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martes, 27 de enero de 2015

La literatura, un bastión de resistencia contra el aparato discursivo de la Dictadura


A 28 años de su publicación vuelve a circular en librerí­as Ficción y Polí­­tica. La narrativa argentina durante el Proceso Militar, un volumen con seis ensayos escritos por Tulio Halperin Donghi, Beatriz Sarlo y Daniel Balderston, entre otros, que analiza las maneras en que la literatura se las ingenió para desmitificar los discursos "oficiales" que escamoteaban la violencia de aquellos años.
El sangriento perí­odo iniciado en marzo de 1976 puso en marcha un aparato represivo que terminó con cuantiosas vidas y fundó al mismo tiempo un territorio lingüístico que se planteó como una ficción discursiva plagada de mentiras y eufemismos: frente a este bastión de fachada inquebrantable, muchos escritores urdieron sistemas de representación alternativos que eludieron la censura y se constituyeron en las voces soterradas del horror.

Ficción y Política. La narrativa argentina durante el Proceso Militar, recién reeditado por Eudeba, da cuenta de esas estrategias narrativas surgidas para contrastar esa "máquina de producir ficciones" en la que se habí­­a convertido el Estado, según define el escritor Ricardo Piglia en su obra Crí­tica y ficción.

"El libro propone una reflexión sobre las dictaduras recientes o aún activas y tuvo a momento de su aparición un componente muy importante de intención polí­­tico-ideológica, marcada por la imperiosa necesidad de entender el pasado reciente con el objetivo de impedir su repetición", destaca a Télam Andrés Avellaneda, a cargo del prólogo de la obra, que reúne ensayos de Francine Masiello, Beatriz Sarlo, Marta Morello Frosch, David William Foster, Tulio Halperin Donghi y Daniel Balderston.

Télam: Siguen circulando las obras que examinan los episodios de la dictadura y su articulación con la reinstauración democrática ¿Cuáles son las razones que explican este flujo a más de 30 años del retorno de la democracia?
Andrés Avellaneda: Los hechos históricos que dejan marcas profundas son necesariamente reexaminados por las sociedades que los han experimentado. Cuanto mayores son las heridas, más profundas son las huellas que permanecen en la memoria social, y más frecuente y necesaria la revisión, el regreso de las miradas, en plural, porque cuanto más prolongado es el reexamen mayor es la variedad de la indagación.

Gracias al constante escrutinio de las últimas tres décadas transcurridas desde el regreso a la democracia en la Argentina, el debate se ha enriquecido, nuestra comprensión de los hechos se ha complejizado, y la excusa de sustituir la investigación de los hechos por una falsa actitud de "perdonar para convivir" se ha revelado como tal, como una excusa. Por eso creo que en materia de información es mejor un "bombardeo editorial" que una sequí­­a regulada. Todo suma y contribuye al mantener activo el debate.

T: ¿Qué factores contribuyeron a que a diferencia de otros países como Alemania o España, la violación a los derechos humanos se incorporara en la Argentina a la agenda social con tanta celeridad?
A.A: La defensa de los derechos humanos tiene aquí­ una historia ejemplar de esfuerzo, sacrificio y perduración obstinada, cuyo epítome son las Madres de Plaza de Mayo. Es lo que permitió que continuara la lucha por la justicia a pesar de los obstáculos que se le opuso, desde la renovada amenaza de golpe y regreso a la dictadura, hasta la persecución, el vilipendio o la minimización de la gravedad del delito.

Esa fuerza de convicción es un factor fundamental para explicar la celeridad con que éstos pudieron ser parte de la agenda social. En la Argentina sucedieron dos hechos catastróficos en menos de tres décadas. Entre 1976 y 1983 ocurrió la feroz dictadura que buscó imponer por la fuerza una ingenierí­­a neoliberal y que, intentando mantenerse en el poder, produjo en su agoní­­a una guerra inútil en la que mandó a morir a cientos de argentinos cuasi adolescentes.

El otro hecho catastrófico transcurre entre 1989 y 1999 cuando se instala por ví­­a democrática un gobierno que con receta neoliberal destruyó la trama económica y social del paí­s precipitándolo en la caí­da quizás más profunda de su historia. Estos dos tramos enmarcan un rasgo singular en ese momento argentino: su soledad como sociedad y como estado.

