JOSÉ RAFAEL LANTIGUA
La revolución no llegó a los pueblos con la fortaleza con que se sembró en la zona intramuros. Apenas, las noticias difusas, los comentarios de los que pasaron por el escenario del acontecimiento y regresaban con sus crónicas orales, la radio constitucionalista que entraba muy débilmente y, prácticamente, la que mayores –y menores– informaciones ofertaba, pasando sus recetarios por una criba con aire de solemnidad, era La Voz de la OEA con Tiberio Castellanos.
Yo tenía quince años de edad y la noticia de la revolución nos llegó en la aldea la tarde del 24 de abril junto a un grupo de amigos que frente al liceo secundario organizábamos los detalles de una velada artístico-cultural, tal la denominación de la época. Nunca imaginamos que ni aquella velada, ni las clases del bachillerato se suspenderían por unos largos cinco meses de obligadas vacaciones. Luego de los días calientes de sus inicios, con Radio Santo Domingo TV y el mocano Jaime López Brache, junto a las principales figuras de La Voz Dominicana y las Semanas-Aniversario, instando a la rebelión y pidiendo a los pilotos de la Aviación Militar que no bombardearan al pueblo (“Y todos al Puente Duarte a defender la Constitución”), vinieron unos meses donde la información que llegaba al pueblo estaba sesgada. Cada una o dos semanas, arribaban los helicópteros norteamericanos a distribuir gratuitamente mantequilla, queso y leche en latas. La revolución en los pueblos no creo que haya sido más de ahí. Empero, a cincuenta y un años de distancia, creo que la revolución tuvo un gran respaldo popular y, pese a que los diarios establecidos hicieron mutis a los pocos días de iniciada la revuelta, la gente se las ingeniaba para enterarse de los sucesos que ocurrían en la capital. Cuando el llamado Gobierno de Reconstrucción Nacional de Imbert Barrera, convocó a una concentración de apoyo en el parque Cáceres, la concurrencia fue escasa. La mayoría se mantuvo distante de esas proclamas, aunque la confusión seguía su curso.
En las noches lóbregas, tantas veces sin luz eléctrica, –así lo recuerdo– se escuchaba la voz de un joven que gritaba Patria, casi en susurro, y la puerta de mi casa se abría para recibir un ejemplar del único medio que alentaba el fervor revolucionario y la causa que defendían bravamente los constitucionalistas, entre los cuales ya se conocían los nombres de varios compueblanos en sus comandos. Patria fue el único sustento informativo de la revolución en los pueblos. El Caribe y el Listín dejaron de publicarse cinco días después de iniciada la revolución, justo en la fecha en que comenzaron a entrar los marines por el puerto de Haina. “Los diarios, en general, actuaron muy conservadoramente tratando de proteger a sus periodistas en una situación caótica, desorganizada, muy peligrosa, y por tanto, difícil de cubrir con medios normales”, atestigua hoy Adriano Miguel Tejada. Hubo periodistas que luego alcanzarían gran fama que claudicaron y ofertaron noticias manipuladas. La revolución comenzaba a generar temores en determinados sectores de la prensa. Hay pruebas.
(Mientras tanto, los comandos comenzaban a organizarse, al principio de modo informal, más adelante se instalaban por provincias, por sectores diversos, por veteranía militar, según cada caso. Iban a ser la ofensiva fundamental de la contienda y el receptáculo de los héroes anónimos de la causa).
En el boxer que trajo los primeros soldados USA, llegaron los corresponsales extranjeros. Alguna vez se contaron más de doscientos de ellos instalados en el Hotel El Embajador. La cobertura internacional de la rebelión iba a ser más intensa que la criolla, ante el cierre de los diarios dominicanos. Y “la demoledora campaña de tergiversaciones del gobierno de los Estados Unidos”, por supuesto que estaba implícita en esa amplia reunión de periodistas extranjeros.
Los constitucionalistas, solo con su radio como medio defendían el discurso de la revolución, una vez la TV dejó de ser muy pronto el vehículo que encendió la chispa de la simpatía popular en aquellas históricas transmisiones del 25 y del 26 prontamente acalladas por las bombas de San Isidro. (Hay nombres en esa tarea, ¿por qué olvidarlos?: Franklin Domínguez, Luis Acosta Tejeda, Iván García, Fernando Casado, Juan José Ayuso, Luis González Fabra, Silvio Herasme Peña, Pedro Pérez Vargas, Armando Almánzar, Jesús Torres Tejeda, Ercilio Veloz, Miguel Alfonseca, Mario Báez Asunción, Plinio Vargas Matos, Luis Antonio Rodríguez –Rodriguito-...y más).
