Quién iba a pensar que las inquietudes del ingeniero civil y de caminos Octavio Acevedo, expresadas hace ya 82 años y orientadas a hermosear la panorámica contigua a lo que fuera el tramo inicial de nuestro Malecón capitalino conocido como Paseo Presidente Billini -que corría desde la 19 de Marzo hasta la Espaillat y cuyo nombre e importancia histórica han sido relegados al olvido por las autoridades municipales y turísticas-, mantendrían plena vigencia hoy día. Justo cuando Santo Domingo aspira convertirse en destino acogedor de parte de los más de 5 millones de visitantes que nos llegan anualmente. Gracias a Wesolowski y sus incursiones furtivas en las inmediaciones del Monumento a Fray Antón de Montesinos, que el gobierno mexicano de López Portillo donara generoso a la ciudad de Santo Domingo durante la gestión de Jorge Blanco, el mundo ha podido apreciar el estado ruinoso de nuestro paseo marino, catapultado por las cadenas europeas y norteamericanas como CNN. Proyectado como el Malecón de Wesolowski.
Octavio Acevedo, titulado en 1904 en el North Carolina State College, fue hasta su deceso en 1933, uno de los profesionales más destacados en el campo de la construcción –pionero en el uso innovador del hormigón armado en viviendas-, las obras públicas y los planes de ornato. Con huella fecunda en su natal Macorís, donde se desempeñó como ingeniero municipal y dejó estampado su nombre en edificaciones emblemáticas como la Catedral San Pedro Apóstol y el Cuartel de Bomberos. Sus conocimientos, capacidad de trabajo y probidad se dejaron sentir con vigor en la Secretaría de Estado de Fomento y Comunicaciones, en la que laboró como ingeniero inspector técnico bajo la última administración de Jimenes y durante la Ocupación Americana, presentando un Plan General de Carreteras Nacionales en 1917 y encabezando el ramo en el gabinete de Vicini Burgos entre 1922-24.
Dotado de un cerebro bien amueblado con ideas claras, apegado a rigor técnico impecable, acostumbraba discurrir en la prensa sobre tópicos de interés público. Tales el proyecto de ferrocarril que uniría las comarcas del Este, la erección de puentes, la contención y drenaje de las aguas del Higüamo que inundaban pestilentes su ciudad, el Acueducto de Santo Domingo y las acometidas óptimas (si Haina, Isabela o Mana), el hermoseamiento del parque Colón, la Catedral y el Baluarte. La pavimentación de las calles, el ensanche de las aceras y el drenaje pluvial de la Primada de América. Amén de informes estrictamente razonados y documentados que publicara en vida.
Los primeros textos suyos que conocí los encontré hace cuarenta años, cuando investigaba en los archivos nacionales y norteamericanos sobre el desarrollo de la industria azucarera. Me impresionó su contundencia argumental y el estilo directo, moderno, de su discurso. En 2010, Andrés Blanco Díaz –a quien tanto debemos por su labor como compilador y editor de la obra de autores claves para la intelección de nuestra historia contemporánea- reunió en dos volúmenes los trabajos de Octavio Acevedo, publicados por el Archivo General de la Nación bajo el título Problemas y Tópicos Técnicos y Científicos. Un material que ingenieros, arquitectos, urbanistas y gerentes municipales deberían tomar como referencia modélica en el enfoque de los asuntos que hoy afectan el desarrollo urbano.
Decía Acevedo “mi locura no consiste en escribir sesudos artículos de palpitante actualidad política”, sino “ofrecer mi ayuda infinitesimal a las obras públicas de imperiosa e indispensable ejecución”. A ello se consagró como planificador, ejecutor y asiduo difusor en la prensa, forjador de conciencia ciudadana. Así lo hizo en una época en que el Malecón se limitaba al Paseo Presidente Billini y el saldo devastador de San Zenón brindaba oportunidad de plantear la reconstrucción modernizante de la ciudad, incluida la idea de la proyectada Avenida Colombina. Iniciado su desbroce por Moncito Báez López-Penha y ejecutada por la Oficina del ingeniero Roger, sería rebautizada Presidente Trujillo y luego George Washington, comprendiendo originalmente el litoral que corre desde la Presidente Vicini Burgos hasta el Camino de Güibia.
Bajo el título “Sobre la margen del mar Caribe”, apareció en Listín Diario el 26 de agosto de 1932 una de sus colaboraciones. “Un distinguido colega, el ingeniero civil Juan Manuel Pellerano, profesor de la Universidad, publicó hace unas semanas una de sus interesantes y bien intencionadas observaciones técnicas, dedicada a la modernización lenta pero progresiva del litoral marino de la ciudad comprendido entre la Plazoleta Pellerano Castro y el Malecón Presidente Billini. El tópico es tan atrayente que no puedo menos que incluirlo en estos apuntes, para robustecerlo y ampliarlo. El tramo costanero en referencia se extiende en una distancia aproximada de 350 metros entre las extremidades Sur de las calles Isabel la Católica y 19 de Marzo y forma parte de la calle José Gabriel García, cuyas casas, en todo ese trayecto, tienen sus patios casi sobre el peñón o acantilado de la costa del Placer de los Estudios.