T: ¿Cómo contribuyó el registro realista a las lecturas instaladas por el paradigma de escritura alegórica que definió a grandes rasgos la producción literaria durante la dictadura?
A.A: No toda la producción ficcional escrita y publicada en el paí­s durante los años de la dictadura siguió al pie de la letra el paradigma de la escritura alegórica. Pienso en novelas que pueden ser leí­­das en clave alusiva a los hechos como La penúltima versión de la colorada Villanueva de Marta Lynch,Perros de la noche, de Enrique Medina, Respiración artificial de Ricardo Piglia, o "Nadie nada nunca" de Juan José Saer.

Comparadas con otras ficciones construidas desde una alegorización más ortodoxa -como El vuelo del tigre de Daniel Moyano (escrita y publicada en España en 1980), o La casa y el viento de Héctor Tizón (escrita en España pero publicada en Argentina, en 1984)-, las novelas de Lynch, Medina, Saer y Piglia, todas ellas publicadas en plena dictadura, parecen estar mucho más cerca del paradigma "realista" que del "alegórico".

Ambas alternativas fueron válidas para quienes escribí­an tanto en el paí­­s como fuera de él, aunque para los primeros las condiciones impuestas por la dictadura eran lí­­mites que condicionaban el ejercicio pleno de un modo realista. "Contar" (representar) la dictadura fue posible como una tensión entre ambos modos de relato, según la necesidad y la elección estética de cada autor. Poco después de 1983 ocurrió una explosión de textos testimoniales y ficciones de mayor acercamiento al modo realista, lo que dio cierta validez a la creencia de que la censura habí­­a sido un factor decisivo en la elección de los modos de relato durante la dictadura. El paradigma de relato alegórico fue complementado y luego sustituido, por formas más directas de narrar el pasado dictatorial, en novelas, entre otras, como Villa (1995) de Luis Gusmán, El fin de la historia(1996) de Liliana Heker, La experiencia sensible (2001) de Rodolfo Fogwill, oDos veces junio (2002) de Martí­n Kohan.

T: ¿En qué medida la literatura generada en los años de la dictadura funcionó como indagación a la manera de lo que Borges definí­a como la relación entre verdad y ficción como opuestos que no se excluyen, en tanto cuando uno opta por la ficción no lo hace con el propósito de "tergiversar" la verdad sino todo lo contrario?
A.A: Tení­­a razón Borges al postular que verdad y ficción son "opuestos que no se excluyen". En los años de plomo, la literatura desempeñó casi en solitario una función epistemológica y heurística: estableció un método de conocimiento de los hechos silenciados y se encargó de investigarlos en momentos en que callaban -o mentí­­an-, los lenguajes sociales y jurí­­dicos.

Nunca como hasta ese momento la poesí­a lí­­rica y la narrativa hablaron "en su propia lengua" acerca de la verdad. O mejor dicho, propusieron un valor de verdad cuando todo alrededor era mentira.

Lo interesante de los libros aparecidos en los últimos años es que ya no están protagonizados por dictadores sino por ciudadanos ordinarios que no cuestionan y se integran al sistema, como ocurre por ejemplo en la novela de Martí­­n Kohan, Ciencias morales.

T: ¿Se puede detectar un momento en el que se deja de hablar de una sociedad victimizada para concentrarse en la descripción de una sociedad cómplice, con distintos grados de corresponsalidad?
A.A: El horror del Holocausto pudo ser entendido más hondamente cuando se abandonó el simplismo de la personalidad demoní­­aca para bajar la mirada hacia los pequeños seres que construyeron cotidianamente el horror, con obediencia y en el anonimato. De la misma manera, Kohan y otros narradores prefirieron en los últimos años reelaborar la concepción de la sociedad como ví­­ctima para enfocarse en una sociedad victimizadora donde pequeños seres inadvertidos contribuyen microscópicamente, con impunidad, a construir el horror y el crimen de la dictadura. Este modo de contar lo siniestro implica un grado diferente, más complejo, más contradictorio (y por eso mismo más enriquecedor).

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