Durante la Era de Trujillo (1930-1961), la República Dominicana acogió por corto tiempo a varios dictadores derrocados en países de América Latina. Uno de ellos fue, en 1957, Gustavo Rojas Pinilla, de Colombia.
A raíz del golpe de Estado que lo derribó, Rojas Pinilla vino a Santo Domingo al amparo de Tujillo. Una tarde de septiembre de 1958, recién llegado, se presentó al antedespacho del hombre fuerte dominicano en el Palacio Nacional. En ese momento, Trujillo analizaba las proyecciones del mundo del dulce con el administrador de sus ingenios azucareros, en ese entonces Hans Paul Wiese Delgado, nacido dominicano, pero de padre alemán.
Cuando le informaron que Rojas Pinilla estaba en el antedespacho, el gobernante dominicano –con la voz autoritaria que le caracterizaba- dijo al funcionario de la Azucarera Haina: “Dr Wiese, siéntese ahí hasta que yo termine con el general Rojas Pinilla”. Le señaló un sillón al fondo del despacho.
Wiese, quien bien podía haber esperado fuera del despacho, pero quien tenía que cumplir la orden de esperar sentado en el sillón del fondo, recogió sus papeles y se fue al lugar indicado. Eso le permitió ser testigo de una interesante conversación.
El general derrocado intercambió impresiones con el Tujillo sobre lo que estaba sucediendo en Colombia y le agradeció haberle permitido venir a refugiarse a la República Dominicana. Y de paso le formuló una inesperada petición.
Rojas Pinilla comunico a Tujillo cuan seria era su situación económica y le solicitó muy encarecidamente que le comprara su residencia en Bogotá, la cual tenía el temor de que fuera confiscada por quienes le habían despojado del poder. En la conversación hizo mucho hincapié en que eso era “lo único” que le quedaba y que no tenía dinero fuera de su país.
Trujillo, quien lo escuchaba atentamente, le preguntó a cuánto aspiraba por la mansión y qué podía hacer él con una casa en Bogotá. Rojas Pinilla puso precio en dólares y le señaló que podía servir como sede de la embajada dominicana en la capital colombiana.
De repente, saliendo de su tranquilo papel escuchando, Trujillo le increpó diciéndole: “y cómo es que usted no tiene dinero ?. Y entonces qué clase de dictador es usted ?..
Rojas Pinilla, impresionado y pálido por las palabras del Jefe dominicano, estaba visiblemente lastimado.
Y Trujillo volvió a la carga:”Dictador ?. Dictador soy yo”. Y lo repitió varias veces.
Sin regatear el precio, Trujillo ordenó que le llamaran al encargado de su oficina particular, don Tirso Rivera, y le instruyó en el sentido de preparar un cheque por el valor real de la casa.
Cuando se puso de pie para despedirse, el general Rojas Pinilla volvió a agradecerle la nueva muestra de amistad de Trujillo y reiteró que todo su dinero lo había perdido en la lucha por encaminar a su país por los senderos de paz, pero que otros militares ambiciosos lo habían tumbado para enriquecerse.
Entonces, el Jefe, en forma autoritaria, le dijo: “si usted tuviera dinero con que neutralizar a algunos militares de su país, yo lo repondría en el poder. Si usted me dijera que dispone de tal suma de dinero, yo pondría la misma cantidad y usted puede estar seguro de que dentro de muy corto tiempo sería de nuevo presidente de Colombia”.
Rojas Pinilla no abundó nada y se fue del palacio. Y Trujillo llamó al administrador de la Azucarera Haina y le pidió proseguir con los asuntos azucareros.
Pero de inmediato, Trujillo le dijo a Wiese Delgado: “qué clase de dictador es ese ?. A eso le llaman dictador en Colombia ?. Dictador soy yo, que dispongo de una de las más grandes fortunas del mundo. Dictador soy yo, que solo muerto me sacan del país. Yo no podría vivir nunca en el exilio pues para mi no hay nada como mi país. Solo muerto me sacan del país”.
Wiese Delgado, a quien conocí y con quien hablé en una ocasión en la sede del Ateneo Dominicano, en la capital dominicana, incluye esta anécdota en su libro “Trujillo: amado por unos, odiado por otros, temido por todos”. Wiese, quien tuvo múltiples experiencias con Trujillo, falleció hace unos años a consecuencia de una segunda cirugía de corazón abierto.
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