Fernando Cueto.
Fue Michael Foucault quien, en Historia de la locura en la época clásica, explicó que, quienes ejercen el poder, se han valido, a través de la historia, de diferentes instrumentos para perpetuarse, siendo la razón el más importante de todos ellos. A través de ella, el poder crea una “verdad”, la cual imparte a los ciudadanos mediante los medios de comunicación, la educación, la religión, la política. Más adelante, en Vigilar y Castigar, el mismo pensador francés llamó Sociedades Pastorales a esas grandes masas de ciudadanos sometidas, amansadas por esas verdades oficiales. Sin embargo, eso no es nuevo. Ya Platón, dos mil trecientos años antes, sufría de rabietas frente a los discursos de Protágoras y Gorgias, a quienes consideraba sofistas, personas que embaucaban al pueblo con sofismas o falacias, es decir, con verdades aparentes. Los sofistas creían que no se podía alcanzar la verdad absoluta y definitiva; por tanto, como ésta no podía ser un fin, se la debería instrumentalizar, darle una utilidad, servir como un medio para alcanzar un fin. Entonces, la verdad se puso al servicio de los dictadores y del mejor postor.
Y el Perú no ha sido ajeno a ello. No hace mucho, la dictadura fujimontesinista se interesó, de manera especial, en propalar dos falacias: que Fujimori acabó con el terrorismo y que, asimismo, durante su gobierno se vivió una época de bonanza económica. Todos los días, a través de medios de comunicación previamente sobornados, esas verdades oficiales se difundieron en todo el país, se machacaron a toda hora, hasta el hartazgo, y, aunque parezca mentira, llegaron a calar hondo en los sectores populares, entre los más pobres, en aquellos que, precisamente, sufrieron con mayor rigor los estragos de ese régimen de entraña criminal.
En primer lugar, Fujimori no acabó con el terrorismo. Fue el Perú, el pueblo peruano, a través de su policía y a pesar de Fujimori, quien acabó con el terrorismo. La estrategia de la dictadura, planeada por los gemelos Fujimori-Montesinos, fue enfrentar al terrorismo de Sendero Luminoso con el terrorismo de Estado. Para ello crearon un comando de aniquilamiento llamado Grupo Colina, y desataron una ola de asesinatos indiscriminados en estudiantes, campesinos, obreros, mujeres y niños. Felizmente, el GEIN –Grupo Especial de Inteligencia, creado en el interior de DINCOTE antes de la dictadura- decidió seguir una estrategia diferente, combatir al terror mediante acciones de inteligencia, y se avocó, primero, a armar el rompecabezas de Sendero, a determinar su modelo de organización e identificar a sus principales cabecillas, y, luego, a ubicarlos y capturarlos. Así cayeron Abimael Guzmán y los principales miembros de su cúpula. Y Fujimori fue el último en enterarse. Felizmente, repito, porque, si se hubiera seguido la estrategia del dictador, quizá a estas alturas el Perú ya sería un Estado fallido, un territorio sin ley ni instituciones, a merced de hordas de delincuentes, un enorme cementerio en donde, no uno, sino veinte o treinta Grupos Colinas cometiesen asesinatos día y noche con el pretexto de combatir al terrorismo.
En segundo lugar, durante la dictadura no hubo bonanza económica. Hubo, sí, un ingreso de dinero fresco, pero no porque las fábricas se echaran a producir, sino porque Fujimori remato las empresas públicas. Y con ese dinero se dedicó a hacer obras de impacto, paternalismo, una posta médica, un comedor popular, una escuelita por aquí, una pista por allá. Pero el precio que se tuvo que pagar por ese auge falaz fue muy alto. De la noche a la mañana, casi medio millón de trabajadores estatales fueron despedidos a la mala, sin previo aviso y sin la opción de demandar el pago de sus beneficios sociales. Sin embargo, lo peor estaba por venir. Poco a poco, después del festín, cuando pasó la borrachera, la gente se fue dando cuenta de que los números no cuadraban, de que la dictadura había invertido una aguja para sacar una barreta. Y ahora sabemos, por los juicios por corrupción seguidos a los miembros de la dictadura, que gran parte del dinero de todos los peruanos, lo que se obtuvo por la venta de las empresas del Estado, no se invirtió en obras públicas, sino que fue parar a las maletas de Fujimori y de sus cómplices.
Fujimori y Montesinos creyeron que el Perú era su chacra y que los peruanos éramos sus corderos. Y con esas premisas quisieron crear una sociedad pastoral. Pero la mentira tiene las piernas cortas, no puede correr grandes distancias ni por mucho tiempo, y tarde o temprano la verdad le da alcance y la desenmascara.
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