“La ubicación de estas propiedades es la causa originadora del lamentable panorama que se presenta a la vista del viajero o turista cuando arriba a nuestras playas. Patios de pobrísimo aspecto, casuchas miserables, cocinas desmanteladas, trapos al sol, todo este triste conjunto, con mucho de zoco marroquí, es lo que da la bienvenida al extranjero cuando todavía está abordo de pie sobre el puente del vapor. Pocos minutos después, desde la gasolinera que lo trae al muelle, el viajero ve destacarse, más cerca y por tanto más claro y preciso, el horrible panorama de los patios desastrosos. ¿Cuál es, pues, la primera impresión que reciben los que llegan por la vía marítima a la Primada de las Indias, a la Atenas del Nuevo Mundo? No es ciertamente la impresión que reciben los que arriban a Calcuta, la Sultana de la India Oriental, o los que visitan los puertos de Ática, frontera de la playa de Delfos…
“Antes del ciclón de 1930, era ya bien desolador el cuadro de los patios enclavados sobre el peñón del Caribe; pero después del furioso meteoro la situación empeoró y en la actualidad sería casi imposible pretender describir cómo agonizan allí la estética, la salubridad y el urbanismo, y cómo campean y prosperan la desolación, la fealdad, la tristeza y la ruina. Ya no hace recordar un zoco marroquí; ahora parece la costa lugareña de una isla polinésica. El huracán destruyó casi todas las casas; unas cinco de concreto y otras tantas de madera han sido reconstruidas. Unos catorce solares permanecen baldíos. El Ayuntamiento y la Junta de Ornato y Embellecimiento harían una obra eminentemente edilicia si pidiesen la expropiación de todos estos solares y prohibiesen, por lo pronto, ninguna otra reconstrucción en ellos. La expropiación debe también extenderse sobre las actuales edificaciones y contratarse su adquisición por medio de arreglos especiales con los propietarios.
“A medida que los solares y otros inmuebles vayan pasando al dominio de la municipalidad, tocará a la Sanidad emprender allí una perfecta obra de demolición y saneamiento, derribando muros mugrientos, tabiques fabricados con tablas de todas clases y con viejas planchas de zinc retorcidas y mutiladas. Toda la estrecha faja de terreno entre la acera y la orilla de la costa se despejará, saneará, y nivelará para recibir un relleno o lecho de tierra, que a su vez recibirá uno como tapiz o alfombra de grama o césped. Y en los 350 metros de longitud que tiene la angosta faja podrán replantarse, en hoyos bien acondicionados, hasta 70 árboles, ya en completo desarrollo, transportándolos cuidadosamente desde los sitios donde ahora viven y prosperan.
“En toda la costa desde San Jerónimo hasta Haina y en las quintas aledañas, existen bellísimos ejemplares de árboles de regular tamaño que, bien seleccionados, arrancados y conducidos con esmero, servirán para producir en pocas semanas el menos costoso pero más encantador de los paseos. El plan propuesto se reduce, pues, a expropiar unas diez casas y unos catorce solares cuyo costo no sería en modo alguno exorbitante; a demolerlas y hacer una limpieza general de los 3,000 metros cuadrados de extensión que aproximadamente tiene la cinta ribereña del mar; y a rellenarla, nivelarla y alfombrarla con césped y a replantar unas seis docenas de árboles escogidos, no sobre la misma orilla de la acera sino en sitios interiores más cercanos al acantilado, a fin de que la sombra se proyecte sobre el paseo. Unas decenas de bancos completarían la sencilla obra.
“La acera norte de la calle José Gabriel García luciría así las fachadas de sus edificios frente al mar como las lucen ahora los edificios frente al Malecón Presidente Billini. Este y la Avenida Colombina, en construcción, no tienen realmente razón de existir, mientras exista la abigarrada y desastrosa situación del lindero marítimo ya descrito. En las ensenadas o recodos donde el acantilado presenta los mayores peligros podrán construirse pequeños muros protectores de no más de 60 centímetros de altura –el de La Habana apenas tiene 50 centímetros- a la manera de los malecones que se estilan en las carreteras cuando van localizadas por las peligrosas laderas de las montañas. Manos a la obra, comenzando inmediatamente con la expropiación de los inmuebles. Lo demás vendrá, como por añadidura, sin grandes esfuerzos.”
La zona concernida en el artículo, que ahora incluye el Monumento a Fray Antón de Montesinos, por coincidencia es la misma de las andanzas furtivas del Nuncio Wesolowski. Un pedazo del Malecón que “está cayéndose a pedazos”. La Junta de Ornato de entonces la integraban Arturo Pellerano Sardá –editor del Listín Diario, primo hermano de mi abuela Emilia Sardá Piantini-, el escritor, historiador y diplomático Emilio Tejera, y el jurisconsulto y novelista Manuel de Jesús Galván. Munícipes sensibles a la dinámica de la urbe.
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