profundizar en este episodio de la historia del siglo XX que tanta buena literatura y cine ha inspirado. Todo comenzó a raíz de un encuentro casual en Pamplona con un profesor soviético que resultó ser Luis Mercader, el hermano pequeño de Ramón, y el resultado de sus miles de pesquisas posteriores lo publica ahora Ariel: El cielo prometido. Una mujer al servicio de Stalinque no es otra que Caridad Mercader.
La investigación, una palabra que no agrada a Luri porque se ha divertido mucho en la tarea, aporta una infinidad de detalles que añaden "una densidad nueva" al relato y se centran, por primera vez, en Caridad como personaje central de una trama harto compleja y no solo "como la mano que mece la cuna", señala el autor.
Odiada a muerte por muchos, venerada por sus pocos amigos, Caridad Mercader era ante todo "una militante, no una activista" a tiempo parcial, explica Luri, una mujer que se debía primero a la causa comunista y después a su familia, que quiso a sus hijos "a su manera" y los empequeñecía con su sola presencia avasalladora así pasaran décadas.
En Coyoacán, un Ramón Mercader debidamente aleccionado espera instrucciones precisas que no acaban de llegar, pues el plan para matar a Trotski revistió varias formas. Ramón desecha cualquier opción que no sea la de acabar personalmente con él, pero en el último momento tiene que acudir su madre para darle "el último empujón". No solo lo acompaña hasta la puerta de su víctima, sino que espera dentro de un coche en una calle próxima junto al cerebro de la operación, Leonid Eitingon.
Ramón es condenado a 20 años de cárcel, aunque la URSS está dispuesta a todo para que su estancia en la prisión de Lecumberri sea una bicoca. Cinco millones de dólares calcula el propio interesado que se gastaron en procurarle todos los placeres posibles, incluida la visita de prostitutas dos veces por semana. Además de recibir a Neruda o Sara Montiel, el recluso se dedica a conocerlo todo sobre electricidad y electrónica.
En cuanto muere Trotski, el omnipotente jefe del espionaje ruso (NKVD), Beria, pone en marcha la Operación Gnomo para liberar a Mercader, bien a través de su absolución en un juicio, bien mediante una fuga. En paralelo, encabeza la Operación Enormous, que pretendía hacerse con las investigaciones nucleares estadounidenses del Proyecto Manhattan.
En El cielo prometido se relata cómo todos los intentos por sacar a Mercader de la cárcel se saldan no ya con fracasos, sino con verdaderas chapuzas. Curioso que el feroz e intransigente Beria fuera tan comprensivo con los negligentes agentes de Gnomo y que Caridad, por entonces una agente en activo del NKVD y -según diversos testimonios más que amiga de Beria-, se presentara en México con el propósito, teórico, de lograr la libertad de su hijo.
Gregorio Luri señala a una evidente anuencia de Caridad con Beria para desplegar una espesa cortina de humo. Dado que el asesinato tan mediático de Trotski seguía llamando la atención en EEUU, por qué no hacer que "el ruido provocado en México por Gnomo" distrajera a los estadounidenses "dejando así más margen de maniobra a Enormous".

¿Cómodo en prisión?

La propia reticencia de Ramón Mercader a evadirse, para lo que tenía todas las facilidades posibles -empezando por la complicidad del director de la cárcel-, resulta también sospechosa. En vez de escuchar el plan que le propone su madre, Ramón se dedica a flirtear y algo más con Sara Montiel, así como a convertirse en todo un experto en electrónica y a regentar el taller de la prisión.
Juan Manuel Plaza, un comunista valenciano que era la pareja de Sara Montiel, aprovechaba las visitas de la actriz a Lecumberri para entregar a Mercader, por encargo del PCE, la tecnología electrónica que él no podía conseguir por su cuenta. Es inevitable preguntarse, sugiere Luri, si se limitaba a fabricar radios porhobby o si más bien pudo convertir la cárcel en "un centro emisor de mensajes".
El libro ilumina otros aspectos poco conocidos del caso como la actividad que despliegan Caridad y otros correligionarios en Moscú para "espiar a los suyos", es decir, al PCE, mientras hacen lo posible por emigrar a latitudes más meridionales.
Para la madre de Ramón, "era mucho más estimulante destruir el capitalismo que construir el socialismo", escribe Luri. Siempre una mujer de armas tomar, había cambiado el fervor religioso por la causa comunista llegando incluso a atentar contra la fábrica de su marido; a Ramón le saboteó una boda porque la familia de la elegida, Marina Ginestà, no estaba a la altura de la "aristocracia estalinista" de la que ella se sentía parte.
Cuando sale de prisión en 1960, Ramón es más bien un estorbo para la URSS, pero lleva la vida de un príncipe entre Moscú, donde es condecorado, y la Cuba de Fidel. La suerte se le tuerce del todo cuando osa criticar la invasión de Checoslovaquia. Luis Mercader, aquel soviético al que conoció Gregorio Luri en 1992, está convencido de que la enfermedad que acabó con la vida de su hermano está ligada a un reloj -radiactivo- que le regalan en una fiesta en la sede del KGB en La Habana.
El cielo prometido concluye con una constatación de que la Historia se reserva siempre sus ironías. Tanto Caridad como Ramón Mercader tuvieron que ver cómo Jean Dudouyt, el hijo de Montserrat, la cuarta de los hermanos, se hizo trotskista en la universidad. La antigua matrona dominante decía que bastaba con que fuese comunista; el asesino de Trotski llegó a confesarle que, si él tuviera su edad, quizá también se haría trotskista.


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