Era enero de 1957. Confirmando los malos presagios, la familia recibió la noticia en medio de una angustia que se convirtió de repente en indignación e ira. Lo habían matado. Dijeron que se había suicidado colgándose de una ducha que no podía con el peso de su cuerpo ni tenía altura para sustentarlo.
El déspota sanguinario necesitaba chivos expiatorios para explicar el secuestro en Nueva York y traslado a Santo Domingo y posterior muerte del profesor, español y vasco, Jesús de Galíndez. El piloto Murphy lo trajo en un avión. Querían que Octavio de la Maza (Tavito) se responsabilizara del asunto, pero no, se negó, como no podía esperarse otra cosa de él.
Y lo asesinaron en la cárcel brutalmente.
Cuando llevaron su cadáver a Moca, llegó una comisión oficial a dar el pésame. Aquello fue la mayor ofensa. En el aire vibraban las hojas afiladas y se sentía una tensión tan grande que las paredes reculaban. La esposa, Maruxa Rua, joven y elegante, convertida a tan temprana edad en viuda, madre de dos hijos, no cesaba de repetir junto a toda la familia allí reunida y lamentarse en alta voz que Trujillo lo había mandado a matar. Y lo exclamaban desafiantes, aún a sabiendas de que podía costarles mayores males.
Esta fue la primera chispa que surgió vigorosa, porque era inconcebible que hubieran matado a Tavito solo porque querían buscar una coartada para lavarse las manos con el crimen de Galíndez.
Eso atormentó a la familia De la Maza Vásquez, y a su entorno más íntimo, que a partir de ese momento reanudó su obsesión de que un régimen tan sanguinario y brutal no podía seguir rigiendo los destinos del país. Obsesión conectada con el hecho de que Trujillo había traicionado y derrocado a Horacio Vásquez, protagonista de un régimen liberal y honrado, y que el pueblo y el país necesitaban hacer resurgir para que se pudiese vivir en libertad.
Pasó el tiempo. Llegó el 14 de junio de 1959. En la expedición venían varios miembros de la familia Vásquez, portadores de la sangre de Mon y de Horacio: José Horacio Rodríguez Vásquez, José Cordero Michel, y Tony Mota Ricart. Allí surgió la segunda chispa. La brutalidad con que fue reprimida la expedición y las torturas y los fusilamientos a mansalva de grupos elites de la sociedad dominicana provistos de esmerada educación, encendieron la determinación de que no se podía seguir esperando más. Y en junio de 1959 nació el complot del 30 de Mayo, a la par que se extinguía la llama de los expedicionarios. Es decir, el resplandor patriótico fue transferido del 14 de junio al 30 de Mayo.
Luego vino lo inimaginable, el colmo de la perversión. En noviembre de 1960 tres bellas, inteligentes, valiosas y comprometidas mujeres con el destino de su pueblo, las hermanas Mirabal, fueron salvajemente asesinadas al regreso de Puerto Plata donde visitaban a sus familiares presos, y lanzadas junto a su chofer por un profundo precipicio para simular un accidente. Fue la tercera y más determinante chispa porque rebosó la copa ya purulenta.
A partir de ahí el complot dejó de estar en teorías y se pasó a la acción decidida. Como consecuencia, seis meses después el tirano caía fulminado por los efectos de estas tres chispas redentoras.
Hoy, 58 años después, aquella viuda a destiempo, hermosa, serena, valiente, decidida, ha ido a acompañar a la eternidad a aquel a quien tanto amó, del que no pudo ni siquiera despedirse porque se lo arrancaron de improviso de los brazos con la mayor crueldad.
Hoy, ella que era la referencia viva de aquella primera chispa, se ha apagado, como algún día lo haremos todos, con lo que comienza a ser parte de la historia, que es aquella propia de los no vivientes.
Descansa en paz, Maruxa, ahora que has encontrado alivio a tus penas. Camina tranquila por este espacio nuevo e inmenso que se abre ante ti. Supiste ser altiva y digna como él lo fue. No te arrodillaste ante la insolencia del terror. Y eso, Tavito lo tiene que haber apreciado con profundo orgullo. Que tu tránsito sea dulce hasta que te reúnas de nuevo con él. Hasta pronto.
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