Es impresionante la constatación del contagio golpista que afecta históricamente a las naciones latinoamericanas.
Sería motivo de un estudio mucho más extenso y profundo pretender siquiera una enumeración de los golpes de estado (cambio radical impuesto por una minoría) copiados de un país a otro que se han ido sucediendo a través de los tiempos.
Hay una marcada diferencia entre las revoluciones independientistas que significaron un freno a la expansión colonialista y se repitieron hasta mediados del siglo XX y que aprovecharon tácticamente, en muchas oportunidades las circunstancias de decaimiento socio-económico de las metrópolis, para hacer tomar conciencia de la sujeción permanente de explotación laboral, territorial, comercial y cultural sufrida por los países colonizados.
Junto a estas denuncias y la valoración de la eficacia de las propias capacidades para la realización de las retrasadas decisiones de los países dominantes, la mayoría de esos movimientos, con diversas gestiones y medios utilizados, fueron teniendo éxito e ingresaron en el concierto de comunidades nacionales independientes.
El esfuerzo fue hecho y dirigido “desde adentro” impulsado por la mística de la búsqueda de la libertad y el sentido de patria.
La diferencia a que me refiero, con lo que estamos viviendo en la actualidad como nueva expresión de rebeliones contra el orden establecido, consiste en que a pesar de que utiliza la complicidad de “los de adentro”(cipayos) no se propaga por reacciones generadas ni en las mayorías ni en los intereses populares, sino que obedece a un plan elaborado (desde afuera) por el sistema capitalista, drástica (aunque muy subrepticia y disimuladamente) opuesto al logrado por el consenso prácticamente universal de las naciones liberadas, la democracia.
Con relativa paz y prosperidad las naciones, aún con diversas posibilidades y pretensiones de progreso en paz, fueron creciendo con esta práctica de participación popular hasta erigirla en norma (la mejor hasta ahora) de convivencia y prosperidad.
La situación brasileña en 1964, marca un comienzo de golpes de estado fraguados desde fuera con complicidad e intereses foráneos para cada país.
Janio Cuadros acusado de comunista por sus medidas de justicia social y relaciones internacionales debió renunciar. Y su vice Joao Goulart ausente en China popular en cumplimiento de una misión oficial debió regresar para hacerse cargo del gobierno según la Constitución. La circunstancia de regresar de la China comunista sirvió a los militares para acusarlo de comunista y no permitirle asumir. Posteriores conversaciones llevaron a un acuerdo de cambiar el régimen presidencialista por el Parlamentarista. Un primer ministro el diputado Cunha Bueno nombrado por el mismo Parlamento debía supervisar la acción del presidente.
Joao se empeñó en continuar las ideas y propuestas socializantes de Cuadros. Firma decretos de expropiación de refinerías de petróleo privadas, autoriza expropiación de tierras en un proyecto de reforma agraria y reclama una nueva Constitución para el país en una plaza pública con una multitudinaria manifestación de 130 mil personas.
Estos acontecimientos del 13 de Marzo 1964 provocan la explosión de la indignación conservadora. Apoyado por la Iglesia, el diputado Cunha Bueno organiza la “marcha de la familia de Dios por la libertad”. La táctica derechista piadosa se ensaya una vez más, la multitud reza el rosario animando y sacralizando la destitución de Joao. La marcha culmina en la catedral de Río, con una misa “por la salvación de la democracia".
Joao improvisa el 30 de marzo un discurso reclamando el apoyo militar. Es la señal que esperan los golpistas. La noche del 31 el jefe de la guarnición de Minas Gerais marcha hacia Río y la embajada de Estados Unidos inicia la operación Sam, asegurando el éxito del golpe. Dos de abril fue la fecha en que por mayoría parlamentaria, Joao Goulart fue destituido y se retiró a Porto Alegre proponiéndose resistir.
Sin embargo, la situación se hizo insostenible y buscó refugio en Uruguay el 4 de abril. Los militares lograron que el Congreso nombrara presidente al Gral. Castello Branco que inició una dictadura con suspensión del orden constitucional, persecución de políticos y activistas sociales, oficialización del movimiento ultra conservador “Tradición, Familia y Propiedad" (traducción de la consigna franquista “Dios Patria y Hogar) con una invitación o amenaza de abandonar Brasil aquellos que no estuvieran conformes con el clima dictatorial se empapelaron los autos con bandas de papel que decían “Brasil; ámelo o déjelo”.
