Existen silogismos, sofismas. Hay premisas falsas, prejuicios. Descalificación y exaltación. También principios, pautas, conductas, aprendizaje. Efectos y causas. Hay equívocos. Errores cometidos por esos magos de la estrategia política. Los creadores de ídolos, capaces también de derrumbarlos, aunque cuando el monstruo los supera, o intenta devorarlos, la situación es peligrosa, como enseña la historia de Víctor Frankenstein y su engendro. Entre premisas, sofismas y demagogia, la paradoja rige el momento electoral. Algunos protagonistas de la jornada, pretenden conquistar simpatías, imputando vicios, insisten en la denostación del electorado. Aspiran reeditar el síndrome de Estocolmo. Se dirigen a un pueblo ignorante, traicionero y, luego del maltrato, propalando la compraventa de adhesiones, quieren su voto o evalúan su precio. Van más lejos y en la subasta indignante, duplican dádivas y montos de beneficios, para seducir a los agraviados. La estratagema complica a la ciudadanía que está lejos de la aspiración de un ministerio, de una dirección general, de un consulado, de un contrato. Dificulta el apoyo de la sociedad ajena al dolo y a la connivencia con la infracción, dispuesta a validar candidaturas sin la promesa del vellocino de oro.
Repetir, mañana, tarde y noche que el voto se compra, que los electores están cerca de la imbecilidad, convierte el derecho a elegir y ser elegido en riesgo. ¿Cómo presentarse a un colegio electoral, si cada votante es un perverso tonto, con tarifa?
Algunos, convencidos de la insulsez de sus soflamas, apuestan al pregón de feria y al anuncio apocalíptico. Parece que sus asesores incluyen en el plan de campaña, la continua mención de la insignificancia y cretinismo de los votantes, para justificar consecuencias.
Juan Bosch Gaviño era un desconocido cuando regresó al país, el 20 de octubre del año 1961, después de 23 años de exilio. Habló de convivencia, de fin del sufrimiento. Propugnó erradicar el miedo y el odio, exaltó las virtudes del pueblo y la necesidad de involucrar al colectivo, en la tarea de transformar un país, maltratado durante tres décadas de oprobio. Sumó a mansos y a cimarrones. Cada día hablaba y cada día provocaba. Enseñaba. Usó un discurso desconocido, que escuchaba con atención la nación deslumbrada por la posibilidad democrática y sorprendida con la libertad.
El 20 de diciembre de 1962, ese hombre, sin previa entrega de propina, sin prometer ministerios ni patrimonio a sus seguidores, sin fortuna personal, con una campaña de denuestos encima, obtuvo el 59.53% de los votos computados – un millón 54 mil 944-.
Situaciones históricas diferentes, otra época, otras generaciones. Sin embargo, basta revisar resultados electorales, para comprender cómo y cuándo, la voluntad popular va más allá de sus miserias y de la reprobación incesante. El efecto de la paradoja que pide el voto y ningunea, es el trance que puede provocar lograr sufragios. ¿Cómo explicarlo entonces? ¿Cómo recoger el infundio, después del triunfo, si corean que votan los malos por los peores? Es un dilema para la proposición creíble, un conflicto para la candidatura válida, sin mácula. La estrategia se empeña en descalificar respaldos. El 15 de mayo es el día señalado para elegir 4,016 candidatos y candidatas. Ocho opciones para la presidencia y vicepresidencia y miles de propuestas para el Poder Legislativo y Municipal. Hay candidaturas detestables, algunas con tufillo a mazmorra, otras, exhiben el desparpajo de amparos impúdicos. Pasea por municipios y provincias la inocultable generosidad de pacto espurio, la opulencia con alfil. Empero, hay opciones buenas, algunas afectadas por el arrastre.
Desde la narración que refiere la holgazanería de los tainos, esa proclividad a la molicie y a la traición, hasta las descripciones de Moscoso Puello, sin descartar informes que subrayan la pasión dominicana por la externalidad, fascina la divulgación de la inferioridad criolla. Remachar defectos, para lograr primacía, gracias al descrédito de la gleba. La oscilación de la propuesta electoral entre la victimización y el desprecio por la mayoría, que pretenden redimir, es inadecuada. El sermón debe modificarse. La depreciación humilla, resta.
Repetir, mañana, tarde y noche que el voto se compra, que los electores están cerca de la imbecilidad, convierte el derecho a elegir y ser elegido en riesgo. ¿Cómo presentarse a un colegio electoral, si cada votante es un perverso tonto, con tarifa?
Algunos, convencidos de la insulsez de sus soflamas, apuestan al pregón de feria y al anuncio apocalíptico. Parece que sus asesores incluyen en el plan de campaña, la continua mención de la insignificancia y cretinismo de los votantes, para justificar consecuencias.
Juan Bosch Gaviño era un desconocido cuando regresó al país, el 20 de octubre del año 1961, después de 23 años de exilio. Habló de convivencia, de fin del sufrimiento. Propugnó erradicar el miedo y el odio, exaltó las virtudes del pueblo y la necesidad de involucrar al colectivo, en la tarea de transformar un país, maltratado durante tres décadas de oprobio. Sumó a mansos y a cimarrones. Cada día hablaba y cada día provocaba. Enseñaba. Usó un discurso desconocido, que escuchaba con atención la nación deslumbrada por la posibilidad democrática y sorprendida con la libertad.
El 20 de diciembre de 1962, ese hombre, sin previa entrega de propina, sin prometer ministerios ni patrimonio a sus seguidores, sin fortuna personal, con una campaña de denuestos encima, obtuvo el 59.53% de los votos computados – un millón 54 mil 944-.
Situaciones históricas diferentes, otra época, otras generaciones. Sin embargo, basta revisar resultados electorales, para comprender cómo y cuándo, la voluntad popular va más allá de sus miserias y de la reprobación incesante. El efecto de la paradoja que pide el voto y ningunea, es el trance que puede provocar lograr sufragios. ¿Cómo explicarlo entonces? ¿Cómo recoger el infundio, después del triunfo, si corean que votan los malos por los peores? Es un dilema para la proposición creíble, un conflicto para la candidatura válida, sin mácula. La estrategia se empeña en descalificar respaldos. El 15 de mayo es el día señalado para elegir 4,016 candidatos y candidatas. Ocho opciones para la presidencia y vicepresidencia y miles de propuestas para el Poder Legislativo y Municipal. Hay candidaturas detestables, algunas con tufillo a mazmorra, otras, exhiben el desparpajo de amparos impúdicos. Pasea por municipios y provincias la inocultable generosidad de pacto espurio, la opulencia con alfil. Empero, hay opciones buenas, algunas afectadas por el arrastre.
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