(Los comandos primerizos abrieron la brecha de los soldados desconocidos y enfrentaron a los militares regulares y a los invasores, y cayeron muchos, tantos que por primera vez empuñaron un arma y un ideal. No quedaron registros de esos comandos que abrieron los frentes de la gloria anónima).
Iniciando mayo, José Jiménez Belén pide reabrir La Nación para convertirla en vocero de los constitucionalistas. El primer número sale el 6 de mayo. El último: el 24 de octubre. Una semana después salió Patria, que tenía como cabeza a Ramón Alberto Ferreras Manuel (El Chino) y que lo tenía a él y a don Alberto Malagón como únicos redactores. El director que aparecía en la mancheta era Tulio Carvajal, un trabajador de la Editora Handicap de Enrique Martí Otero, que era vecino del Chino Ferreras. La Nación y Patria fueron los diarios de la revolución, que laboraban con muchas limitaciones, incluyendo las de circulación. Juan José Ayuso afirma que “la incomunicación parcial a que forzaban la invasión y ocupación impidió que los diarios de la zona constitucionalista recogieran otras manifestaciones de respaldo de todo el mundo”. Hubo un semanario, publicado por los socialcristianos integrados plenamente a la revolución, Diálogo, que tenía en su planilla de redactores a Cholo Brenes, Martha Olga García, Juan Bolívar Díaz, Vivian Mota y José Licha. Y en la contra, La Hoja, que dirigía Pedro Gil Iturbides, que defendía al gobierno de Imbert y que tuvo larga vida pues cerró dos años después de la revolución, en 1967.
(El registro de los comandos, organizado para recibir una ligera dotación económica que el coronel Caamaño dispuso para enfrentar carencias en sus integrantes, se inició en junio luego de los fatídicos 15 y 16 de ese mes, cuando comenzaron a tirar desde Los Molinos. En la formación de esos combatientes laboraron el comandante Noboa Garnes, Amín Abel, Hamlet Hermann, entre otros. Ya se conocen las listas de esos comandos, de sus comandantes y de quienes los formaban. Los ocultó por muchos años Bonaparte Gautreaux Piñeyro para resguardar la integridad de los que sobrevivieron. El “Luis Ibarra Ríos” que comandaba Santiago Disla Tejada, el “Juan Miguel Román” que comandaba Manolo Betancourt, el “Pedro Cadena” que dirigía Miguel Aurich, el “Polo Rodríguez” que tenía al frente a Benito Fernández, el “Juan Pablo Duarte” con Urbano Delgado Carbuccia a la cabeza...)
El rol de la prensa, la criolla alineada y la internacional manipulada por “fuentes” conocidas, sin dejar de incluir las ediciones de Listín y El Caribe de los primeros cuatro días de la contienda (que vistas a la distancia de cincuenta y un años lucen tan penosamente distorsionadas), pueden ser revisadas a propósito del aniversario abrileño que por estos días conmemoramos. Y están las noticias que se publicaron en medios venezolanos, españoles, argentinos, uruguayos, puertorriqueños, mexicanos, cubanos... y los de la Florida. El cronista y recopilador anota el “papel luminoso” que jugaron los corresponsales extranjeros que ofrecieron informaciones veraces sin los rodeos y los manejos de las fuerzas invasoras y los dominios de Washington: Tad Szulc, Dan Kurzman, Marcel Niedergang, y añadiría a Theodore Draper que, a mi juicio, escribió el reporte analítico más crítico contra la invasión, y que apenas ahora se conoce en español.
(Y los comandos se expandieron, arrinconados entre las murallas coloniales, el “Cucaracha 20”, el “Luis Ibarra Ríos”, el “Manuel Aurelio Tavárez Justo”, el de “La Espaillat”, el de la “José Gabriel García” el “Rafael Fernández Domínguez” los de San Cristóbal, San Juan de la Maguana, La Vega, los de San Carlos, La Esperilla, San Lázaro, Villa Juana, San Miguel, Villa Francisca, y tantos, y más. Y nombres que se subrayan por sus roles anteriores y posteriores, en la misión de comandantes: Rafael Pérez Guillén, Lorenzo Sención Silverio, Nelson William Méndez, Toribio Peña Jáquez, José Eligio Bautista Ramos, Rafael Blanco Peña... La historia se escribe con nombres y apellidos, improntas, anonimatos, heroicidades, zigzagueos, temeridades y sombras).
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Documentos imprescindibles en circulación: “La prensa y la guerra de abril de 1965”. Adriano Miguel Tejada, editor. Academia Dominicana de la Historia, 2016 / 209 pp. // “Los comandos. Abril de 1965”. Bonaparte Gautreaux Piñeyro, compilación y nota introductoria. Archivo General de la Nación, 2015 / 437 pp.
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