En realidad fue necesario mucho tiempo para remediar esa herida fundamental a la democracia brasilera y la Iglesia siguió siempre jugando el mismo doble papel de “una de cal y una de arena” porque al lado de figuras tremendamente definidas por el evangelio y la justicia social como Helder Camara, Casaldáliga y Lorscheider, el Episcopado en conjunto permaneció subordinado al orden establecido netamente conservador social y eclesiásticamente.
¿Qué es lo que me mueve a hacer esta memoria detallada de aquel golpe consumado por los militares brasileros?
Primero: notar la periodicidad cíclica que guardan en su sentido los golpes de estado.
Segundo: señalar las coincidencias con los golpes argentinos de Onganía en 1966 y de la junta Militar en 1976 y luego fijar la evolución lograda por el sistema reinante, desde el apoyo que entonces resultaba fundamental, de la Fuerzas armadas, hasta los golpes llamados blandos, débiles o blancos que recurrieron a otra fuerza armada. La creada por el sistema democrático para mantenimiento y defensa. Una fuerza diríamos “institucional” residente en la información periodística para activar la conciencia ciudadana participativa. La Justicia para afrontar la delincuencia y los intereses dañosos a la comunidad, y la Policía con gente proveniente de las clases populares, identificadas con su cultura e intereses y necesaria para su protección y progreso. Por su íntima relación con el poder bélico, este segundo plano del poder de las armas, sostenido con firmeza por el Capital, el periodismo es ya periodismo capitalista (que significa “comprado”) la Justiciaconfunde su estabilidad con la complicidad y las Policías federales y provinciales desligadas de su origen popular y su función protectora se dedican a servir de “peones” al periodismo comprado y la Justicia cómplice.
He remarcado con “negrita” las frases del discurso anterior, que para quienes experimentan la realidad actual de Brasil y Argentina, los detalles de aquel levantamiento conjunto del capitalismo estadounidense, con la iglesia conservadora y las instituciones democráticas (en especial la Justicia) invadidas por los negociados, se calca en los acontecimientos más definitorios, en los procesos de destitución e instauración de dictaduras sujetas al capital Internacional que estamos viviendo en Argentina y Brasil.
Quiero, para terminar, señalar la periodicidad de estos movimientos estremecedores, diríamos, de la sociedad en nuestras naciones latinoamericanas. Derechas e izquierdas alternan su dominio con distinta intensidad, logrando su ascenso siempre, con acontecimientos removedores del orden social.
Las derechas depositarias y acaparadoras de grandes capitales logran conquistar las instituciones oficiales armadas con las que permanentemente aparece aliada la Iglesia que las cubre con un manto de prestigio sagrado a cambio de la fidelidad de su adhesión y contribución a sostenimiento con distintos privilegios. Las izquierdas con sus principios de inclusión, justicia social y respeto a la libertad y los derechos requeridos por la dignidad humana -sin contar lógicamente con el apoyo de las clases adineradas- conquistan simpatías de las clases postergadas, los jóvenes idealistas y capaces de rebelión ante la injusticia y los intelectuales capaces de vislumbrar soluciones más firmes que las brindadas por los resultados económicos y financieros. Educación, salud y libertad se convierten en proclamas entusiasmantes que, sin embargo, no alcanzan a sobreponerse al dominio financiero que fácil y constantemente avanza hacia un dominio mundial.
Hasta ahora, al menos, las alternancias parecen obedecer a estas circunstancias. La ventaja para los movimientos socializantes, consiste en que los momentos de aliento y de acción fructífera, criticados sin reparos por la oposición, resultan indispensables para crecer y madurar, exigiéndose mejoramiento de estrategias y tácticas como para mantener por más tiempo y con mayor eficacia el próximo período de la alternancia. Pienso que en esa situación estamos viviendo y por eso, la “resistencia” es, al mismo tiempo “esperanza”.
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