El camino equivocado

Eduardo García Michel 

Siendo adolescente, sentí muy de cerca, y lo sufrí como tragedia familiar, el sacrificio de gente que era sangre de mi sangre, que se inmolaron al participar, tanto en la gesta de junio de 1959, como de mayo de 1961, para que ningún dominicano tuviera que aceptar jamás una nueva tiranía, para que el ejercicio de la democracia impulsara al país hacia cimas más altas, y para que los hijos y nietos pudieran vivir en una sociedad mejor, sin miedos ni abusos.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Y siento que estamos empezando a transitar el camino equivocado.

En estas circunstancias, sería una traición a mis ancestros y a mí mismo permanecer en silencio.

Yo, que con plena consciencia no me he alineado con ninguna fuerza ni del gobierno ni de la oposición, creo que es momento de expresar la verdad desnuda, de hacer un llamado a la reflexión, de aunar voluntades, de buscar salidas que eviten la convulsión, el desastre.

Acaba de terminar el proceso electoral.

En buena lid, y hasta por decencia elemental, lo usual sería felicitar a los ganadores, y pedir a los perdedores altura de miras, comprensión y resignación.

Pero, hay algo a lo que llaman consciencia, que atormenta y, en consecuencia, dificulta que ese acto de educación y cortesía sea concretado con convicción.

El desarrollo y resultados del proceso electoral recién concluido dejan honda preocupación. Se ha asistido a un espectáculo en que fueron rotas todas las barreras de la prudencia.

La democracia dominicana ha quedado herida.

Se modificó la constitución que establecía que el presidente electo en 2012 lo era por un solo período, no dos. Y se hizo mediante procedimientos que causaron asombro por la audacia y recursos utilizados.

El certamen electoral ha sido injusto y desigual. Ha habido varas de medida distintas.

Es inútil pretender que los observadores internacionales den cuenta de esto, porque el guión consiste en ver el certamen en sí mismo, lo formal, y nunca en penetrar en los antecedentes ni en el fondo.

Este proceso electoral debe servir de referencia de lo que jamás deberá permitirse que suceda; más o menos correcto en la forma; inequitativo en el fondo. Innovador en tecnología; deplorable en falta de regulación de los excesos.

De todo lo ocurrido queda un país más débil. Un pueblo colocado a un tris, a un resbalón de un nuevo autoritarismo.

Lo que hemos contemplado en estos últimos meses, no es ni por asomo la democracia por la que tanta gente luchó. El retroceso es evidente.

Debe ser interés de todos reparar en alguna medida el daño ocasionado y brindar horizontes que lleven conformidad e ilusión al pueblo dominicano y a las distintas fuerzas que participan de la vida política.

Puede que me equivoque, pero creo que buscar un bajadero a esta crisis en ciernes, es lo único que podría evitar que esta nación sea colocada ante la disyuntiva, ambas malas, de una nueva dictadura, o de una lucha frontal y cruenta.

Por tanto, es de la mayor urgencia estructurar, con la participación de todos, sin exclusiones, un programa de reformas políticas que garanticen que nunca más pueda celebrarse un proceso electoral en condiciones tan desiguales.

Es hora de pedir humildad a los ganadores para que en el triunfo cuestionado por la forma en que se obtuvo, actúen con recato y prudencia, y rogar para su mente se ilumine y que con sus actuaciones insuflen la confianza de que su pretensión no es permanecer ni acaparar el poder a toda costa, mientras el cuerpo aguante.

Sólo el ejercicio de un segundo período gubernamental llevado a cabo con desprendimiento y sin sectarismo, enfocado en fortalecer las instituciones maltrechas y en resolver problemas de la comunidad ya viejos, podrá dar a las autoridades el sentido de legitimidad tan necesario para que se mantenga la tranquilidad y la paz en este terruño.

Y, también es hora de pedir a la oposición que deje de lado el individualismo tan dañino que fue el otro factor que impidió que lograra un mejor resultado, y se convierta en abanderada de las transformaciones y de las reformas que el país necesita, pues solo así podrá recuperar el espacio que la convierta en opción de poder en el futuro.

Si fuere así, si lográramos aunar voluntades de parcelas políticas contrapuestas en pos de un objetivo común, habremos encontrado la motivación necesaria para celebrar todos el advenimiento de un tiempo nuevo en que tal vez pudieran ponerse las bases para dar un salto hacia el desarrollo.

Si fuere así, todos habríamos ganado.